jueves, 30 de junio de 2011

EL AMANTE DE LOS CABALLOS

El amante de los caballos
Tess Gallagher
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 202 páginas.

Detrás de este libro, en la intrahistoria de su gestación, hay otra historia de influjos amorosos y literarios, simbolizada quizás por una palabra-símbolo: el vocablo “colibrí”. Su autora, Tess Gallagher conoció a Raymond Carver, uno de los grandes mitos de la literatura en América, padre del realismo sucio y una de las vigas (trabes)  de oro del minimalismo, en 1978. Su vida en común fue, a partir de entonces, inmensamente placentera. El fluir de la relación amorosa significó para Carver el fin de la servidumbre al alcohol, diez años de propina en su vida, y para la poeta Tess Gallagher, un impulso para iniciarse en la ficción narrativa. Juntos escribieron y vivieron días de gran plenitud y hasta descubrieron que podían volar al revés como el colibrí del poema que Carver  concluye con estos versos: “Cuando abras / mi carta recordarás / aquellos días y cuánto / cuantísimo te quiero”.
La edición norteamericana de El amante de los caballos fue la primera experiencia de Tess Gallagher en la narrativa. Fue, como he dicho, su tercer marido quien le dio el impulso para escribir ficción. Una prueba de fuego en la que Tess Gallagher se experimenta a si misma como narradora y en la que demuestra poseer riñones tan poderosos como los que ya había exhibido  como poeta. Muchas de las historias a las que Tess Gallagher  da vida ficcional en estos doce relatos, presentan matices aparentemente autobiográficos: las experiencias vitales de una joven mujer en el teatro del noroeste americano. Es el mundo provincial y provinciano del sur y del noroeste de los Estados Unidos, lugares del alma más que concreciones geográficas, el que actúa de telón de fondo de estas doce historias de existencias comunes y turbadas de forma irreparable por la irrupción de la violencia, las crisis y las contradicciones. Cuadros muy realistas de la vida de la clase media contemporánea.
Tess Gallagher
Entre las más notables e impactantes menciono a la que rotula la colección, “El amante de los caballos”: el protagonista o  la protagonista -el relato no muestra su condición genérica- rememora la figura del bisabuelo y del padre y acaba por reconocer que él mismo perteneció al infame mundo de los bailarines, borrachos, ludópatas y amantes de los caballos, rasgos “genéticos” de su estirpe familiar. Un relato, pues, sobre la identidad familiar y de la reinvención en el presente de vivencias del pasado. “El Rey Muerte” reconstruye la pesadilla del encuentro de una pareja con un vagabundo alcohólico, que decide habitar en el patio de su casa. En “Las gafas”, el lector asiste a los ilusorios esfuerzos de una niña para que le receten unas gafas. En “El pelele”, una crisis familiar le permite  a una mujer tener una nueva visión de su marido, al que ahora considera un hombre pacífico y bueno. Pero, sin ninguna duda, la mejor pieza de esta colectánea es “Chicas”. Es así mismo la historia más conmovedora. Una anciana visita a una amiga de la juventud. Mas, tras la larga separación, la amiga incapacitada por una dolencia cerebral, no la reconoce. El inexorable olvido se supera con un acto preñado de  fuerte simbolismo: se acuestan la una al lado de la otra y eso le permite verlo todo de color verde. Un eficaz y adecuado final para cerrar un libro que tematiza sobre la inconsistencia de las relaciones humanas.
Fragmentos de vida de seres triviales con un tono autobiográfico -“la autobiografía es la historia de los pobres desdichados”- había declarado Carver, hilvanados desde una poética minimalista, aunque no en la puridad absoluta que observamos en la narrativa del escritor con el que América más asocia al minimalismo. El estilo de Tess Gallagher economiza recursos, huye de los ornamentos formales como la metáfora o el símil. Pero es sugerente, meditativo y la carga emotiva del relato surge del todo, del conjunto de pequeños incidentes que sugieren significados y nos aproximan a una galería de personajes, de hombres y de mujeres, en su profunda y a veces dolorosa y desolada humanidad.

Tess Gallagher y Raymond Carver

martes, 28 de junio de 2011

METAFICCIONES DE GARRIGA VELA

El anorak de Picasso
José Antonio Garriga Vela
Editorial Candaya, Les Gunyoles ( Barcelona), 2010, 132 páginas.

Bajo el sello de la Editorial Candaya, una de las casas editoriales que más están apostando por la literatura de fronteras, en la senda de las creaciones más vanguardistas y experimentales, publicó hace unos meses  José Antonio Garriga Vela una antología muy personal de cinco relatos, rotulados con el título de uno de ellos, El anorak de Picasso. El autor, especialmente después de la aparición de su novela Muntaner,38, está considerado como un escritor imprescindible de la narrativa española contemporánea, un autor que no rechaza las formas más vanguardistas y experimentales de narrar, sobre todo la metaficción en su vertiente autorreferencial.
El juicio de la contraportada de la autoría  de Juan Bonilla le hace plena justicia a este carácter metaficcional autorreferencial de los relatos de Garriga Vela: “En El anorak de Picasso (…) reúne textos que se entrelazan y que pueden ser relatos o ensayos o confesiones sin que importe mucho qué son”. Quizás no sean relatos en el sentido convencional. Non-fiction para los puristas que siguen negando el debilitamiento de las barreras entre los géneros, uno de los recursos primordiales de los posnarradores  y que los estudiosos de la narratología tienen en cuenta a la hora de definir la metaliteratura.
Los cinco relatos de El anorak de Picasso reflejan, en efecto, recuerdos personales, historias verdaderas, como el primero de la serie en el que el escritor rememora las relaciones de Santiago Rusiñol, el  Cau Ferrat y Pablo Picasso con su propia familia. También anécdotas -falsas, confiesa el escritor- de las que él mismo es sujeto activo o pasivo, convertidas en historias reales. Pequeñas parcelas o incidentes biográficos  camuflados como ficción. Finalmente, reflexiones acerca de su propia obra y sobre el proceso de gestación de la misma, como ocurre en varias de las secciones del relato “El cuarto del contador”.
José Antonio Garriga Vela
Nos encontramos pues sumergidos de lleno en lo que Alter y Waugh designan con el nombre de novela autoconsciente; Linda Hutcheon, narrativa narcisista y Spires, novela autorreferencial. Literatura, en definitiva, en la que el discurso narrativo se refiere a si mismo, como proceso de escritura, de lectura o de discurso oral. Es por ello que la arquitectura compositiva del relato da razón de su carácter metanarrativo. Todos aquellos que ponen en entredicho el carácter literario de este tipo de obras, deberían recordar lo que, al respecto, escribe Darío Villanueva: “(…) la novela es el reino de la libertad, libertad de contenido y de forma y por naturaleza resulta ser proteica y abierta”. Y de este “cruce de literatura y de vida” forman así mismo parte los otros tres relatos aún no mencionados: “El teléfono del señor Permanyer”, “Días felices en Tánger” y “El kilómetro cero”. Literatura confesional, según reconoce el propio autor, que nace de “decenas de imputs que atacan precisamente cuando non estamos a escribir” (Juan Tallón, A pregunta perfecta (O caso Aira-Bolaño, página 13).
Todo forma parte del desarrollo argumental, incluida así mismo la intertextualidad, aspecto distintivo del arte moderno en general, y del que Garriga Vela apenas echa mano, dirigiendo su mirada y el norte de su pluma sobre su propia obra, en una suerte de auto-intertextualidad. Dedicar la textualidad a reflexionar sobre la propia ficción, sobre el arte de narrar o de escribir puede ser excelente literatura cuando llega acompañada por un saber hacer narrativo perspicaz y de primera calidad y un estilo lingüístico sencillo y diáfano. El anorak de Picasso es una muestra incontestable de todo ello.


sábado, 25 de junio de 2011

DOCTOROW: EL DÍA A DÍA DE NUEVA YORK Y LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS

La feria del mundo
E. L. Doctorow
Traducción de César Armando Gómez
Miscelánea Editores, Barcelona, 2010, 344 páxinas.

Edgar Altschuler, apenas un bebé al inicio del relato, nueve años cuando concluyen las 344 páginas en las que se narra sus vivencias en el Nueva York de los años 30. Y sin embargo, no estamos ante una muestra de literatura juvenil, sino ante una gran novela de E. L. Doctorow, el genial escritor norteamericano, uno de esos narradores que nacen de vez en cuando, capaz de iluminar toda una época y otorgar nuevos sentidos a las experiencias de un niño en su aprendizaje de la vida.
El escritor que ha sabido reflejar como nadie la cara oculta de Norteamérica  y dotar de memoria colectiva a un país ahistórico, aunque no exento de mitos, nos regala en World’s Fair, no una de sus narraciones más conocidas, esas que han sido llevadas al cine o han merecido el honor del best-seller (Ragtime, Billi Bathgate, El libro de Daniel), pero si quizás la más clásica de sus novelas, merecedora de ser incluida por Harold Bloom en el canon occidental. Escrita en 1985, traducida seis años más tarde por Planeta, Miscelánea Editores la ha reeditado de nuevo hace unos meses.
No han sido pocos los escritores que han intentado atrapar eso que mil veces se ha dicho que es Nueva York: un estado de ánimo. En la nómina de los más emblemáticos se encuentra sin duda E. L. Doctorow y sus descripciones de las costumbres urbanas neoyorquinas. Doctorow, uno de los tres grandes de la literatura judeo-neoyorquina, junto con Henry  Roth e Isaac Bashevis Singer. Los tres han homenajeado a la ciudad con textos poblados por alta literatura.
En La feria del mundo Doctorow narra la historia de un niño, Edgar, rescatando sus primeros recuerdos, su temprana y paulatina apertura al mundo que le rodea, a su familia, a su madre Rose, al hermano Donald, a la tía Frances, que entran y salen de la narración, pero ofrecen detalles, cuya amalgama acumulativa permite al lector completar la imagen de conjunto. El escritor logra así entretejer el retrato de Edgar, pero también el de una ciudad, el de sus habitantes, el de una época, los difíciles años 30, cargados además de negros presagios bélicos. Muestra así Doctorow el perfil de una sociedad que intentaba superar los efectos de la gran Depresión del 29, que fraguaba mitos, como la Exposición Universal, las hazañas de Lindbergh y el recibimiento que los neoyorquinos le rinden en la Quinta Avenida, la llegada del dirigible Hindenburg, surcando los cielos para gloria de Hitler y su incendio en la torre de amarre. Un pasado recobrado con inmensa nostalgia, porque, en el fondo, La feria del mundo es la autobiografía parcial del escritor. El nombre E(dgar) y la fecha de nacimiento(6 de enero) gualan al protagonista y al narrador.
Y con melancolía leemos sus experiencias infantiles: el gusto seductor por dormir en la cama de sus padres, percibir sus respectivos  olores de macho y hembra; la vida del Bronx, en cuyas calles el niño prefería su propia compañía a la de cualquier congénere de su edad; los trucos del tío Willy; las chispas que sacaban del acero los afiladores de cuchillos y tijeras, fenómenos sugestivos que al niño le provocan asombro; el contacto con la muerte en el hospital; las discusiones de los padres que el niño escucha desde la cama; sus relaciones sexuales que no entiende porque las percibe como costumbres furtivas… Así, poco a poco, se va dilatando su horizonte, entran en escena los jóvenes de la esvástica y, entre susurros, comienza a enterarse de lo que está sucediendo en Europa con los judíos; los ecos bélicos, las imágenes de Londres bombardeado y su casas en llamas… llegan muy nítidas, aunque son percibidas como algo lejano.
Finalmente el despertar de la adolescencia, las dulces pero innombrables sensaciones del primer amor completan el aprendizaje de la vida: “Hasta entonces me había preocupado sin tregua por ponerme al corriente de la vida, por encontrarla, sentirla y comprenderla; pero lo único que tenía que hacer era estar en ella y ella, me instruiría y me daría cuanto necesitaba” (páginas 322-323).
El éxito de la narrativa de Doctorow se fundamenta en buena medida en la arquitectura sumamente simple de sus novelas. Apenas algún flashback puede distorsionar el hilo argumental cronológico, marcado por  el devenir de la vida de Edgar. Su ritmo es muy fluido, huyendo siempre de los golpes de efecto. Doctorow parece gozar describiendo los pequeños detalles de la vida familiar, por ejemplo, el ruido raspante de la brocha en la piel del rostro del padre. Pero nada tiene preponderancia sobre los demás. Minuciosidad y sencillez expositiva que configuran un estilo envolvente, rítmico, capaz de amalgamar múltiples oraciones subordinadas sin provocar distracciones o dificultades y sin congelar el ritmo  de la acción, evocando, sin embargo, en el lector múltiples sensaciones. El virtuosismo técnico de unos de los grandes maestros de la narrativa actual.
                    

                 Fragmento                      
                                         
 Las “costumbres” furtivas de los        padres

“Pero ellos tenían sus costumbres furtivas: yo estaba secretamente afligido por las cosas oscuras y misteriosas que mi padres hacían en la intimidad de sus relaciones. No sabía del todo qué cosas eran, pero sí que eran vergonzosas, que necesitaban la oscuridad. Era algo de lo que nunca se hablaba, que jamás se reconocía a la luz del día. Este aspecto de la vida de mis padres ponía una especie de sombra en mi pensamiento. A mi padre y a mi madre, soberanos del universo, los acometía algo que escapaba a su control. Qué problemático era esto, qué inquietante. Como mi abuelita con sus ataques, ellos se veían afligidos por  una especie de posesión, y después parecían volver a ser normales. No podía hablarle de eso a nadie, y mucho menos a mi hermano. Tenía suerte si lo ignoraba. La desconsoladora verdad era que había ocasiones en que mis padres no eran mis padres, en que no pensaban en mí para nasa. Yo no era un tema del que valiese la pena ocuparse. Me ofendía lo temprano que tenía que irme a la cama, en parte porque era antes que nadie, y en parte porque con ello venía aquel vasto período de oscuridad en el que ocurrían esas cosas de las que tenía un conocimiento insuficiente”
(E. L. Doctorow, La feria del mundo, páginas 99-100).
E. L. Doctorow (Foto: El País)

martes, 21 de junio de 2011

EL SEÑOR DE LOS COLORES


El Pájaro Arcoíris (Le mbind Mbi’j)
Ramón Caride
Ilustraciones de Agar García (Raga)
Traducción al zapoteco o distee de Pergentino de Loxicha
Editorial Almadía, Oaxaca, 2010, sin paginación.

Desde ese sueño de palomas que es la villa de Cambados según Álvaro Cunqueiro, y atravesando raudo la infinitud oceánica y el extenso país mexicano, el escritor gallego Ramón Caride recrea en esta pequeña joya bibliográfica, El Pájaro Arcoíris (Le Mbind Mbi’j) una leyenda rescatada de la tradición oral zapoteca-mixteca. El amor por las palabras, consubstancial a todas las tradiciones autóctonas primitivas y la destreza en su uso, propia del escritor gallego, crean nuevas realidades: el nacimiento de los colores, pero también el surgir de la ambición y la codicia, que hacen que la negrura y la obscuridad convivan con la luz y los colores.
La leyenda zapoteca-mixteca, recreada por Ramón Caride, nos retrotrae al tiempo de los orígenes, en el que los hombres vivían en la obscuridad de una tierra lóbrega y nadie, ni los pájaros ni la gente, tenían colores.
Pero en este mundo en el que los ojos solo veían sombras, una muchacha sueña que, tras la frontera del horizonte, existía un pájaro rebosante de color. El Pájaro Arcoíris. Y le relató el sueño a su amado, Cohiztli, al que pide que consiga siete plumas de ese pájaro para llenar de colores el mundo. Tras caminar muchos días y seguir por el
 agua la senda soñada, Cohiztli llegó a la tierra de la luz. Y allí estaba en efecto el Pájaro Arcoíris, vestido con el cromatismo de plumas deslumbrantes. Con las siete plumas que el pájaro le da -ni una más-, el feliz enamorado regresa y el mundo negro y lóbrego se viste de colores: el violeta que le da nombre a la flor así llamada… a los ocasos sobre el mar; el añil que tiñe el cielo estrellado y el mar profundo. Y así hasta los siete colores del arco iris, encarnados en cada pluma.
Ramón Caride
De este modo la perfección y la luz se extienden por toda la tierra. Hasta que la codicia hizo que Cohztli arrancara la octava pluma que era negra como el chapapote. En ese mismo instante, todo se torna negro de nuevo. Pero el fruto del amor que latía en el vientre de la muchacha, hizo que el Pájaro Arcoíris suspendiese parte de su enojo y, desde entonces, el mundo tiene una mitad luminosa y otra obscura, tiene día y tiene noche.
Esta exquisita fabulación llega a las manos del lector con el añadido de un plus editorial que nos permite gozar de unas extraordinarias ilustraciones de Raga (Agar García), que nos sumergen en ese mundo de colores y obscuridades. Un paratexto cromático que tiñe además cada página con el respectivo color encerrado en la pluma. Y sobre todo con una insólita versión bilingüe. El español convive, en las páginas de El Pájaro Arcoíris con la traducción al zapoteco o distee. La apuesta pues por la imaginación y por el mito, como realidades superiores, capaces de liberar al hombre del laberinto de su existencia, propias de las tradiciones primitivas, ofrecida en una lengua culta en la pluma de Ramón Caride y en convivencia con otra autóctona mesoamericana, que reducen lo mítico a lo cotidiano, convierten la edición de este pequeño relato no sólo en una rareza bibliográfica, sino también en una hermosa publicación rebosante de color y de sabiduría.
Ilustración de El Pájaro Arcoíris (Agar García)

domingo, 19 de junio de 2011

PRUDENCE GUADAGNI TIENE SU JARDÍN

El Jardín
Constance Fenimore Woolson
Traducción de Israel Centeno
Ilustraciones de Ximena Maier
Editorial Periférica, Cáceres, 2010, 93 páginas.

Constance Fenimore Woolson (1849-1894) es una escritora norteamericana totalmente desconocida en España. Sobrina nieta de James Fenimore Cooper, autor de El último mohicano. Se inició en la escritura con relatos en dos prestigiosas revistas americanas. Con aproximadamente cuarenta años, se trasladó a Europa en donde cultivó una gran amistad con Henry James, amistad que dio pie a que se hablara de que existía un romance entre los dos. Como consecuencia directa o indirecta de una depresión, falleció en Venecia, al tirarse o caerse de o por una ventana. Como escritora se hizo popular con su serie Relatos de los Grandes Lagos, la novela For the Major (1883) y otras narraciones de diversa extensión publicadas póstumamente, entre ellas Front the Yard, editada por primera vez en España con el título de El Jardín. Editorial Periférica nos brinda una excelente edición. Todo lo que configura el paratexto (ilustraciones, papel, cubierta) es de primera calidad.
El Jardín narra la vida en Italia de una mujer de New Hampshire que, con cuarenta y cinco años, llega a este país  para acompañar y ayudar a un primo lejano, inválido y adinerado, que muere repentinamente al poco tiempo del arrivo. En vez de regresar a Nueva Inglaterra, Prudence, la protagonista, cae presa del amor de un apuesto e inesperado galán italiano, Tonio, con el que se casa. Viven en la Umbría en un pueblecito de montaña. Y allí se siente feliz, a pesar de las calles empinadas, una disparatada beatería y una incontable caterva de niños y familiares, a los que tendrá que cuidar. A los veinte meses fallece el esposo y Prudence se queda “sola” en el mundo, con un escaso peculio, ocho niños y otros familiares a su cargo, que explotarán afectiva y económicamente a la cándida norteamericana.
Constance Fenimore Woolson
Mas, a pesar del agobio que le produce el cuidado y sustento de esta familia extensa, la protagonista suspirará y ahorrará con todas sus fuerzas para tener un jardín. Pero dinero ahorrado, dinero que es devorado por el insaciable apetito de algunos de los familiares. Al final de sus días, no obstante, puede contemplar el jardín imaginado: el gran paisaje que ocultaba el establo, la amplia llanura de Umbría, con los árboles, los ríos y los desperdigados y minúsculos pueblecitos brillando en las colinas.
El Jardín refleja perfectamente la mentalidad del campesinado italiano y la percepción negativa que de él tiene la autora (
“Pero la señora de Tonio Guadagni sabía del tradicional salvajismo de Asís y que aún había bastantes salvajes entre los campesinos del pueblo de montaña y sus alrededores”, página 43). Constata así mismo el amor, la generosidad, la abnegación y la candidez de la protagonista. Una lectura en clave actual -mucho más si se lee desde el feminismo-  descalificaría con toda probabilidad este relato anclado entre una visión arcaica y patriarcal de la mujer, ese ser abnegado que se entrega sin límites, y sus parcos sueños, a los que debe de renunciar debido a una incorrecta lectura del sentido del deber.
Relato intimista y a la vez costumbrista, adornado con precisas y detalladas descripciones y un buen dominio del ritmo narrativo. Todo ello cobijado en una encomiable y sagaz estructura narrativa que nos permite leer con cierto placer este pequeño fresco de un mundo que, hace ya muchos años, dejó de ser el de hoy.

viernes, 17 de junio de 2011

UN FRESCO DEL MAL ABSOLUTO


Capesius, el farmacéutico de Auschwitz
Dieter Schlesak
Prólogo de Claudio Magris
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2011, 397 páginas.

Lo recuerda Claudio Magris. Después de Auschwitz es imposible escribir poesía. Es el dicho de Adorno, sabedor consciente de que, solo navegando en las fronteras más extremas del ser humano y de lo decible o enunciable, es posible que arraigue en esta tierra maldita la palabra poesía. Dieter Schlesak, nacido en Transilvania, de identidad sajona-transilvana, se ha aventurado en numerosas obras, empleando tanto la poesía como el relato estremecido, en esa infame “tierra de nadie” de la historia contemporánea: el asesinato en serie de millones de seres humanos, “el más atroz y fétido matadero de la historia” (C. Magris).
Uno de sus periplos por esa tierra de nadie de la infamia y del horror es su novela Capesius der Auschwitzapotheker, traducida por Seix Barral con el título Capesius, el farmacéutico de Auschwitz. Una novela documental que, desde la verdad, cita al lector con los horrores, sirviéndose de  un solo personaje imaginario, el deportado Adam Salmen. Él lo ha visto, estuvo allí, lo sabe todo, perteneció al Sonderkommando, el pelotón de trabajo, compuesto exclusivamente por judíos, que tenía la función de introducir a los prisioneros en las cámaras de gas e incinerar los cadáveres. Y ha sobrevivido para contárnoslo, reproduciendo hechos reales y objetivos y palabras dichas por las víctimas. Adam conoció a Capesius, un farmacéutico de una pequeña ciudad transilvana, destinado a Auschwitz como oficial de las SS. Allí custodiaba el Zyklon B, el gas de las cámaras. Capesius es un hombre afable, un trabajador infatigable. Una “buena persona”. Un día llegó a Auschwitz un tren cargado de deportados judíos de su tierra natal. Capesius les espera en la rampa del campo de exterminio. Muchos le reconocen y le miran esperanzados. Él, junto con Josef Mengele, son los encargados de seleccionar a los que serán exterminados de inmediato en la cámara de gas. Lo hacía con total sangre fría, sin acritud, con amabilidad  y con la mentira como antifaz: tranquilizaba a los que se quejaban de ser separados de sus familiares, diciéndoles que la separación era necesaria, porque todavía tenían que recorrer un amplio trecho de diez kilómetros y a los niños, enfermos y débiles se les concedía el privilegio de ser llevados en coche. El privilegio era el horrible destino de las cámaras de gas, donde Capesius  vaciaba las latas del Zyklon B y contemplaba desde la mirilla la agonía de los gaseados.
También con Capesius se encontró ficcionalmente Adam Salmen en el juicio de Francfurt de 1964, en el que el farmacéutico exterminador nunca se sintió culpable, no tuvo un solo sentimiento de arrepentimiento ni de vergüenza. Solo miedo. Será condenado únicamente  a nueve insignificantes años de prisión  y moriría tranquilo en la cama de su hogar.

Dieter Schlesak
Dieter Schlesak investigó durante tres décadas la figura del farmacéutico de Auschwitz y, a modo de reportaje-verdad, recopila los testimonios de cientos de personas involucradas en el vivir y morir diario de los campos de exterminio de Auschwitz y Bikernau. Mediante la sutura de sus testimonios y de las actas del juicio, el escritor transilvano narra lo sucedido a los judíos, a los gitanos, a los musulmanes (las personas rotas, los muertos vivientes), allí torturados y exterminados entre 1943 y 1944. El hilo conductor de su narración es Capesius. Adam Salmen, el único personaje imaginario. Él y sus palabras serán la voz de los que fueron ahogados con el Zyklon B.
Con los testimonios de los prisioneros, de los médicos, de los SS, de los trabajadores del campo, Dieter Schlesak hilvana un relato aterrador, un viaje por la barbarie más salvaje, en el que la crueldad humana y el instinto asesino del “homo sapiens sapiens” supera todo lo que el lector haya podido ver, leer o imaginar. Es el fresco del mal, como escribe Claudio Magris, dibujado con monstruosidades en la lucha por la supervivencia, que provoca que los propios prisioneros destinados a la muerte, sientan alegría por el exterminio de sus semejantes o participen en sus torturas, porque eso significa más comida o un día más de vida. Es la perversión absoluta, inaudita: convertir a las víctimas en verdugos. Dieter Schlesak lo narra en un relato potente, pero sobrio, aunque estremecido en esta iniciación de la historia de la humanidad a través del exterminio y del horror.
                                                  
                                           Fragmentos

“Nos empujan hacia las duchas. Veo llamaradas en una fosa larga, oigo gritos, el llanto de niños, el ladrido de perros, disparos de pistola. Las llamas altas cubren las sombras danzarinas. Humo, ceniza levitando y el olor de cabello y carne quemados impregna el aire. ‘No puede ser verdad’, grita mi vecino. Los perros pastor alemanes obligan a niños, mujeres y enfermos a lanzarse vivos a las llamas. Una ola de calor asfixiante. A continuación disparos. Una silla de ruedas es lanzada con un anciano a las llamas; un grito estridente. Los bebés vuelan como pétalos blancos trazando un arco alto hasta el fuego…Un joven corre para salvar su vida, los perros pastor le dan caza, le empujan hacia las llamas. Sólo resta un grito. Una mujer con un pecho descubierto amamanta a su niño. Es lanzada con el bebé al fuego. Un sorbo de leche materna hasta la eternidad”.
“Del diario de Adam: Un día los SS trajeron en camiones a musulmanas enfermas, en realidad eran muertas vivientes y ya no estaban con vida. Sólo una chica se mantenía todavía en pie, podía mantenerse sobre sus pies. Se dirigió a un joven fuerte, Jankiel se llamaba, y le dijo que acababa de cumplir los dieciocho años y que nunca se había acostado con un hombre, ‘quisiera tener esa experiencia antes de morir, ¿me harías ese favor?’ Jankiel estaba horrorizado, se dio la vuelta y se escondió.
Cuando ella estaba en la cámara de gas y él nos lo contó enseguida le hicimos una especie de proceso. Se produjo un animado debate. Pero Jankiel nos dijo: ‘!era completamente imposible! ¿Os habéis vuelto locos de remate? Era una musulmana desnuda y apestosa, sucia, cubierta con su propio vómito. Y esos pensamientos acerca de la muerte, pensar que iba a ir inmediatamente a la cámara de gas…¿cómo imagináis que uno pueda tener aún ese tipo de pensamientos…no, no podría, no hubiera podido, aunque fuera la última voluntad de una moribunda’…”
(Dieter Schlesak, Capesius, el farmacéutico de Auschwitz, páginas 13 y 271)

Auschwitz

lunes, 13 de junio de 2011

EL ENIGMA DE EZRA POUND


El espía
Justo Navarro
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 212 páginas.

“Fu arrestato da due partigiani”. Una mañana del 3 de mayo de 1945 le detuvieron dos partisanos en Sant’Ambrogio, Rapallo. Eran tiempos de tiros en la nuca. Cuatro días antes, habían matado a Mussolini y le habían colgado por los pies, como a un cerdo en canal, en una gasolinera de Milán. En el camino cuesta abajo, el prisionero se agacha, pero solo cogió una semilla, una semilla de eucalipto. Será su talismán en las duras jornadas que le esperan. Así, por mediación de la prosa de Justo Navarro, asistimos al momento en el que el poeta estadounidense Ezra Pound es detenido, llevado ante los agentes de CIA y, posteriormente, encerrado en una jaula de barrotes de hierro en el campo de prisioneros americano de Metato (Pisa).
A partir de aquí, combinando analepsis y prolepsis, el novelista sumerge al lector en un experimento novelesco biográfico, tan de moda y tan frecuentado por el mismo Justo Navarro (recordemos su novela F sobre la vida y la muerte de Gabriel Ferrater). En este ejercicio experimental se indaga sobre la figura del poeta americano Ezra Pound, un personaje -no lo olvidemos- que, al margen de las adhesiones y rechazos que pueda suscitar, es una de las figuras literarias más estudiadas del siglo XX, luchador y propagandista de una poesía “pegada al hueso”, es decir, exenta de florituras, profeta del verso libre, un poeta en el centro del modernismo (Hugh Kenner).
Pero no es la obra en la que bucea Justo Navarro en El espía, sino en una conjetura narrativa sobre un tramo realmente incómodo de la vida de Ezra Pound: su extremada simpatía por el fascismo de Mussolini, su antisemitismo, su traición a su nación de origen, su propaganda antiamericana desde Radio Roma, su detención, su encierro en la jaula, a la intemperie, su traslado ante un Gran Jurado en EE.UU, acusado de felonía y traición por adherirse al enemigo, que, sin embargo le declarará loco y mentalmente incapacitado para ser sometido a juicio. Era un irresponsable, jamás podría ser juzgado por sus actos. Y, sin embargo, antes de salir del encierro de Pisa, un equipo de psiquiatras del ejército americano lo había encontrado sano, perfectamente cuerdo.
Surge así la especulación de Justo Navarro: ¿Fue el autor de The Cantos un agente doble que se servía de sus encendidos y estrambóticos discursos radiofónicos para enviar mensajes en clave a los aliados?
Justo Navarro, foto Agencia EFE
Ezra Pound fue conquistado para la radio por Lord Haw-Haw, un americano que emitía desde Radio Berlín brutales sermones antiamericanos. Desde el momento que le escuchó, Pound solo quería un micrófono: cantar, a través de la radio, las glorias de Mussolini. Ante tantas ganas de micrófono y la rareza de las arengas radiofónicas de Pound, los funcionarios del espionaje italiano sospecharon del poeta: ¿No sería acaso un agente doble al servicio de EE.UU? ¿Se le habría fabricado con absoluta y extraordinaria verosimilitud un perfil de traidor a su patria? ¿Fue eso lo que le salvó de la horca? Hoy sabemos que fue la intervención de distintas figuras del mundo cultural americano la que logró que el Gran Jurado lo declarara loco. Sin embargo, la habilidad con que el novelista se aferra a las escasas bases reales de su tesis argumental -la amistad de E. Pound con James J. Angleton, uno de los cerebros fundadores de la CIA, genio de la contrainteligencia y admirador del poeta- nos hace dudar y logra que consideremos casi como un hecho histórico, una trama ficcional. Es la fuerza de la ficción cuando discurre por cauces adecuados y con el ímpetu y el embrujo del torbellino: crear “verdades” con “mentiras”.
El excelente narrador que es Justo Navarro también nos obsequia en esta novela con dosis de juego metaliterario. Son juegos de autoficción, ya que la novela surge de la estancia en Pisa de J. N., traductor como el autor de la novela, que entra en contacto con la hipótesis de la condición de espía de Ezra Pound a través de Carlo Trenti, un autor de novelas policíacas, en cuya mente había surgido. La voz de este personaje, que frecuenta los mismos lugares en los que Pound había estado como prisionero sesenta años antes, la escuchamos en el último capítulo, titulado “La evasión”. Es esa voz la que le insinúa al heterónimo del autor la posibilidad de que, a través de las arengas delirantes y risibles de Pound, se transmitiera información cifrada para los aliados.
Una historia, pues, dentro de otra historia que certifica el dominio por parte de Justo Navarro de las técnicas narrativas más innovadoras, que conviven, no obstante, sin estridencias con la omnisciencia  de esa tercera persona que, de forma persuasiva y convincente (pero que se trasmuta en ciclón cuando nos cuenta la detención y el encierro en la jaula de Pound) nos hace partícipes de la ficcionalidad de un personaje real impopular, maldito e incómodo para el narrador. Un personaje cuyo enigma queda flotando en el aire: ¿Fue realmente Ezra Pound un héroe trágico a costa de ser doblemente traidor? ¿O fue un títere dogmático al servicio del fascismo? ¿O el fascismo una de sus múltiples máscaras?

Fragmento

La detención de Ezra Pound en el DTC de Metato (Pisa)

“Lo metieron en una celda o jaula de la muerte, aislado, aunque la jaula estaba abierta a los elementos. Un centinela lo vigilaba en silencio: tenía prohibido devolverle o dirigirle la palabra al prisionero solitario. Había fugas de campo, pero en masa. De las barracas de los locos alguna vez salía hacia la alambrada un pelotón de  presos disparatados, juntos y a toda velocidad, y disparaban las torres y no escapaba nadie. Era imposible que Pound rompiera los barrotes de la jaula (…) Escondía la cabeza bajo la manta, peligroso criminal entre criminales peligrosos. Así yacían los hombres en la pocilga de la diosa maga Circe, los compañeros de Odiseo. El veneno de Circe los convirtió en cerdos. Metió la cabeza bajo la manta, empequeñecido, como un pájaro. Vestía uniforme de faena, sin correa en los pantalones, sin cordones en las botas. Así te cambian los gestos, el modo de andar, aunque andes poco, un metro y ochenta centímetros de marcha siempre y otra vez, del sur al norte, del norte al sur de la jaula. Veía más allá de los barrotes cemento y tierra baldía. Tenía el aire y el sol en los ojos. No tenía cama, ni correa, ni cordones, ni contacto verbal con nadie, salvo con el capellán católico. Estaba a la espera de volar a Washington para sacar de su confusión al presidente Truman o ser juzgado”
(Justo Navarro, El espía, páginas 136-137)
Ezra Pound en 1940

domingo, 5 de junio de 2011

NEGRAS E INQUIETANTES PARÁBOLAS


La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad
Bernard – Marie Koltès
Traducción: Nicolás Valencia Campuzano
Ediciones Alfabia, Barcelona, 2010, 195 páginas.

En el año 1989 fallecía en París Bernard – Marie Koltès, el dramaturgo que, a pesar de su corta obra – apenas cinco piezas –, es un de los más profundos renovadores del teatro contemporáneo. Su impulso renovador, de no haberse interrumpido su vida de forma tan temprana, quizás hubiese superado o al menos igualado al de Samuel Beckett. Bien es verdad que su desaparición, llevado con apenas cuarenta y un años por la enfermedad que, en aquellos años, devastó  la existencia de tantos artistas e intelectuales, contribuyó a mitificar al personaje y, en buena medida, le sumó un plus publicitario a su obra.
Bernard Marie Koltès escribió una sola novela. Fue su primer escrito con exigente voluntad de estilo, La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad. Inédita hasta ahora en español, Ediciones Alfabia, con su versión de diciembre de 2010, nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en la negra e inquietante parábola del autor de Roberto Zucco. Koltès escribió esta novela en 1976, con tan sólo veintiocho años, al regreso de un viaje  a la Unión Soviética y en un momento vital inquietante, anclado entre las tentativas de suicidio y los intentos de desintoxicación de la droga.
La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad es un texto complejo, cimentado en un alto grado de metaforización y en técnicas dramatúrgicas que se dejan ver en ciertas disposiciones paratextuales que se repiten con relativa frecuencia.

Bernard - Marie Koltès

En una ciudad de provincias – sabemos que es Estrasburgo aunque el autor nunca menciona su nombre – tiene lugar el vagabundeo de cuatro personajes a lo largo de varias noches. Son las hermanas Félice y Barba. La primera es una enferma con problemas de salud mental, salida con un permiso de la institución psiquiátrica. Barba, por su parte, es una simple camarera. Dos jóvenes, el adolescente Cassius y el árabe (“moro”) Chabanne, alternan como  amantes de ambas y las acompañan en su merodeo – huida en y de la ciudad, en cuyas entrañas enfermas se sumergirán. 
La novela es la crónica de la aceptación conformista de la negatividad, el diario nocturno de la caída desde la soledad vital de quien vive de espaldas a las convenciones, al precipicio del atropello, de la violencia y del exceso. Y en esa crisis, los jinetes cabalgarán los caballos desbocados  de la heroína y de la inmadurez. La novela, rebosante de parábolas y con altas dosis de onirismo, es un alegato, no exactamente contra la juventud y la droga, ni siquiera contra la sordidez y el desencanto existencial de una determinada juventud, sino una mirada  palpitante y extraña, en ocasiones sumida en el espanto, sobre lo que deviene la vida, una vida que s e abre paso a través de las brumas de la tristeza y del nihilismo.
El narrador no emite juicios, no condena ni exalta, huye de cualquier certeza. Simplemente nos convierte en testigos de su protocolo de fuga de un mundo que concibe como una insalvable barrera para la libertad humana, gobernado además por el absurdo y la futilidad 
Una gran metáfora pues de la vida y cuya lectura no provocará ni exaltación ni placer, sino pesadumbre, sometimiento y los mismos interrogantes que suscitan en la conciencia lectora o espectadora sus piezas dramáticas, sus soliloquios dispuntuados en los que habitan personajes herméticos en un constante y errático deambular.  

sábado, 4 de junio de 2011

EL FRÍO AZUL

El frío azul
Ramón Caride
Traducción: Juan Rodríguez Pastor
Grupo Anaya, Madrid, 2011, 99 páginas.

Esta novela, en su versión original en lengua gallega, se hizo merecedora en el año 2007, del Premio Lueiro Rey, uno de los más prestigiosos en narrativa corta de los que se convocan en Galicia. Su autor, Ramón Caride, es un escritor todoterreno, con una amplia y consolidada obra literaria en todos los géneros, y reconocido como tal por la crítica y por los lectores. Poeta destacado, cuyo género le inició en la literatura, autor de una amplia y variada producción de literatura infantil y juvenil, marcada casi siempre por los problemas ecológicos. Sin embargo, en mi opinión, es en la literatura para adultos donde Ramón Caride luce toda su fuerza fabuladora y una gran riqueza como expresión de la lengua. Una narrativa que se centra principalmente en su trilogía De sombras e de lumes. Es muy probable, sin embargo que los lectores de Ramón Caride se sientan aún más fascinados por algunos de sus numerosos relatos breves y no tan breves. Por ese desenlaces inesperados y cortantes que se iniciaron en el año 1990 con el volumen, Os ollos da noite. Incontables relatos que son prolongación de ese gran macrotexto que Ramón Caride escribe desde siempre. Esas historias profundas y dolientes en las que se anclan sus dos grandes obsesiones: la contingencia de la felicidad y la imposibilidad encerrar en el  determinismo de leyes y teorías el mundo de sus héroes y personajes. Una obra, pues, que rebosa trama, fabulación, máxima comprensión sobre todo en el relato corto, finales inesperados en los que se reitera la fascinación por las trampas del azar. Buena parte de esta narrativa, tanto de su literatura para adultos como la infantil y juvenil, se encuentra traducida al español y a otras lenguas.
En la misma línea, aunque abordando por primera vez una temática hasta entonces inédita en la obra del escritor, es preciso adscribir El frío azul. En el año 1985 el poeta gallego Manuel María escribía como parte del prólogo de uno de los primeros poemarios de Ramón Caride, unas líneas que nos descubren la huela de lo que, muchos años más tarde, terminaría siendo esta novela breve: “CEA DAS PANADEIRAS es una tierra sobria, hermosa, contenida y amparada por la Sierra Martiñá y por la leyenda monástica de Oseira”. Y en efecto, El frío azul es una novela injertada en la leyenda del monasterio de Oseira. También una novela histórica, pero solamente en el sentido de que se halla ambientada en el siglo XVI. En nada se asemeja a ese género de novela histórica que se acostumbra ver en los escaparates de muchas librerías y que no pasa de ser banalidad comercial.
Ramón Caride
El escritor nos sumerge, durante su recorrido ficcional, en la leyenda y en la historia. Las leyendas del Monasterio de Oseira, así como una leyenda muy popular de la comarca del Courel, se hallan en las bases de una trama que se inicia con la llegada de un viajero al Monasterio de Oseira, en el medio de una intensa nevada. Desde el inicio, el lector percibirá que, detrás de todo ello, hay un misterio, un enigma que se irá desvelando, como si tirásemos de un ovillo, a medida que avanza la trama. La sutura de historia y de leyendas y la voluntad de desvelar el misterioso bagaje, hacen del relato una novela itinerante que transcurre en distintos lugares de la geografía española, y de manera significativa, sobre todo por su valor simbólico, en Extremadura, en los pueblos de la “fala” del Valle del río Ellas, donde se habla una variante del gallego.
No son pocos los temas recurrentes en la producción literaria anterior del escritor que hacen acto de presencia en El frío azul. De forma muy significativa, la intolerancia y los abusos del poder, la postergación de la mujer, la destrucción de la naturaleza, fenómeno representado por la presencia invasora del poder eclesiástico. Creo pues
que es legítimo concluir que en su relato, Ramón Caride echa mano de leyendas y vestimentas históricas que aún perviven, para acercarnos historias reales, verdaderos dramas, insólitas aventuras, corazones heridos y, sobre todo, personas de carne y hueso, portadoras de una biografía en su pretérito y con un futuro, que, como la dicha, nunca será unidimensional ni sencillo, sino enmascarado por las sombras y repleto de interrogantes de difícil respuesta.
El alto valor literario de su prosa, la cuidada construcción de los personajes, la tensión dosificada de una trama que viaja a siglos pasados, la correcta contextualización del argumento en la filosofía y en la teología (platonismo y epicureismo, sobre todo) son así mismo alicientes que convidan a leer El frío azul en la versión de Juan Rodríguez Pastor.