viernes, 28 de octubre de 2011

"El NUDO", EN LA RED DE UNA NOVELA METAFÓRICA



El nudo
Rodrigo Soto
Editorial Periférica, Cáceres, 2011, 197 páginas.


Rodrigo Soto (San José de Costa Rica, 1962) es uno de los narradores centroamericanos más reputados. Representante así mismo de la literatura más vanguardista. Autor de una obra exigente, tanto en prosa como en verso, y renovador de la narrativa centroamericana. Editorial Periférica reedita ahora su novela El nudo, aparecida ya en el año 2004 en Ediciones Perro Azul con una tirada muy limitada.
Cabe leer El nudo como una novelita entretenida y agradable. De hecho así se ha leído. Como algo ligero, ameno, bien contado. Una novela que no estorba en el territorio de la literatura juvenil. Pero resumir El nudo a la peripecia y devenir de un grupo de adolescentes, enmarcados por un hecho azaroso que les aconteció un día, equivaldría a no superar la epidermis de una novela rica y compleja. El nudo  narra en efecto la historia de unos adolescentes  que durante un viaje a una playa costarricense encuentran un alijo de cocaína. Casi sin saber como, se quedan con la droga y  a partir de ese momento, de una forma paulatina pero radical, van a cambiar sus vidas y las de las personas -las muchachas de su edad- que, como satélites, giran a su alrededor.
Un libro que pretende ser, y de hecho lo es, una narración sobre la responsabilidad y las consecuencias que se derivan, casi por azar y necesidad, de nuestras decisiones y acciones y sobre las muchas vidas que contiene cada vida y las muchas historias encerradas en cada historia (página 15). Después de efectuar una genealogía de los personajes principales, tres muchachos y dos muchachas de su edad, la narración se detiene en el encuentro, conocimiento y amistad de estos adolescentes, sus amores e ilusiones, años de aprendizaje en la amistad y en el amor, sus afinidades y simpatías, rechazos e identificaciones. Hasta que el encuentro de los paquetes de cocaína, sin saber cómo salir del enredo y tentados constantemente a cortejar con ella, trastoca la llanura de sus presentes y, sobre todo, convierte sus futuros en una catástrofe.
Este es el núcleo diegético de El nudo, pero la novela es mucho más. Lo que primero salta a la vista es el pacto narrativo, el contrato implícito que la novela demanda entre el narrador y los lectores, sus receptores. Este pacto de lectura actúa de forma explícita y muy fuerte en el arranque narrativo. Debido a dicho pacto aceptamos la omnisciencia absoluta del narrador. Es él el que toma en sus manos el poder del relato y se lo deja muy claro al lector: “Aquí sucede lo que yo escribo”, reiterándolo más adelante:”Así está escrito y así sucedió” (página 72). Se trata, no obstante, de una omnisciencia autorial ubicua, omnipresente, pero mostrenca y estéril, si no existiera un receptor lector. Alguien ha escrito que El mundo es una novela sobre la construcción de lo real. Debe, a mi juicio, matizarse esta aseveración  del narratólogo costarricense Carlos Cortés. La novela construye efectivamente lo real, pero solo lo real simbólico que no existiría sin el lector. Es el lector con su deseo y con su acto de lectura el que yergue la novela como realidad significativa. De nuevo las palabras del primer párrafo son altamente ilustradoras: “pero sin tu ayuda nunca llegaremos al final…Sólo tu deseo y mi palabra, o tu palabra y mi deseo, o lo que nace de su encuentro, puede dar inicio al tiempo, poner en movimiento los hilos de la trama” (página 11).
En definitiva, la “interacción fructuosa” que constituye la esencia del pacto narrativo y que da lugar a un interesante juego literario autor-lector, con múltiples giros y saltos en el tiempo para contarnos, desde una cierta distancia de los acontecimientos, el cuarto de siglo posterior al hallazgo de la droga
Rodrigo Soto

 en la vida de los protagonistas masculinos y de sus satélites femeninos con curiosas y arriesgadas prolepsis y analepsis en el tiempo de la historia. Esta interacción narrador-lector y el proceso de creación de la narración que acaba siendo ficcionalizado, abre la dimensión metanarrativa de la novela.
El texto de Rodrigo Soto desde su título hasta el párrafo final esta sabiamente hilvanado con los hilos de una profunda metaforización. Ya en si el título es una gran metáfora presente en todo el relato: como trama, como red que une y atrapa a los personajes en su adolescencia y en los años posteriores. Así mismo, como nudo gordiano que hay que vencer, materializándose en la historia de la paulatina ruptura de los vínculos amistosos de los jóvenes protagonistas, pero que continúa anudando sus vidas a través del tiempo, en una trama invisible, pero tan eficaz como ese trasmallo de pescador del párrafo final, del que son incapaces de liberarse los caricacos.
He aquí pues, al lado de una trama entretenida e incluso ilustradora sobre las consecuencias de las decisiones humanas, sobre los caminos en el filo de la navaja y el juego infinito de los límites, sobre el torbellino que arroja al abismo a unas vidas que tanto prometían y sobre los fragmentarios micro y macrocosmos costarricense, otras dimensiones que hacen de El nudo una interesante muestra de la literatura más innovadora, que nos llega además sorteando el criterio de traducibilidad al español de España, algo que es preciso aplaudir en esta edición de Editorial Periférica.
                                   

Fragmentos

“-¿Sabe qué, primo? Ser piedrero es tuanis, es lo que se dice toda. Si no ¿por qué cree usté que tanta gente se va así, resbaladita en esto? Si fuera una mierda nadie se embarcaría, ¿verdá? No siente como que, ¿ya? Como que así debería ser siempre, como que la vida de veras, la vida de verdad, como tiene que ser legítimamente la vida para que sea vida y no muerte, es así, ¿me entiende? Y todo lo demás es cuento, es hablada, es mentira, es…¿Ya? Pero lo pior es andar arratado. ¡N’hombre, eso si es feo! Se siente uno peor que una rata y quiere palmarse. Idiay, mejor se muere y ya. ¿Cómo le dijera? La vara empieza aquí, en la garganta, o si no en el estómago, pero de ahí se pasa rapidito a todo el cuerpo. Es como si anduvieras zompopas por dentro. ¿Me entiende? Y después comienzan la nervia”

…..

“Era como si el nudo silencioso que tejieron más de veinte años atrás continuara ahí, entrelazando sus vidas en una trama invisible de la que ninguno de ellos llegaría nunca enterarse, y de la que por eso mismo nunca se podrían librar, o como si las incesantes ondas que se originaron en una época remota de sus vidas, tocaran ahora el límite y rebotaran en la orilla del estanque, iniciando el regreso hacia el punto de origen; en su viaje se encontraban con las que todavía estaban en camino, encimándose y superponiéndose en leve confusión.
Pero si el principio es dudoso, el final no lo es menos, y la vida de todos nuestros personajes seguirá su curso durante muchos años, después de que concluyan los hechos de esta narración”

(Rodrigo Soto, El nudo, páginas 17-18, 195)





domingo, 23 de octubre de 2011

"LA CASA DEL ARRAYÁN": LA IMAGINACIÓN HIPERBÓLICA DE ROSY PALAU

La Casa del Arrayán
Rosy Palau
Editorial El Colegio de Sinaloa, Culiacán (México), 108 páginas.


Ante libros como esta como esta colectánea de relatos de Rosy Palau, surge una pregunta primordial: ¿Por qué desconocidos peldaños somos capaces de ascender hasta esos hornos donde se quema una innominada lumbre que incendia nuestras noches de fantasía y que es siempre nueva, siempre se está renovando con llamas inéditas e inverosímiles?  Hay ocasiones en las que nos da la impresión de que ya todo está inventado, de que la creatividad ya no es capaz de brindarnos nuevos amaneceres,  capaces de sorprendernos con nuevos y esenciales resplandores. Este pequeño libro de prosas, fruto de la voz esencialmente poética de Rosy Palau, testimonia justamente lo contrario: que los manantiales del gran río de la fabulación no están agotados. Un poeta gallego, Luís Pimentel escribió en su día que la poesía es la gran verdad del mundo. Rosy Palau cree al contrario que la literatura es la más hermosa de las mentiras, aunque sus frutos surjan todos ellos de verdades emocionales, de los recuerdos de la infancia o de nuestros sueños de todos los días.
Con palabras ampliamente instruidas en la poesía que cultiva desde el año 1990, la autora nos fascina con sus colección de historias que posiblemente son mosaicos o absorciones de otras historias -lo es cualquier historia, si le hacemos caso a Julia Kristeva-, pero cuyo núcleo desencadenante fue mamado junto con las experiencias vitales de la escritora. Por eso las fantásticas imposturas plasmadas en este volumen de verdades emocionales y de recuerdos imaginados que surgen de la memoria, convierten la lectura de los relatos de Rosy Palau en una experiencia sumamente placentera.
Rosy Palau
Y así, acompañados por las almas que andan por ahí sueltas y que le hacen pena a la escritora, leemos los dieciséis relatos de La Casa del Arrayán. Somos espectadores, a través de la voz vicaria de la autora, de la llegada del circo venido de la China. Es el circo de las sombras que se presta a hacer su función con la Majei y el Manolo que hablan de casamiento. Escuchamos a la Lupita que se levanta de la tumba para que no sigan diciendo mentiras de que si estaba loca, que nació cuando las estrellas echaban chispas queriendo salir del cielo, que piensa que el amor no tiene mancha cuando es amor del bueno y después de la muerte le agarra el habladero y nos cuenta la promesa que la llevó al hoyo donde la tierra se junta con la tierra. También la cantinela del Dr. Singer: los fantasmas no son almas sin descanso de los muertos, sino los disfraces de nuestros deseos. Y cuando sorprende a Mercedes atravesar la pared de su cuarto, se da cuenta de que los deseos adquieren el poder de tener deseos. Y de nuevo a la Lupe que retorna en el cuento que rotula el libro para decirnos: “No se preocupe niña, al cabo todos estamos muertos” (página 63).
Y de esta guisa, dieciséis relatos, guiados por el mismo hilo conductor, excepto el titulado “Desde la luna”, una querencia de Rosy Palau, acrecentada en este caso por la intertextualidad. Historias nutridas en la tradición oral, núcleos diegéticos explícitamente anclados en es cultura mexicana en torno a  la muerte, en esa amalgama entre el aquí y el más allá que se complementan y que muchas veces confundimos con el surrealismo. Es esa sin duda lo que explica la cercana familiaridad  con los muertos en los relatos de Rosy Palau. “Los muertos ya sean alegóricos o reales de lo único que de verdad se mueren es del olvido”, piensa Rosy Palau. Y en esa interconexión entre los vivos y los muertos, cobija la narradora la mayoría de sus relatos, que nos llegan aderezados con una expresión de belleza y de colorido absorbida y expresada lingüísticamente.  Prosa muy sensual, lúbrica, cercana a la poesía y, a pesar de ello, my expresiva. Y con un plus añadido que yo siempre aplaudo: la presencia de los usos locales del español que son tan enriquecedores del idioma común. Una lengua exuberante, preñada de cromatismo, perfecto cauce expresivo para una imaginación sin límites.
                            

Fragmentos


“Con el sol brillante en la punta de los tabachines, los había visto venir. El carromato se abrió paso entre bolas de rama seca y ventarrones de polvo. Muñecos de trapo, bules, cazuelas, mecates enroscados, alborotaron el silencio al paso de las ruedas sobre los hoyos del camino. Ya en la entrada del pueblo, aminoraron la marcha y encendieron las bocinas. Un sonido de mil radios descompuestos sofocó la voz del anunciante, provocando que los que no estaban ahí, salieran de sus casas como si escaparan del fin del mundo. Luego se aclararon las palabras y todos pudieron entenderse. A las 5 del otro día, venido directamente de la China y aclamado por todas las naciones, el circo de las sombras daría su función”.

…..

“Me llamo Guadalupe y estoy aquí, levantada de la tumba, para que no sigan diciendo tantas mentiras, para que nadie crea esas historias de que si estaba loca, de que si andaba por las calles contando las bolitas del rosario por uno que me dejó vestida de matrimonio a las meras puertas de la iglesia. Si alguna locura me quieren achacar, es la de haber nacido ese día del eclipse en que todo se puso oscuro, como los ojos de aquellos que esperaban lo peor, esos ojos que más querían oír que ver, pegados a las paredes como los perros a las patas de los catres, deshilachándose en las sombras. A todo el espanto se le arrimó otro espanto, el de los gritos de mi madre que eran, dicen, un ventarrón que hacía temblar la lumbre de los braceros. La Dolores que salió corriendo a traer agua del patio, sólo abrió la boca para decir que por allá fuera echaban chispas las estrellas queriéndose salir del cielo. Luego, yo lloré de hambre bajo el sol entero, enterito como los mangos y la guayaba que colgaban de los árboles llenos de trapos rojos (…)
La casa siempre estuvo llena de mujeres prietas, mitoteras de querer lo que no les pertenecían. Les bastaba doblar la hoja de un tamal para armar un cuento. A mi me tenían envidia, se les veía de lejos porque yo era blanca, porque a mi me consentían hasta por no hacer nada y sin que nadie se los pidiera, se dieron a la tarea de medirme el ocio. –Se va a tullir, queriendo sacarle una canción al cacarear de las gallinas, murmuraban. Mi madre las dejaba decir y luego a las seis cerraba la tienda, tejía mis trenzas, me hacía en la frente la señal de la cruz y nos íbamos a la misa para que no nos ensuciaran los pecados”

(Rosy Palau, La Casa del Arrayán, páginas 13, 17-18)

viernes, 21 de octubre de 2011

"RECUERDOS DE UN CALLEJÓN SIN SALIDA": LOS FILTROS DE LA TRISTEZA


Recuerdos de un callejón sin salida
Banaya Yoshimoto
Traducción de Gabriel Álvarez Martínez
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 212 páginas.

Banana Yoshimoto, pseudónimo de Mahoko Yoshimoto (Tokio, 1964) es una conocida escritora nipona. Su estreno en la palestra literaria con la novela Kitchen resultó realmente explosivo, haciéndola merecedora de premios prestigiosos como el “Newcomer Writers Prize”. Autora de una obra prolífica y polifacética compuesta por novelas, relatos y ensayos, se la considera junto con Haruki Murakami una de las voces que mejor representan la actual narrativa japonesa, sobre todo las prácticas vitales a las que han debido enfrentarse los jóvenes japoneses en los pasados lustros finiseculares. Sus personajes suelen ser criaturas ancladas en la soledad y profundamente sensibles. En su macrocosmos literario juegan un gran papel las emociones, las sagas familiares, la vida doméstica, las relaciones amorosas, hecho que ha motivado que no pocos críticos consideren que sus obras explotan el estereotipo de la feminidad dulce, sumisa, resignada y que, más que la calidad, persiguen fines comerciales. Sus seguidores, en cambio, rechazan que la narrativa de B. Yoshimoto linde los territorios de la superficialidad, aunque puedan ser divertidas y sepan plasmar, sobre todo, la vida frustrante de la juventud japonesa de hoy.
En lo que no existe debate es en algunas de las constantes de la “marca” literaria de B. Yoshimoto, en especial en ese aire de melancolía y tristeza que tiñe sus historias. Los personajes de B. Yoshimoto ven el mundo a través de los filtros del abatimiento. Ella misma, en el epílogo de esta colectánea de relatos, intenta vendernos ese aire de tristeza y se pregunta: “Por qué ahora me da por escribir sobre cosas tristes que son las que más me cuestan?” (página 211). Y confiesa que sus relatos tienen un fuerte tinte autobiográfico hasta el punto de que ella misma lloró al leer las galeradas. Ese aporte autobiográfico quiere que sea soterrado antes del nacimiento de su hijo. Pero que nadie se confunda: sus relatos son ficciones y, como tales, no reflejan hechos reales que le hayan acontecido a ella misma.
Dos de los relatos, el primero y el último, destacan por encima del resto. En ambos nos encontramos con seres solitarios y sus historias parecen recubiertas por una pátina de languidez, melancolía y tristeza lírica. “La casa de los fantasmas” tematiza las vivencias existenciales de dos jóvenes estudiantes. El personaje masculino habita en un piso fantasmagórico, situado en una casa en ruinas, cuyos dueños, una pareja de ancianos, habían fallecido intoxicados por monóxido de carbono, al quedarse dormidos junto a un brasero. Mas sus fantasmas siguen haciendo frecuentemente acto de presencia. Entre los dos jóvenes va creciendo una cierta intimidad hasta que llega el momento en que hacen el amor. El personaje masculino busca nuevas expectativas, rompe con la tradición familiar y emigra a Francia. Pero, pasados unos años, regresa y la relación amorosa se consolida. El final es enteramente previsible: vivirán felices, placenteramente en su pequeño mundo, mas en la base de su relación siempre estará presente lo que sintieron la primera vez que hicieron el amor en aquel piso herrumbroso habitado por presuntos fantasmas, cuya vida puede ser la clave para la pareja de protagonistas.
En el relato que rotula el volumen, “Recuerdos de un callejón sin salida”, B. Yoshimoto nos sumerge en un placido mar de pequeñas cosas capaz de curar las penas. Una historia sin ese final feliz y previsible que el lector encuentra en los otros relatos. Historia de una decepción amorosa y al mismo tiempo del poder cauterizador de la amistad. El personaje femenino, abandonado por su novio, vive sumido en la pasividad y en la tristeza, pero el mundo visto a través de aquella aflicción le parece nítido. Hallará consuelo en la amistad con un chico que trabaja en un bar situado en un callejón sin salida. Si vida, sumida en la ingenuidad y en la nostalgia, se caldea con el afecto de este joven, cuya presencia y conversación restañan sus heridas. Por eso llorará lágrimas de gratitud hacia el misterioso transcurrir del tiempo.
Y otras tres historias con sueños curativos que anulan sufrimientos anteriores, con niños capaces de ver la luz que habita dentro de cada ser humano, generadora de alegrías y de amor. Metáforas líricas sobre la memoria, los recuerdos y la felicidad. Ficciones sencillas, teñidas con tonalidades de melancólicas delicadezas, casi todas con finales amargos, sin grandes traumas ni apasionamientos, insertadas en estructuras narrativas que trascurren a través de una calmada cadencia y escritas con un lenguaje limpio, sereno, sin arrebatos líricos. Relatos, pues, que se tiñen con los colores otoñales, tonos medios y que, a veces al intentar tematizar lo inefable, esas misteriosa luz interior por ejemplo, corren el riesgo de caer en infantiles inconsistencias.
                                              

Fragmentos

“Mientras bebíamos té, sentados junto a aquella ventana inundada de claridad, nos envolvió una cálida y placentera luz amarilla. Era precisamente lo que quería; una luz que hacía pensar a mi corazón marchito: «¡He aquí lo que me faltaba!»
La palabra que más se aproxima a lo que sentía tal vez sea «bendición»(…) Por aquel entonces, yo creía que lo que nos unía era el sexo, pero luego me di cuenta de que no, de que con el simple hecho de charlar con él, sentía una energía indescriptible que surgía del fondo del estómago y recorría todo mi cuerpo. «Sí, eso es. Con esto basta».
Ese sentimiento acabó transformándose en convicción, y con tan sólo sonreírnos el uno al otro nos sentíamos satisfechos (…)
Nuestra luz interior, la bella luz transparente del exterior y la luz y la luz que resplandecía cuando estábamos juntos se fundió en una sola luz que iluminó nuestro futuro”.

…..

“Ahora me doy cuenta: entonces, pese a que me encontraba en uno de mis peores momentos, yo vivía en la mayor de las felicidades.
Tanto era así que podría guardar el tiempo vivido aquellos días en un cofre y custodiarlo como si fuera el mayor tesoro de mi vida. La felicidad llega sin llamar a la puerta, al margen de las situaciones y circunstancias que la rodean a una, con una independencia casi cruel. No importa en qué situación te halles o con quien estés.
No se puede predecir.
Es imposible fabricarla a nuestro antojo. Puede aparecer al siguiente instante o no hacerlo nunca, lo que convierte nuestra espera en un esfuerzo vano. Es imprevisible, igual que las olas o el tiempo. Los milagros siempre están al acecho y, ante ellos, todos somos iguales.
Pero eso era lo único que yo aún no sabía”

(Banana Yoshimoto, Recuerdos de un callejón sin salida, páginas 54-55, 164-165)
Banana Yoshimoto

lunes, 17 de octubre de 2011

"NIÑOS FEROCES": VOLUNTARIOS PARA LA CATÁSTROFE


Niños feroces
Lorenzo Silva
Ediciones Destino, Barcelona, 2011, 395 páginas.


Si el lector se interroga por la naturaleza estructural de lo que acaba de leer, no cabe duda de que concluirá que Niños feroces es metanarrativa: la novela de una novela. En efecto, la dimensión metaficcional se hace presente de principio a fin en la misma arquitectura compositiva de la novela. Lázaro, un joven de casi veinticuatro años quiere ser escritor, aunque lo que escribe le parece siempre una pamplina y no consigue pasar de los doce folios. Por eso se apunta a un taller de narrativa. Pero allí nadie es capaz de hacer otra cosa que encadenar links porque han recibido un relato fragmentario de la realidad. No es ese el caso de Lázaro: lo que a él le hace falta es una buena historia. Su profesor le regala una. Y así se inicia una propuesta narrativa por la que se interna Lorenzo Silva que, echando mano de otro de los recursos de los postnarradores, el debilitamiento de las barreras entre los géneros, amalgama fuentes documentales, testimonios personales, ficción e intertextualidad. Todo ello para contarnos y hacernos reflexionar sobre el hecho de que siempre son los jóvenes los que van a la guerra y lo hacen en primera línea, por ideales, por dinero o por un permiso de residencia. Y asumen la hombría o la culpa, mientras otros, desde las poltronas del poder en retaguardia, toman las decisiones de enviarlos hacia el horror y se absuelven sin ningún remordimiento o recurren a versiones de misiones estrictamente humanitarias, contradichas por los hechos.
La novela está narrada en tres espacios históricos, los años cuarenta, el otoño del 89 y la actualidad y se desarrolla en varios espacios geográficos: el frente de Leningrado, la batalla de Krasny Bor, los Cárpatos rumanos, Postdam y finalmente Berlín, la defensa de Berlín, empuñando las armas contra los rusos en 1945. Como historias interconectadas aparecen otros hechos bélicos o reivindicativos: la guerra de Afganistán, la de Irak (Nayaf, Diwaniya) y el movimiento  de los Indignados del 15-M en la Puerta del Sol de Madrid.
Pero el hilo conductor de la novela es Jorge García Vallejo. Una cuenta familiar pendiente de la Guerra Civil española y una frase de Torrente Ballester adulatoria de José Antonio (“La revolución es la tarea de una resuelta minoría inasequible al desaliento”), marcan en su existencia un antes y un después. En el verano del 41 se una a la DEV (la División Azul) con un único objetivo: derrotar al comunismo. Y con el valor y el miedo en permanente conflicto, se hace hombre  en la cruenta batalla de Krasny Bor. Pero cuando España se retira de la guerra, se convierte en rebelde, en miembro de una unidad apátrida de la SS y con ella participa en diferentes batallas y finalmente en la defensa de Berlín. El ideal anticomunista le había convertido en un niño feroz, voluntario para la catástrofe, porque aquellos niños, como Jorge, quizás tenían conciencia del despropósito atroz del que formaban parte, pero su sentido de la lucha -la defensa de Europa y la indignación por la cobarde deserción de Franco- les hizo resistir hasta el final, hasta que Hitler se pega un tiro en la cabeza.
Niños feroces no es una novela de nazis o sobre nazis en la que son ellos los que nos hacen comulgar con su punto de vista o en la que aparecen retradaos sin más como los malos de la película. Es otra cosa. Un alegato contra el belicismo y una novela sobre la juventud empujada como peones al campo de batalla. Su energía, en vez de ser canalizada como motor de progreso y edificación de futuro, acaba siendo transformada en potencial de muerte y destrucción. Por eso al final de una novela que avanza mientras lo más mugriento de la Historia renace una y otra vez, se nos muestra la inapelable contradicción de los que, en plenitud de juicio, en circunstancias favorables, deciden la guerra y se absuelven sin remordimientos como Albert Speer y Tony Blair y aquellos que yerran desde la inmadurez o la ofuscación ideológica y aceptan en cambio su responsabilidad, como los jóvenes protagonistas de la novela o Günter Grass
Lorenzo Silva
Imbricados en el relato aparecen una serie de escritores, o mejor dicho, una determinada concepción de la literatura. Es el difícil magisterio de aquellos autores a través de los cuales se define Lorenzo Silva (Walter Benjamin, Kafka…) y referencias a actitudes, gestos y citas de otros escritores (Torrente Ballester, Edith Stein, Imre Kertesz. Jorge Semprún, Michael Herr, Marinetti…) oportunamente referidos. Las lúcidas cavilaciones bejaminianas, sobre todo, nutren la intertextualidad que forma parte de la esencia de este libro, así como los acontecimientos que tuvieron lugar durante el proceso de escritura. La novela finaliza, y no aleatoriamente, el 11 de junio del presente año, víspera del levantamiento de la acampada de los Indignados en la Puerta del Sol de Madrid, un atisbo de una juventud manipulada que se rebela y cuya energía se está trasladando a varios países. Jóvenes o ciudadanos no tan jóvenes,como los protagonistas de la novela, que  rechazan convertirse en partidarios de otro tipo de catástrofe que directamente nada o poco  tiene que ver con el militarismo, sino con las paradojas y mentiras sociales, políticas y económicas de los últimos años, la eterna catástrofe de los dominantes y de los dominados.

                                      
Fragmento

“-Mi primer contacto con el combate de verdad, ese en el que ves los ojos de enfrente -recordaba Jorge-, me descubrió su rostro aterrador, que no es el de la amenaza particular que pueda suponer el enemigo, sino la sensación de que en cualquier momento y desde cualquier lado puede venirte cualquier cosa. La capacidad que tiene que desarrollar el combatiente es la de convivir con esa sensación sin salir corriendo, o sin tirar el arma al suelo y dejarse matar a la primera ocasión. Lo que más te ayuda es haberte adiestrado en los movimientos más mecánicos, y concentrarte en ellos. Yo busqué, en medio de los rusos, el punto más denso, y allí, en una fracción de segundo, escogí mi primera víctima. Apreté el gatillo, lo vi caer. Y a partir de ahí seguí, uno tras otro, repitiendo la operación. Cerrojo, apuntar, fuego, cerrojo, apuntar, fuego…”

(Lorenzo Silva, Niños feroces, páginas 199-200)

viernes, 14 de octubre de 2011

RELATOS DE KOLIMÁ: LA RESURRECCIÓN DEL ALERCE

Relatos de Kolimá
Volumen IV. La resurreccióndel alerce
Tradución: Ricardo San Vicente
Editorial Minúscula, Barcelona, 2011, 357 paginas.

Editorial Minúscula prosigue con la publicación de los Relatos de Kolimá de Verlam Shalámov (1907-1982), posiblemente el escritor que mejor ilumina la oscura ignominia de la época estalinista. El presente volumen, el cuarto de la serie, reúne treinta relatos surgidos de manera dispersa y sin tener en cuenta el orden cronológico. En su conjunto representan una de las grandes epopeyas del siglo XX, la epopeya de la supervivencia bajo los hielos perpetuos. Verlam Shalámov fue detenido en Moscú el año 1929 y condenado  a tres años en un campo de trabajo en la región de los Urales por difundir el testamento de Lenin, crítico con las brutalidades del estalinismo. De regreso a Moscú, escribe poemas y relatos y en 1937 fue condenado de nuevo a cinco años de trabajo en la  región siberiana de Kolimá. Acusado de nuevo de propaganda antisoviética en 1943 fue enviado otra vez a Siberia donde permanecerá diez años. Logró sobrevivir gracias a su trabajo como enfermero en el gulag.
Además de su magna obra, Relatos de Kolimá, Shalámov escribió ensayo y poesía. Escribir poesía en las pavorosas condiciones de Kolimá -un pedazo de papel podía suponer una nueva condena- da fe del temple moral de un hombre que, junto con Aleksandr Solzhenistsyn, Boris Parternak y Nadezhda Mandelstam, ilustra el coraje de vivir y el espíritu de resistencia a pesar del horror de los trabajos forzados en uno de los lugares más inhóspitos del planeta..
Los Relatos de Kolimá fueron publicados en Occidente a partir de 1966, con consentimiento del autor, según los editoresoccidentales. Sin embargo, en 1972, Shalámov, presuntamente por presiones del régimen soviético, escribió una carta retractándose de los mismos y renunciando a su publicación en el extranjero.
Varlam Shalámov
Los Relatos de Kolimá constituyen un ambicioso proyecto narrativo que se convierte en testimonio de una vergonzosa realidad: la de la existencia de los campos de concentración y la vida en los mismos en condiciones extremas. Los treinta relatos de este cuarto volumen son variaciones inagotables que, basándose únicamente en la fuerza de la narración y huyendo de cualquier concesión a lo sentimental y panfletario, constituyen un testimonio esencial de la tragedia. Para los lectores de hoy en día, una recuperación de la memoria histórica, alegato contra un período nefando, construido como una radical expresión literaria de un creador que da fe de lo que vivió. Historias protagonizadas por seres humanos, pero también por animales o dedicadas a los elementos climáticos o incluso a libros -el cuarto tomo de Guermantes de Proust- y delineadas con una prosa sencilla, lacónica, contundente, emotiva en alguna ocasión, pero sin caer nunca en lo lacrimógeno. A través de ellas es posible aproximarse al dolor humano, un dolor exponencial, y captar la inapelable denuncia, tal como el mismo Shalámov escribía en 1971: “Cada uno de mis relatos es una bofetada al estalinismo y, como toda bofetada, se rige por leyes de carácter simplemente musculoso. Así se escribieron mis mejores relatos. En ellos no hay composturas y en cambio hay determinación. Cada uno de ellos es una veracidad absoluta, es la veracidad del documento”
                                           

Fragmentos

“Uno de los principales sentimientos que se experimenta en el campo es el de comprobar lo ilimitado de la humillación, el de consolarte con el hecho de que, en cualquier situación, sean las que sean las circunstancias, siempre hay alguien que está peor que tú. Esta gradación es muy variada. Este consuelo es salvador, y quizás en él se esconda el mayor secreto del hombre. Este sentimiento…Este sentimiento es salvador, como una bandera blanca, y al mismo tiempo representa la conciliación ante lo inconciliable”
…..

“El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.
En Kolimá los pájaros no cantan. Las flores de Kolimá -brillantes, presurosas, burdas- no tienen olor. Un corto verano -como un aire frío, sin vida-, un calor seco y el frío de la noche.
En Kolimá solo huele la uva espina, el escaramujo de la montaña, con sus flores de rubíes. No huelen ni el rosado y rudo muguete, ni las enormes violetas, ni el fibroso enebro, ni el eternamente verde stlánik.
Sólo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.
Por lo demás, en Kolimá los difuntos no huelen: están demasiado consumidos, desangrados, y además se conservan congelados entre los hielos perpetuos.
No, el alerce no es un árbol bueno para las romanzas, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza. Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos”

(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Vol. IV. La resurrección del alerce, páginas 87 y  355-356)

lunes, 10 de octubre de 2011

LA ENFERMEDAD DEL LADO IZQUIERDO

La enfermedad del lado izquierdo
Esteban Gutiérrez Gómez
Editorial Eutelequia, Madrid, 2011, 107 páginas.

Otra editorial independiente, llegada del este con “el buen propósito” de aunar arte, filosofía y narrativa, todavía con una parca carta de navegación, pero con un futuro prometedor porque edita de forma exquisita, nos acerca a la narrativa de Esteban Gutiérrez Gómez, un “ser disociado” que publica poesía bajo pseudónimo, imparte talleres literarios y siente simpatías por cuentos escritos por rockeros. La enfermedad del lado izquierdo es su tercer libro. Una novela breve estructurada en dos partes (Morbus e Medeor), que el paratexto diferencia mediante un cambio de numeración de los capítulos: creciente en la primera, decreciente en la segunda.
Una voz testimonial en primera persona narra lo que aparentemente se nos presenta como una pequeña odisea: un viaje de ida y de vuelta de un hombre común, anodino, manipulable. Desde un cuchitril en una buhardilla desde la que avista en el horizonte la montaña azul, el protagonista nos hace partícipes de su particular caída, su descenso y su encierro en la jaula que le prepara su mujer nada más casarse. Convive durante años junto a una mujer desconocida y a unos hijos-pájaro. Norma, la mujer, le reprocha constantemente y en un cuaderno de hule azul, marca las normas: decide los hijos que van a tener, los coitos anuales (once en todo el año), las horas de la ducha, las veces que se tendrá que afeitar por semana. Todo programado. Él intenta hacerse insumiso  y buscar resquicios, pero en el fondo traga con todo, guardando una mudez sacramental. Sin más azul que el de las inalcanzables montañas, su camino por la vida es un dejar de ser, una caída en la rutina, una vida gris que se somatiza en progresivas dolencias en el lado izquierdo de su cuerpo.
Esteban Gutiérrez Gómez
Y cuando todo parecía perdido, encuentra el otro lado de la montaña, comienza a romper las cadenas y a ser lo que debería haber sido, anunciado desde el principio por la cita de George Eliot (“Nunca es tarde para ser lo que deberías haber sido”). Es la cura, el tratamiento de una enfermedad según las reglas, en cuyo proceso juega un papel fundamental la figura de otra mujer, África, símbolo de la naturaleza, de la fuerza sanadora del amor. De este modo, este personaje al que una existencia deshumanizada enferma la parte de su cuerpo que aloja el corazón, irá descubriendo el verdadero sentido de la vida: la amistad, el amor, el compañerismo e incluso una nueva relación con sus hijos.
La novela, sobre todo en esta segunda parte, es una huida del mundo artificial, de la locura financiera, del consumismo desaforado, de la vida esclavizada por reglas que no son las emanadas de la naturaleza. Y un canto a la positividad, a los saltos hacia el futuro, a los viajes hacia lo desconocido. Una búsqueda de la felicidad en culturas ancestrales, en su espiritualidad. En definitiva, otra filosofía de la vida: aquella que nos dice que la verdadera sabiduría se encuentra dentro de uno mismo. Y en buena medida, sobre todo para aquellos que son fieles al curso de la materia, esta novela es también una deriva hacia realidades que se sitúan entre la magia y un cierto misticismo laico. Una mística alienación en la que Esteban Gutiérrez Gómez sumerge al lector por medio de una prosa límpida, ágil, vaporosa, dispuesta en capítulos cortos que se leen con suma facilidad.

sábado, 8 de octubre de 2011

"REINCIDENCIAS": LA DORMIDA MAREA DE ANA ROSA BUSTAMANTE

Reincidencias
Ana Rosa Bustamante
Ediciones Kultrún, Valdivia (Chile), 2011, 97 páginas.

Si es verdad lo que afirma Wallace Stevens de que el poeta “crea el mundo hacia el cual nos volvemos de manera incesante e inconsciente e insufla  vida  a las ficciones supremas sin las cuales seríamos incapaces de concebir el mundo”, entonces resulta claro que el trabajo escritural de poesía de Ana Rosa Bustamante es capaz de ayudarnos a contrarrestar el laberinto de la experiencia dada, su impasibilidad, presentándonos una vívida y luminosa experiencia de aquel. Las palabras de la poeta efectúan ese milagro. Por algo los poetas de este Finisterrae desde el que escribo, repiten que la poesía es la gran verdad y el gran milagro del mundo y Roland Barthes nunca cesó de pensar que la literatura crea la realidad de la palabra.
Un saludo pues a este libro por estas “reincidencias” de Ana Rosa Bustamante que, partiendo de una actitud abierta y liberadora, no solamente expresa la emoción, sino que la absorbe lingüísticamente. Un libro que nos llega en sazón, maduro, sutil o abiertamente combatiente, todo depende de gustos y lecturas. Combate por la memoria, por la recuperación de las voces del pasado. Afirmación de la diversidad como esencia de la vida, de la sabiduría y de los bríos femeninos, de la pasión, porque en los versos de Ana Rosa Bustamante hay una inusual geografía de intensidades emocionales.
Su trabajo escritural, cuyo hilo conductor, continuidad de sus dos libros anteriores (Nuestra Piel Ancha de Fuego, 2007, Vita Clamavi, 2009), es la representación de de la visión femenina en sus múltiples formas de estar en el mundo. La mujer, sobre todo, como icono de fuerza y de voluntad, una condición heredada quizás por sus genes y de los mitos de la tierra dura e inhóspita del desierto de Atacama que acompañó sus primeros soplos de vida. La mujer, así mismo, plena de sensualidad florida y de erotismo, impronta, se me ocurre, de una geografía y de una cultura de litoral, mecida de ebriedad marina y de los febriles aguaceros de la ciudad de Valdivia, que se repiten trescientos días al año y todos los años. En la poesía de Ana Rosa Bustamante se capta la pertenencia a un lugar, o mejor dicho su sentir esa pertenencia con el valor sacramental con el que antiguamente se vivía el paisaje, preñado de signos que implicaban un sistema de la realidad que transcendía las realidades visibles.
Ana Rosa Bustamante

En los versos de Ana Rosa Bustamante se halla toda la sensualidad del mundo y se expresa en la voz de la mujer a la que le han exigido multiplicidad de roles adscritos o adquiridos: la mujer-madre, la mujer-ternura, la mujer-lucha, la mujer-objeto de deseo, la mujer-sometida. Un mujer, sin embargo, que se rebela, que renuncia a permanecer recluida, a la espera, tejiendo y destejiendo, cual Penélope odiseica, y grita y se impone, porque hoy su signo y su futuro es navegar, en esa “mar ancha perla / desvestida y sola / soy su dormida marea / pero mi sangre se agolpa como esa loba / voluptuosa espuma / desnuda bajo la sombra”.
Convencido de que esta es la substancia que enciende el fuego lírico de Ana Rosa Bustamante, recorro sus versos, versos de un buen nivel sostenido y algunos ciertamente luminosos y muy sensoriales: esa amada estatua que en la senectud ya no encontramos; el murciélago invitado a mi quimera, su nido reseco en el que nos quedamos a vivir. Los poemas indómitos de la segunda parte con textos marcados en femenino. O las estrofas, testimonios del miedo y del pavor, de la tercera, una recuperación de la mujer ultrajada de todos los siglos y de todos los territorios. La mujer que también incuba deseos y fuegos y sueños de esa cuarta parte rotulada precisamente así: “Erotismo”.
Se me ocurre apelar a Proust y traer a cuento a Deleuze para ponerle el broche a esta lectura del poemario de Ana Rosa Bustamante: ella, como poeta, inventa dentro de una lengua nueva…extrae nuevas estructuras gramaticales y sintácticas. Saca a la lengua de los caminos trillados y la hace delirar. Es una vidente, una colorista y un músico porque sabe explotar la música propia de la escritura y los efectos de colores y sonoridades que se elevan por encima de las palabras (Gilles Deleuze, Crítica y clínica, página 9)

                                         
Poemas de Reincidencias

MEDIANOCHE

“Engalanada gocé las serpentinas como luna
en las lluvias
así mujer,
nublé los días siguientes y que nadie supiera
la rivalidad de estos huesos
con lo de otra sus huesos;
la fortaleza de incluirla madre dulce clara de sus hijos,
yo la golfa que enhebra una historia a más historias
no privé a la berma de la noche azul de su presencia
ni de los caminos retiré las piedras,
tantos baches placenteros,
porque entre la paja de una acera y los bosques del
cemento
bebí en las fuentes bebí rotunda y sinvergüenza
a pesar de las miserias
de las inertes,
de las señoras.”

IMPUNIDAD

“Así me dijo: ábrete como el loto
en la laguna
para sacarte el barro,
abre las piernas
como los pollitos en la cocina
antes de ponerlos al horno:
mis pies marcaban los hemisferios
donde el jote
escapó en mi volantín,
la calle que nunca veía las lluvias se quedó
en mis zapatos,
mis calcetines volaban en el cielo
y la sombra gemía
entre los alborotados árboles
sus dedos me enfriaban bajo la ropa
yo sentía su rasguño.
El silencio inmenso de la casa
mugía en mis sienes
las baratas arañaban los rincones
que guardarían los secretos
y la sangre usurpadora,
el impostor del dulce cuerpo
del pequeño cuerpo
se quedó en mi niñez
y yo
rompiendo caracoles
así,
cuando los machaco
esa baba escurre
y en mi oído
un resuello.”

(Ana Rosa Bustamante, Reincidencias, páginas 23 y 56)

                               

jueves, 6 de octubre de 2011

"EL MAPA Y EL TERRITORIO": EL TRIUNFO DE LA VEGETACIÓN


El mapa y el territorio
Michel Houellebecq
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 379 páginas.

Los epítetos con los que Michel Houellebecq  ha sido calificado no tienen límites mi mesura. Críticos, comentaristas, amigos y enemigos no se han mordido la lengua. La concesión del Premio Goncourt el pasado noviembre a La carte et le territoire (El mapa y el territorio en la traducción de Anagrama) no han hecho más que acrecentar las fobias y filias    que despierta el escritor en los círculos literarios y fuera de ellos. Primera referencia de la literatura francesa actual, el último provocador verdadero, el nuevo genio de la literatura, escritor escéptico, determinista, imprescindible, desolador, más nietzscheano que el mismo Nietzsche, misántropo, misógino, racista, antropólogo vestido de cínico… El novelista irlandés John Banville recuerda que pocos escritores han hecho tanto ruido  en el mundo como Houellebecq, que es inevitable compararlo con Salman  Rushdie, ya que también provocó la ira del mundo musulmán. Otra voz importante, la del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, miembro de la Academía Goncourt, en agosto de 2010, antes de la publicación del texto y de la concesión del Premio Goncourt, reducía la novela a una charla sobre la condición humana, una escritura afectada…una ficción que convoca personajes reales y los mezcla con otros inventados…un mensaje de un escritor que se considera por encima del montón y de las reglas… y sobre todo la obra de alguien que no ama la vida ni la felicidad.
Sin embargo tal juicio no ha sido compartido ni por los lectores ni por la crítica que, en general, ve en El mapa y el territorio una novela poliédrica en la que conviven el relato psicológico, el ensayo sobre las imposturas del arte actual, un reportaje costumbrista, una intriga detectivesca, un audaz experimento metanarrativo autorreferencial y una diatriba sociológica que esperamos no se convierta en una profecía.
La novela se yergue sobre una original arquitectura. Después de un prólogo de presentación del protagonista, Jed Martin, de la relación más bien fría y distante con su padre, en medio del interludio del los secos chasquidos del calentador de agua de su apartamento, en la primera parte se recupera  la existencia anodina del protagonista, su formación académica, su exigua vida amorosa, en un relato que, salvando las distancias, se asemeja a una novela de aprendizaje. Fotógrafo y pintor sin verdadera vocación -el clásico antihéroe houllebecquiano, definitivamente neutro-, logra no obstante el reconocimiento en su primera exposición: una serie fotográfica de los mapas Michelin. El público entendido en arte considera más real y más fascinante un mapa que el lugar que ese mapa representa! En la segunda parte, Jed Martin prepara una exposición de pintura sobre los oficios de la era post-industrial y contacta con Houellebecq  al que solicita la presentación del catálogo. El encuentro entre los dos artistas es sin duda la parte más destacada del libro. El novelista toma claro partido por la metaficción. En una línea autorreferencial se convierte en el verdadero coprotagonista de esta y de la tercera parte. Y el retrato que de si mismo hace es mucho más despiadado que las parodias que de él han escrito sus críticos (“Era público y notorio que Houellebecq era un solitario con fuertes tendencias misantrópicas que apenas le dirigía la palabra a su perro” página 111-112; “tenía el pelo enmarañado y sucio, la cara roja, casi como si padeciese cuperosis y hedía un poco”, página 143; “parecía una vieja tortuga enferma” página 145).
En la tercera parte, la narración toma un giro inesperado: el asesinato del propio Houellebecq y la novela se convierte en investigación criminal, mientras en la mente del lector aflora la inevitable sonrisa al contemplar lo que el escritor ha hecho de si mismo en la ficción, cómo investiga su propia muerte y las disposiciones testamentarias relativas a su propio funeral.
Formalmente la novela transcurre por un cauce apacible. Prosa típicamente houellebecquiana, con mínimas concesiones al lirismo y sin dejar de ser punzante y hábilmente irónica (“joven pareja urbana sin niños, estéticamente muy decorativa, aún en la primera fase de su amor, y por ello dispuesta a maravillarse por todo”, página 83). Un ritmo ágil y un tono distante que logra el escritor mediante un recurso narrativo que ya había ensayado en obras anteriores: una voz omnisciente  narra la historia desde el futuro, como si todo hubiera acontecido tiempo atrás.
Se ha escrito que El mapa y el territorio es una bomba de relojería contra el arte moderno y la cultura contemporánea. En general las novelas de Houllebecq tienden y se deslizan en terrenos del ensayo. Desde mi particular lectura, este aspecto es lo más reseñable e impactante de El mapa y el territorio. Houellebecq ha ofrecido con frecuencia pronósticos sobre el futuro. El periodista italiano Alessandro Cartoni recordaba, no hace mucho, una antigua entrevista del narrador en Art Press, del año 1995. “Teniendo en cuenta el sistema socio-económico vigente, teniendo en cuenta sobre todo los presupuestos filosóficos -afirmaba Houellebecq-, es evidente que el ser humano se precipita hacia una catástrofe a corto plazo”. La novela despliega ficcionalmente  aquel lejano vaticino: un análisis de los efectos sociales, culturales y económicos del capitalismo avanzado. Después de la reduplicación especular del asesinato e Houellebecq, el relato se ocupa de nuevo de la última parte de la vida de Jed Martin y nos convierte en espectadores de un progresivo decline de su existencia. Su último período artístico pretende reflejar el carácter perecedero y transitorio de la historia. Sus obras durante esta fase de su vida son una meditación impávida sobre el fin de la era industrial occidental, hundida y asfixiada entre las capas superpuestas de plantas. Es el triunfo de la vegetación (“Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto”, página 377)
Michel Houellebecq
                                              

Fragmentos

“(…) Houellebecq  sacudió la cabeza y separó los brazos como si entrara en un trance tántrico; lo más probable era que estuviera ebrio e intentara conservar el equilibrio en el taburete de cocina donde se había acuclillado. Cuando volvió a hablar su voz era suave, profunda, embargada de una emoción ingenua.
 -En mi vida de consumidor -dijo-, habré conocido tres productos perfectos: los zapatos Paraboot Marche, el combinado ordenador portátil-impresora Canon Libris y la parka Camel Legend. He amado apasionadamente estos productos, me habría pasado la vida en su compañía…Al cabo de unos años, mis productos favoritos han desaparecido de las estanterías, lisa y llanamente han dejado de fabricarlos…Es brutal, ¿sabe usted?, terriblemente brutal. Mientras que las especies animales más insignificantes tardan miles, a veces millones de años en desaparecer, los productos manufacturados son desterrados de la superficie del planeta en unos días, nunca se les concede una segunda oportunidad”
……

“(…)-Pues si…-dijo finalmente, devolviéndole el manual-. Es un bello producto, un producto moderno; puede usted amarlo. Pero debe saber que dentro de un año, dos a lo sumo, será reemplazado por otro nuevo, de características supuestamente mejoradas.
También nosotros somos productos –continuó-, productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico, con la salvedad de que no existe, en general, mejora técnica o funcional evidente; sólo subsiste la exigencia de novedad en estado puro”
……

“(…) La obra que ocupó los últimos años de la vida de Jed Martin puede, pues, considerarse -es la interpretación más inmediata- una meditación nostálgica sobre el fin de la era industrial europea, y más en general sobre el carácter perecedero y transitorio de toda industria humana…De ahí ese sentimiento de desolación que se apodera de nosotros a medida que las representaciones de los seres humanos  que habían acompañado a Jed Martin en el curso de su vida terrenal se desmigajan bajo el efecto de las intemperies y luego se descomponen y se deshacen en jirones, y que en los últimos vídeos parecen simbolizar la aniquilación generalizada de la especie humana. Se hunden, por un instante parecen que se debaten hasta que las asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto”

(Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, páginas 148, 150, 377)