miércoles, 12 de junio de 2013

ATADOS A MIMOUN, LA RATONERA



Mimoun

Rafael Chirbes

Editorial Anagrama, 4ª edición, Barcelona 2013, 153 páginas.



   Se cumplen este año veinticinco de la publicación de Mimoun, la ópera prima de Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1949) y Anagrama ha querido reeditarla con honores de estreno como escribe el editor, Jorge Herralde en la entrevista concedida a la publicación Kölner Stadt-Anzeiger el año 2007. Mimoun no es la mejor novela de Rafael Chirbes, pero sí la primera, la que inaugura un camino jalonado de auténticos éxitos literarios (La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid, Crematorio, sin duda la mejor, y la última hasta ahora: En la orilla, otra novela que marca cumbres y fronteras).

   Ya en su primera novela Chirbes deja sentir los acentos de su voz narrativa: literatura intimista, introspectiva, que proyecta su mirada hacia las interioridades de sus  personajes, hacia sus conflictos existenciales, a sus estados de consciencia o inconsciencia. Y literatura que narra lo que ve y tal como lo ve, con flecos expresionistas sin duda. Un realismo comparable al defendido por Francis Bacon, escribió Fernando Valls.

   Mimoun  es hoy en día un texto mítico. Finalista en 1988 del Premio Herralde de Novela, agotada durante años, pese a las tres ediciones precedentes, es un título mítico también en el ámbito de la narrativa-pesadilla, porque el Marruecos que el protagonista halla en Mimoun, el pequeño pueblo del Atlas, no es un marco exótico, sino un mundo cerrado, hostil, opresivo, amenazador. Una localidad polvorienta y moribunda como Comala. Y esa atmósfera fantasmagórica, fría y opresiva la consigue crear Chirbes desde las primeras líneas de la novela.

   Ese ambiente descrito en  Mimoun cobija a un español, un profesor de nombre Manuel que llega a Marruecos con el vano propósito de concluir un libro que apenas escribe porque la historia que había comenzado en Madrid, ya no le parece creíble. El es el principal protagonista y también el narrador. Y sobre todo, un tipo abúlico que empieza a relacionarse con distintos personajes con los que establece un extraño entramado de vínculos tan desconcertantes como la soledad que les corroe, un aislamiento que “era como el de esos árboles inmensos y solitarios cuyas raíces se buscan bajo la tierra” (página 115-116) y que terminará degradándoles. Personajes a la deriva, envueltos en una red invisible, en una ratonera que atrapa. Son Manuel, Francisco, Hassan, Aixa, Rachida, Charpent, cómplices casi todos tanto en los vagabundeos alcohólicos  como en el sexo sórdido, practicado tanto con chaperos como con prostitutas. Y mientras el pueblo duerme el letargo de las largas borracheras, Manuel es incapaz de encontrar un instante de lucidez, agobiado por el alcohol, la ansiedad que le producen los encuentros con sus amantes y por los peligros latentes, los asesinatos o la policía corrupta.

   Mimoun se convierte así en una ratonera. Los personajes que transitan por la novela, parecen irremisiblemente atados al pequeño poblado marroquí del Atlas. Allí siguen viendo transcurrir las horas muertas, yendo al café por las noches o buscando compañía para la cama. Esa era toda su vida, su quehacer diario en un pequeño lugar que subyuga y vampiriza. Allí todos ocultan algo, todos engañan a todos, todos se hallan inmersos en un frenesí del que parece que no hay forma de escapar.

   Novela, pues, de perdedores, sumidos en el mar de fondo de una soledad inmisericorde, más interior que exterior.

   Pese a ser su primera novela, en Mimoun encontramos un escritor sólido que estructura su obra de una forma lineal, con pocos personajes, descritos sobre todo por sus acciones, que escribe con un estilo preciso, compuesto en buena parte de frases cortas, de diálogos escuetos, muchos de ellos en francés que el autor no traduce. Una prosa que a la vez envuelve al lector en esa atmósfera siniestra, caótica, enrarecida, asfixiante, sensual y mortuoria, acompasada así mismo a la paulatina degradación interna del personaje central. Un texto perfectamente encuadrable en esa categoría de los “textos de la ambigüedad”, en la terminología de Teodorov, como recuerda Carmen Martín Gaite, una de las primeras voces críticas que analizaron esta novela.



Francisco Martínez Bouzas






Rafael Chirbes en el marjal  de Pego (foto Mikel Ponce)


Fragmentos



“La tierra de Mimoun era de color rojo y,  a pesar de que me había comprado unas botas que me llegaban hasta la mitad de la pantorrilla, siempre llevaba las perneras del pantalón llenas de salpicaduras. El camino hacia la casa se convertía periódicamente en un barrizal que atravesaban los perros como sombras fugitivas. Los veía romper los charcos bajo las bombillas amarillas y, de noche, ladraban sin cesar cerca de la casa. El frío del invierno había agostado la hierba del espacio que hacía las veces de jardín y que separaba la Creuse de la vivienda de Charpent. En cuanto dejaba de llover algunos días, oía el ruido de las patas de los perros, que trotaban durante toda la noche sobre la hierba reseca. Ese ruido me desvelaba algunas veces y, otras, se metía en mis pesadillas.”



…..



“A medida que fue avanzando el verano, me acostumbré a las noches en vela. Esperaba que amaneciese, sin otra preocupación que la de entender la mecánica de aquella ciudad que volvía a alejarse de mi a fuerza de litros de alcohol. Empecé a buscar amantes con quienes llenar las largas noches que pasaba sin Hassan. Por mi casa, a partir de las diez de la noche, circulaban los compañeros de la última copa, o las prostitutas encontradas en cualquier acera. Dentro de mí fue rompiéndose todo en pedazos. En el colchón de mi cuarto hubo noches en las que nos mezclamos media docena de individuos. Me sentía como un imbécil. Nos acostábamos unos sobre otros completamente ebrios y, luego, en la oscuridad de la habitación, empezábamos a buscarnos con sigilo como si nos importase algo que los demás pudieran darse cuenta.”



(Rafael Chirbes, Mimoun, páginas 44, 104-105)

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