domingo, 28 de julio de 2013

"2666": POLIFONÍA DE UNA NOVELA TOTAL



 
2666
Roberto Bolaño
Editorial Anagrama, Barcelona, 2004, 1125 páginas
LIBROS DE FONDO


(En el mes de julio de 2003, fallecía en Blanes Roberto Bolaño. Al año siguiente se publicó por primera vez y póstumamente, su meganovela, 2666, tal como quedó a la muerte del escritor. Este texto que publiqué en febrero de 2005, reseñando la novela, quiere ser un homenaje a la figura y a la obra del narrador y poeta chileno)

   
    Es suficiente la edición de una meganovela como 2666 de Roberto Bolaño para definir un proyecto editorial. Hasta tal punto que, de no tener un sello editorial como Anagrama, sería necesario inventarlo, aunque sólo fuese para publicar la prosa ecléctica de Bolaño. Para darles voz a sus lúcidos desvaríos temáticos, mezcla de ficción y autobiografía, a sus personajes extremos difícilmente literaturizables, a su escritura radical, tan alejada de los narradores del ‘boom’, y que lo convierten en explorador audaz, el buceador a pulmón libre de la literatura, tal como lo definió su editor, Jorge Herralde, el 16 de julio de 2003 en el texto leído en el funeral laico de este escritor chileno, inconformista siempre y sumido en plena ebriedad creativa, pero a la vez crítico implacable de aquellos escritores que trivializan y prostituyen la literatura.
   Bolaño murió luchando y escribiendo como afirma su amigo Rodrigo Fresán, hasta el punto de convertirse él mismo en ‘hombre obra’, porque desde mediados de los 90 sabía que su dolencia hepática era grave y por eso trabajó contra reloj, consciente de que se le agotaba el tiempo y de que su cuerpo no sería capaz de acompañarlo hasta donde su mente creativa quería llegar: escribir una inmensa novela que había comenzado en el año 2000. En su resistencia pasiva, Bolaño era consciente de que todo llega: llegan los hijos, llega la enfermedad, llega el fin del viaje. Y hablando de la frase pronunciada por Kafka el día en que por primera vez escupió sangre (los dados ya estaban echados y ya nada lo alejaba de la escritura), Bolaño reconoció que los viajes, el sexo y los libros son caminos por los que es preciso internarse y perderse para volverse encontrar o para hallar algo.
   En ese mismo texto, Herralde dio noticia de 2666, la meganovela, la pentalogía que el escritor, “un desesperado escribiendo para desesperados”, había intentado concluir antes de su ingreso en el hospital en el que moriría pocos días después. No hizo falta inventar una editorial de las características aludidas arriba, porque Anagrama, su editora de siempre, acaba de publicar el manuscrito en su última versión, preparado y corregido por su albacea literario, el ex crítico de El País de Madrid, Ignacio Echevarría.
   No es necesario reiterar ahora los juicios de valor sobre la figura del escritor chileno. Basta recordar que su novela Los detectives salvajes ha sido considerada por muchos críticos como la mejor ficción en español de la pasada década, y su autor, el mejor narrador después del ‘boom’. O como proclamaba Susan Sontag, Bolaño fue un escritor extraordinario que ningún lector digno de ese nombre debería perderse.
   Pero es preciso sumergirse en este proyecto torrencial, hincarle el diente a sus más de mil páginas, para darse cuenta de que ‘2666’ no sólo es una meganovela, sino una obra magistral, una novela total, aunque, como el aceite, se derrame en una estructura abierta. Infinitas historias, infinitamente ramificadas, como en su día había vaticinado Borges. En un fragmento de la novela es el mismo Bolaño el que define la codiciosa pretensión de un hipertexto como el que estaba escribiendo: “Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido, no quieren saber nada de los combates de verdad” (páginas 289-290). Mas, a pesar de su carácter de novela colosal, de su estructura infinitamente ramificada, de su índole metaliteraria en muchas de sus páginas, 2666 es una obra literaria entretenida que fácilmente atrapa al lector, condición que la diferencia de otros frutos literarios escritos por algunos ‘letraheridos’ de todos los sistemas literarios.
   Este libro inmenso, inconmensurable, de extensión casi infinita, sutura cinco partes que el lector pude leer de forma libre pero no independiente, ya que en el mismo hay dos epicentros situados sobre el foco de un verdadero torrente argumental. La primera parte, ‘La parte de los críticos’, la más metaliteria de las cinco, gira alrededor de un misterioso escritor alemán, Benno von Archimboldi, al que nadie ha visto, del que no hay fotografías, pero cuyo prestigio crece como la espuma. Y una ciudad, situada en la frontera de México con Estados Unidos, Santa Teresa, claro trasunto literario de Ciudad Juárez, sede maldita de una serie de asesinatos reales de mujeres acontecidos en los últimos años. Un juego borgiano, literatura sobre literatura que sin embargo es capaz de reflejar el inmenso vacío que el escritor crea con destreza y sabiduría y que cristaliza en esa geografía literaria, Santa Teresa, rebosante de abominación y cruda realidad.
   Cuatro críticos europeos unidos por una misma obsesión: la figura del escritor Benno von Archimboldi. El cuarteto se encuentra en congresos, alimenta un triángulo amoroso, desgrana historias personales y la búsqueda de Archimboldi los lleva a Santa Teresa, en el desierto de Sonora. En las restantes partes hay una mezcla de sexo y literatura, se relatan las miserias y desgracias que unen los dos lados de la frontera de México y Estados Unidos, aparece esa horripilante realidad de la cadena de mujeres asesinadas ante la indiferencia de las autoridades.
   Violencia sexual y torturas sin límite, descritas con la minuciosidad de una forense. Ellas, las mujeres mexicanas violadas y asesinadas, son las muertas de un mundo globalizado, el ‘agujero negro’, insaciable devorador de muchos personajes que palpitan y mueren en 2666.
   Roberto Bolaño fue un maestro habilidoso del tiempo narrativo y de las estructuras abiertas, complejas y arborescentes. En su figura y en su escritura tomaron forma la profecía de Borges: los demiurgos y los dioses optarán por el infinito, infinitas historias, infinitamente ramificadas. Los dos ejes centrales, la búsqueda de un escritor que carece de figura pública y la ciudad de Santa Teresa, que actúa como macabro telón de fondo, se abren constantemente a nuevas historias. Cuentos dentro de otros cuentos, narraciones de la más variada índole, entretejidas entre sí y que constituyen una trama que estalla en mil direcciones para ofrecernos, en una interconexión de realidad y ficción, “un retrato del mundo industrial en el Tercer Mundo, una panorámica de la frontera, un relato policial de primera magnitud”.

Francisco Martínez Bouzas

[Texto publicado en el periódico El País de Cali, Colombia, el día 6 de febrero de 2005]



Roberto Bolaño



Fragmento

“En junio murió Emilia Mena Mena. Su cuerpo se encontró en el basurero clandestino cercano a la calle Yucatecos, en dirección a la fábrica de ladrillos Hermanos Corinto. En el informe forense se indica que fue violada, acuchillada y quemada, sin especificar si la causa de la muerte fueron las cuchilladas o las quemaduras, y sin especificar  tampoco si en el momento de las quemaduras Emilia Mena Mena ya estaba muerta. En el basurero donde fue encontrada se declaraban constantes incendios, la mayoría voluntarios, otros fortuitos, por lo que no se podía descartar que las calcinaciones de su cuerpo fueran debidas a un fuego de estas características y no a la voluntad del homicida. El basurero no  tiene nombre oficial, porque es clandestino, pero sí tiene nombre popular: se llama El Chile. Durante el día no se ve un alma por El Chile ni por los baldíos aledaños que el basurero no tardará en engullir. Por la noche aparecen los que no tienen nada o menos que nada. En México DF los llaman toporochos, pero un toporocho es un señorito vividor, un cínico reflexivo y humorista, comparado con los seres humanos que pululan solitarios en pareja por El Chile. No son muchos. Hablan una jerga difícil de entender. La policía preparó una redada la noche siguiente al hallazgo del cadáver de Emilia Mena Mena y sólo pudo detener a tres niños que rebuscaban cartones en la basura. Los habitantes nocturnos de El Chile son escasos. Su esperanza de vida, breve. Mueren a lo sumo a los siete meses de transitar por el basurero. Sus hábitos alimentarios y su vida sexual son un misterio. Es probable que hayan olvidado comer y coger. O que la comida y el sexo para ellos ya sea otra cosa, inalcanzable, inexpresable, algo que queda fuera de la acción y la verbalización. Todos, sin excepción, están enfermos. Sacarle la ropa a un cadáver de El Chile equivale a despellejarlo. La población permanece estable: nunca son menos de tres, nunca más de veinte.”

(Roberto Bolaño, 2666, páginas 466-467)

sábado, 20 de julio de 2013

"LA LLUVIA AMARILLA", VEINTICINCO AÑOS DE SOLEDAD Y AGONIA EN AINIELLE



La lluvia amarilla

Julio Llamazares

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 165 páginas.





   Con una extraordinaria edición conmemorativa que incluye un prólogo de Julio Llamazares y el DVD documental Ainielle, con la intervención del autor, José Sacristán y escenas de la adaptación teatral, Seix Barral celebra el vigésimo quinto  aniversario de la publicación original en 1988 de una verdadera joya de la literatura española del pasado siglo, La lluvia amarilla de la autoría de Julio Llamazares, convertida hoy en una novela de culto, en un long seller,  en una narración poética que honra a un idioma y que convirtió al escritor leonés en un clásico moderno. Se ha escrito que la obra de Julio Llamazares es un gran glosario de la soledad y por mi parte osaría afirmar que La lluvia amarilla es el calidoscopio que la proyecta de forma simétrica y agigantada hasta el infinito.

   El abandono, la desolación, la locura y la muerte, entre ese viento suave proveniente del río que con las hojas de otoño anega al pueblo abandonado de Pirineo aragonés y lo hiela con la blancura eterna de la nieve invernal, tienen en esta novela la máxima expresión, un verdadero paradigma convertido en arte literario. Completamente abandonado en 1970, las casas de Ainielle resisten a pesar de las inclemencias del tiempo, el musgo y las zarzas que pudren o colonizan sus paredes.

   En una de ellas Andrés, de Casa Sosas, narrador-personaje, tiene su morada y desde ella nos va acercando, a través de un impresionante monólogo, a cada una de las historias de soledad, abandono y alucinación, a las puertas de una  muerte anunciada a partir del capítulo 10. Sus experiencias vitales del pasado (décadas de los cincuenta y sesenta), los habitantes de Ainielle desaparecidos, que murieron o desertaron de la soledad, la lluvia destructora que avejenta las casas y las almas, su visión de Ainielle que, sumida en el abandono y en el olvido, semeja un cementerio. Ahora, en la última noche que precede a la agonía, el protagonista nos señala que se quedó completamente solo, condenado a roer su memoria y sus huesos desde hace casi diez años, como un perro loco.  Y allí, en Ainielle, entre la lluvia amarilla de las hojas caídas en otoño y las ventiscas heladas que colman el pueblo de silencio y desamparo y el óxido y el polvo de los años, construye sobre recuerdos “las pesadas paredes del olvido”, realizando trabajos inútiles  para no volverse loco antes de tiempo.

   Andrés recuerda y narra cando la muerte ronda ya la puerta de su cuarto y el aire va tiñendo poco a poco sus ojos de amarillo. Por consiguiente, Julio Llamazares yergue la estructura de sus novela mediante una gran analepsis, recuperadora de las pesadillas del pasado. Mas en el ir y venir del hilo narrativo, y  a pesar de que toda la novela es un desolado balance de la soledad del protagonista-narrador, podemos diferenciar una estructura dual: una primera parte hasta el capítulo 10 dominada por la sensatez de un hombre solo que recupera las historias del pueblo y su situación personal; y la segunda, a partir de esa línea divisoria, en la que la muerte, “esos pasadizos abisales e infinitos de la muerte” (página 129), comienza a visitarle en forma de alucinaciones: vuelven sus muertos (su hija, Sabina su mujer, su madre).

Las alucinaciones continúan proyectándose en visiones sobre el pueblo abandonado: el agua es amarilla igual que el cielo,  el lamento infinito de los muertos que habitan las cocinas, recorren todo el ambiente. La locura prosigue depositando en su alma sus larvas amarillas, haciéndole presente su propia muerte como una sombra sentada en el fuego al lado de las de sus muertos y anunciada por la lluvia amarilla que llega al final del varano cuando marcha el último vecino: “Pero de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía (…), aquella era la lluvia que oxidaba y destruía lentamente, otoño tras otoño y día a día, la cal de las paredes y los viejos calendarios, los bordes de las cartas y de las fotografías, la maquinaria del molino y de mi corazón” (página 96).

   Novela pues que tematiza muchas cosas esenciales: el universo rural y su abandono, el fluir inexorable del tiempo como el río equívoco y melancólico al principio, precipitado a medida que los años pasan, el mito de los fantasmas y espectros del pasado, la condición social del ser humano (por eso hiere tanto la soledad). Y, definitiva, la condición humana en su integración con la naturaleza.

   Si es verdad lo que de de la obra  de Julio Llamazares se ha dicho-que es un diccionario sobre la soledad-, La lluvia amarilla es una gramática de metáforas. Las hay de todos los colores y muy originales (“el diluvio de la muerte”, “las ciénagas del tiempo”, “vapor de la memoria”, “la larga e inmensa noche del tiempo”…), pero es el color amarillo el que cobra un especial relieve, funcionando, como se ha dicho, como elemento paradigmático de la narración. Basándose en la tradición que llega de los tiempos medievales, el autor erige el amarillo como imagen de la locura, la tristeza, la destrucción, la podredumbre y, en definitiva, de la muerte. Consecuente con el título, toda reverbera de amarillo en esta novela. Su formidable carga alegórica nutre el contorno narrativo, expresado, por otra parte, en un riquísimo lenguaje poético que el autor pone en boca del narrador-personaje, aunque no corresponde a lo que él debería hablar, pero es plenamente consecuente con lo que pretende el autor: impresionar los sentidos de los lectores a través de la fascinación de impactantes licencias poéticas, colocadas en una voz vicaria: la de Andrés, de Casa Sosas, el último que ha guardado, de día y de noche, los caminos de Ainielle, sin que nadie se acerque al pueblo, ahora convertido en ruinas entre “la soledad inmensa y tenebrosa del paraje” (página 165).



Francisco Martínez Bouzas









Julio Llamazares


Fragmentos de la novela e imágenes de Ainielle



“Pronto llegó noviembre con su pálido aliento de lunas y hojas muertas. Los días fueron haciéndose más cortos cada vez y las interminables noches junto a la chimenea comenzaron a sumirnos poco a poco en un profundo tedio, en una pétrea y desolada indiferencia contra la que las palabras se deshacían como arena y en la que los recuerdos daban paso casi siempre a inmensas extensiones de sombra y de silencio. Antes, cuando aún estaban Julio y su familia (y, antes aún, cuando Tomás todavía no había muerto y sostenía tenazmente en solitario la vieja casa y la memoria de Gavín), nos reuníamos todos en una de las casas, junto a la chimenea, y, allí, durante largas horas, mientras la nieve y la ventisca gemían en lo alto del tejado, pasábamos las noches del invierno contándonos historias y recordando personas y sucesos, casi siempre de otro tiempo. El fuego, entonces, nos unía más que la amistad y que la sangre. Las palabras servían, como siempre, para ahuyentar el frío y la tristeza  del invierno. Ahora, en cambio, a Sabina y a mí, el fuego y las palabras nos volvían más distantes, los recuerdos nos hacían cada vez más silenciosos y lejanos. Y, así, cuando llegó la nieve, la nieve estaba ya, desde hacía mucho tiempo, en nuestros propios corazones.”





La luvia amarilla en Ainielle

…..



“Yo he vivido día a día, sin embargo, la lenta y progresiva evolución de sus ruina. He visto derrumbarse las casas una a una y he luchado inútilmente por evitar que ésta acabara antes de tiempo convirtiéndose en mi propia sepultura. Durante todos estos años, he asistido impotente a una larga y brutal agonía. Durante todos estos años he sido el único testigo de la descomposición final de un pueblo que quizás ya estaba muerto antes incluso de que yo hubiese nacido. Y hoy, al borde de la muerte y del olvido, todavía resuena en mis oídos el grito de las piedras sepultadas bajo el musgo y el lamento infinito de las vigas y las puertas al pudrirse.”




 
Ruinas de Ainielle
…..



“Lentamente, las horas van pasando y la lluvia amarilla va borrando la sombra del tejado de Bescós y el círculo infinito de la luna. Es la misma de todos los otoños. La misma que sepulta las casas y las tumbas. La que envejece a los hombres. La que destruye poco a poco sus rostros y sus cartas y sus fotografías. La misma que una noche, junto al río, entró en mi alma para no volver ya nunca a abandonarme el resto de los días de mi vida.

Día a día, en efecto, a partir de aquella noche junto al río, la lluvia ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi mirada de amarillo. No sólo mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y un siempre espejo de mi mismo.”



(Julio Llamazares, La lluvia amarilla, páginas 28, 90, 141)

martes, 16 de julio de 2013

RECORDANDO A ROBERTO BOLAÑO




(El 15 de julio de 2003 fallecía en Blanes (Cataluña), unos de los grandes autores latinoamericanos, sólo comparable a Borges, Cortazar o García Márquez. Un clásico del siglo XX con una influencia decisiva sobre todo en la renovación de la literatura. Semanas más tarde, quien esto escribe publicaba en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela un texto glosando la figura de Bolaño, que ahora reproduzco, traducido al español, como modesto homenaje al autor de Los detectives salvajes  o 2666.)





Roberto Bolaño con Paola Tinoco y Sergio González en Barcelona ( Hotel Condes de Barcelona)



ROBERTO BOLAÑO: UN TRAPECISTA SIN RED DE LA LITERATURA



   Su muerte fue noticia en la mitad del pasado mes de julio. Pero no fue un fallecimiento inesperado. Roberto Bolaño, el escritor chileno, expiró en Blanes mientras estaba a la espera de un trasplante de hígado que nunca llegó. En el amanecer del pasado 15 de julio. El doctor que debía avisarlo cinco horas antes de la intervención quirúrgica, no tuvo esa oportunidad. Al día siguiente, sus cenizas fueron lanzadas al mar, en la playa de Blanes, por su hijo Lautaro. En las cercanías y a su alredor, un montón  de turistas franceses y alemanes, ajenos totalmente a la ceremonia y deseosos de tostar la piel bajo un sol que iluminó el último período de una vida que Roberto Bolaño pasó encerrado y escribiendo de una forma obsesiva.

   Había llegado a Blanes por azar, después de incontables años de vagabundeo, de adiestrarse en los más delirantes oficios, de iniciarse en el  trotskismo y probar las mazmorras de la dictadura pinochetista, en su Chile natal a donde había regresado desde México para vivir la aventura de la revolución.

   En Barcelona, la ciudad en la que, según sus propias palabras, se confundía la política con la fiesta, con la liberación sexual y con deseo frenético de inventar cosas constantemente, se había estrenado como escritor. Y desde entonces, Roberto Bolaño entrará en una suerte de ebriedad narrativa que nos abruma en el desconcierto o en la admiración.

   Era un tipo obsesivo, también en su vida personal. Estaba al acecho de todo, pero sobre todo de la literatura, de todo lo que tuviese que ver con la literatura. Un loco compulsivo, afectado por ese mal que su amigo, Enrique Vila-Matas, llamó “el mal de Montano.

   Escribía sin tregua entre pitillo y pitillo, durmiendo pocas horas y leyéndolo todo. Y así, tardíamente, pero a un ritmo frenético, se inició en la escritura. Su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce es de 1984. Seguirán otros textos, entre ellos una obra desconcertante e inclasificable de 1966, La literatura nazi en América. Y dos años más tarde, su gran novela, Los detectives salvajes, Premio Herralde de Novela y Premio Rómulo Gallegos, considerado el Nobel  de las letras hispanas. Desde entonces el arrebato creador de Roberto Boñaño no tuvo descanso: Mousieur Pain, Nocturno de Chile, Putas asesinas, Amberes, Una novelita lumpen.

   La crítica internacional saludó las fabulaciones de Bolaño como los mejores exponentes de la actual literatura que se escribe en lengua española.  Por eso con Bolaño perdimos uno de los grandes escritores de las letras hispanas.

   Roberto Bolaño disponía de la rara habilidad de suturar biografía y fantasía -si bien sus textos nada tienen que ver con la “imaginería” tropical de los autores del boom- para recuperar la memoria de las batallas perdidas y las obsesiones que expulsaron del paraíso a los hombres y mujeres de su generación. Era capaz de dotar a sus novelas y relatos de un sutil sentido del humor, de la exquisitez de Sergio Pitol, el escritor mexicano al que nunca dejó de admirar, así como del sentido rupturista de Juan Villoro, Rodrigo Rey Roa, César Aira. Enrique  Vila-Matas, Pedro Lemebel o Roberto Brodsky.

   Se ha dicho de Roberto Bolaño que fue un provocador iconoclasta. Mas, a pesar de que arremetió sin piedad contra Ángeles Mastretta porque la mexicana no estuvo de acuerdo en que le otorgaran el premio Rómulo Gallego, y de que afirmó que José Donoso era un escritor “con una línea de flotación jodida”, Bolaño nunca mantuvo el pose del enfant terrible que le atribuyen. En el fondo Roberto Bolaño fue un rebelde vagabundo de la escritura, dueño de un territorio literario personal y muy exclusivo. Un territorio que no se cerró definitivamente con su muerte, porque el escritor chileno dejó inéditas dos obras, El gaucho insufrible que en breve publicará su editora de siempre, y la macronovela  2666, un texto sumamente ambicioso de más de mil páginas que quedo sin concluir  y que dará lugar a una pentalogía. En una de sus partes, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez “brillan con luz negra”.

  
Susan Sontag avaló recientemente la publicación de una novela de Bolaño en los Estados Unidos, al que define como un escritor extraordinario que ningún lector debería perder, un must. Y en la reunión de escritores latinoamericanos a la que Bolaño asistió apenas  dos meses antes de morir, el autor chileno fue consagrado por unanimidad como el autor más grande después del boom, y su novela, Los detectives salvajes, como la mejor novela española de la década pasada ( la de los años 90).
   En el funeral laico que despidió sus restos mortales el día 16 de julio, su editor, Jorge Herralde, lo describe de la única forma posible: por aproximación. Pero acierta plenamente porque Roberto Bolaño es sin ninguna duda el explorador audaz, el  buceador a pulmón libre del mundo literario, el trapecista sin red del arte de la escritura.



Francisco Martínez Bouzas

(Texto publicado en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela  el 7 / 9 / 2003 )

sábado, 13 de julio de 2013

EL FEMINISMO DE CAITLIN MORAN



Cómo ser mujer

Caitlin Moran

Traducción de Marta Salís

Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 354 páginas.





   La autora, Caitlin Moran (Brighton, 1975) es una famosa y divertida comentarista de la televisión inglesa, con miles de seguidores en las redes sociales y cientos de miles de lectores de esta su segunda novela -o lo que sea-, How To Be a Woman (Londres, 2011), traducida recientemente al español y con los derechos de edición vendidos en más de una veintena de países. Ha sido además considerada por los lectores el libro del año en Inglaterra.

   Las páginas del libro encarnan lo que ella llama “feminismo exaltado” y de tolerancia cero con la cultura patriarcal,  a la vez que deconstruyen los modelos femeninos políticamente correctos. Un libro pues contra la feminidad perfecta y que se nos vende en estereotipos. Y también al margen del feminismo académico, ese feminismo aburrido y enfadado que ha llegado, según ella, a un punto muerto y al que, sin embargo lo quiere defender pero desde el desenfado. Por algo Caitlin Moran está siendo considerada en algunos círculos como la emperatriz de ese feminismo bautizado como vagina-lit, en base al test que la autora propone en la página 94. Exaltada y criticada hasta la exasperación: Martin Amis dice de ella que es más macho que los machos, pero con una gran aceptación por parte de los lectores.

   El libro es, en efecto, una exposición y una defensa del feminismo de de los pequeños, cotidianos y hasta estúpidos problemas que las mujeres afrontan cada día a lo largo de su vida, desde el momento en que, casi siempre de improviso y sin que nadie les haya hablado de eso, llega la regla, o el punzante instante en que toman la decisión de abortar porque saben con certeza que  no puede tener otro bebé, por muy obscena que parezca esa imagen de la madre que se niega a dar vida. O el convencimiento de que hacerse la cirugía estética no es ni sensato ni acertado ni tampoco femenino. Las arrugas son en el fondo el arma de la mujer contra los idiotas.

   Con un apabullante sentido crítico y un lenguaje frecuentemente desenfadado, desvergonzado, también divertido y sobre todo muy didáctico, perfectamente captado por la traductora Marta Salís, Caitlin Moran introduce al lector en su propia experiencia de hacerse mujer  a partir de esos trece años con sobrepeso. La avalancha hormonal de la adolescencia; la torpe primera masturbación, que se convertirá en un hobby; la pornografía, que según ella no es intrínsecamente explotadora ni machista pues al fin y al cabo no es más que follar y practicar sexo no es un acto machista, aunque por su parte apuesta por una pornografía en la que pueda verse gente practicando sexo  no mecánico, sino porque lo desea.

    Y siguen muchos otros testimonios y reflexiones, extraídos como ya se ha dicho, de su propia experiencia, sobre su cuerpo; la novedad del vello púbico y la solución del problema robándole una cuchilla de afeitar a su padre; todas las eclosiones de la pubertad, la conciencia del feminismo después de haber leído La mujer eunuco de Germaine Greer, aunque sin saber muy bien de qué se trata; esa ropa especializada para la mujer (el equivalente femenino del traje de bombero y del casco, escribe con humor); su defensa del coqueteo femenino; la experiencia del enamoramiento y la importancia que se le da al hecho de que una mujer tenga pareja; su boda, la trampa de las bodas con sus absurdos y abultados gastos, responsabilidad de las mujeres y trampa en la que ella misma cayó. Sus experiencias con la maternidad, narradas en primera persona en los capítulos menos cómicos y de mayor peso de este libro: “Por qué hay que tener hijos”; “Por qué no hay que tener hijos” y “Aborto”. En los dos últimos, no solamente nos hace partícipes de su decisión, tomada conscientemente con su marido, de abortar en su tercer embarazo, sino también de su juicio indignado ante la idea de que el aborto está contrapuesto con la feminidad, basada en la concepción de que la quintaesencia de la feminidad y de la maternidad es sustentar una vida a cualquier precio. Aunque reconoce que el aborto es algo brutal, extremadamente violento.

   Un libro, sin duda feminista, mas sostenido en el feminismo de la propia experiencia, no homologable con la de todas las mujeres, porque tampoco existe el estereotipo femenino, sino muchas mujeres, cada una dentro de su vida. Y eso se logra encarando los grandes o pequeños atropellos machistas. Por eso Cómo ser mujer es claramente un libro radical contra la misoginia, pero el feminismo de Caitlin Moran poco tiene que ver con el defendido por la mayoría de los movimientos feministas cuyo teorema central es que la mujer debe de salir del hogar para sentirse realizada y liberada del yugo patriarcal. Lo que propugna Caitlin Moran es un feminismo basado en su propia crónica biográfica. Por eso mismo es nada o muy poco académico y sí, hasta un cierto punto, televisivo. Pero con un postulado central indiscutible: la libertad de la mujer para ser ella quien decida si sale o no del hogar, con quién construye una familia, si es eso lo que decide, cuántos hijos quiere traer al mundo o incluso si opta por depilarse o ser peluda. En otras palabras: lo que realmente debe querer una mujer es ser lo que, con todas las consecuencias es: un ser humano.

   Si uno se acerca a las “provocativas observaciones” de Caitlin Moran  con una honesta apertura mental, es la conclusión que se extrae de la lectura de este libro, alejada de lecturas e interpretaciones aberrantes, generalmente anegadas en prejuicios



Francisco Martínez Bouzas






 
Caitlin Moran



Fragmentos



“Hacerse mujer es un poco como hacerse famosa. Pues después de ser amablemente ignorada, como casi todos los niños, una adolescente se vuelve de pronto fascinante para los demás, que empiezan a bombardearla con preguntas: ¿Qué talla tienes? ¿Lo has hecho ya? ¿Quieres practicar el sexo conmigo? ¿Tienes carnet de identidad? ¿Quieres una calada de esto? ¿Sales con alguien? ¿Usas algún método anticonceptivo? ¿Cómo es tu firma? ¿Sabes andar en tacones? ¿Quiénes son tus héroes? ¿Te vas a hacer una depilación brasileña? ¿Qué clase de pornografía te gusta? ¿Quieres casarte? ¿Cuándo vas a tener hijos? ¿Eres feminista? ¿Sólo estabas coqueteando con ese hombre? ¿Qué quieres hacer? ¿QUIÉN ERES?”



…..



“La primera vez que intento masturbarme -en mitad del capítulo 5-, tardo veinte minutos en correrme. No sé muy bien lo que estoy haciendo. En el libro la gente «hurga» entre« la maleza húmeda» hasta que ocurre algo asombroso. Pierdo el tiempo toqueteándome -con los dientes apretados por la concentración-, decidida a intentarlo todo en esa zona completamente desconocida que tengo desde hace trece años.

Cuando finalmente llego al orgasmo, me recuesto húmeda, exhausta, con la mano dolorida y loca de excitación.”



…..



“En un mundo donde puedes conseguir un riñón de repuesto, un Picasso en el mercado negro o un billete para viajar al espacio, ¿por qué no puedo ver verdadero sexo? Gente follando porque lo desea. Alguna chica con un vestido medio respetable que lo está pasando en grande. Tengo DINERO. Quiero PAGAR por esto. SOY UNA MUJER DE TREINTA Y CINCO AÑOS Y SÓLO QUIERO UNA INDUSTRIA PORNOGRÁFICA MULTIBILLONARIA DONDE PUEDA VER A UNA MUJER CORRERSE.

Sólo quiero ver cómo la gente pasa un buen rato.”



…..



“Asimismo, hay que tener en cuenta los distintos grados de «incorrección». Hay «abortos buenos» y «abortos malos», como en la escena de Brass Eye en que Chris Morris hablaba sobre el «sida bueno» y el «sida malo». Los hemofílicos que contraían el virus por una transfusión de sangre tenían «sida bueno» y merecían simpatía. Los homosexuales que contraían el virus por una relación sexual fortuita tenían, en cambio, «sida malo», y no había que prestarles la menor atención.

Una adolescente violada que necesita un aborto, o una madre cuya vida peligra por el embarazo tienen un «aborto bueno». No lo comentarán en público (…)

En el otro extremo, por supuesto, están los «peores» abortos: abortos reincidentes, abortos en avanzado estado de gestación, abortos de fertilización in vitro, y lo peor de todo, las madres que abortan. Nuestra visión de la maternidad sigue tan idealizada y es tan sentimental -la Madre generosa que da la vida- que la idea de una madre que más tarde pone límites a sus capacidad de nutrir y se niega a dar más vida parece obscena. (…)

Mi convicción de la necesidad sociológica, emocional y práctica del aborto se hizo aún más firme después de tener a mis dos hijas. Sólo tras nueve meses de embarazo, un parto, alimentar al bebé, cuidarlo, tenerlo en brazos hasta las tres de la madrugada, levantarme con él a las seis, extasiarte de amor y al mismo tiempo anegarte en llanto, entiendes realmente lo importante que es para un niño ser deseado. Cómo la maternidad es un juego en el que debes participar con toda la energía, buena disposición y felicidad posible.

Y lo más importante de todo, por supuesto, es ser querido, deseado y cuidado por una madre razonablemente cuerda y estable. Puedo decir con sinceridad que el aborto fue una de las decisiones menos difíciles de mi vida.”



(Caitlin Moran, Cómo ser mujer, páginas 15-16, 34, 49, 311-313)

jueves, 11 de julio de 2013

SHEREZADE EN EL SIGLO XXI



Tras las huella de Sherezade
Carmen Dorado Vedia
Talleres de escritura creativa Clara Obligado, Madrid, 2013, 72 páginas.

   “Eu tamén navegar”. Sí, este verso que muchas mujeres de mi tierra han adoptado como lema de sus reivindicaciones liberadoras y con el que la poeta gallega Xohana Torres cierra su poema “Penélope” (“Existe a maxia e pode ser de todos. (…) Eu tamén navegar”), me viene  a la cabeza y al corazón nada más abrir este libro de Carmen Dorado Vedia, su primer libro en solitario, una singular e irrepetible singladura por esta magia, verdad y emboscada que es la literatura. Carmen Dorado, cual Penélope, después de tejer y destejer palabras escritas que aspiran a crear belleza en talleres literarios, navega ahora en solitario y lo hace no solo por este engranaje que es la vida, como se ha escrito, sino por uno de sus territorios con rutas cargadas de ensueños y también de tiempos arduos y violentos.
   Nada tiene de extraño que Carmen Dorado que creció al calor de los cuentos de “aquella que reina y domina”, la legendaria reina persa Sherezade y que ha viajado por Oriente Medio, embrujada por la magia y la cultura de los países que conforman esas geografías, nos brinde en este su primer libro un ramillete de historias que arrebatan con un componente fantástico, que nos hacen olvidar el tedio y la facticidad del mundo, como le aconteció al sultán persa del libro de los Mil mitos. Historias, no obstante, que pese a su tonalidad fantástica, no escamotean la realidad del hoy convulso mundo árabe.
   En once relatos y, acompañando a sus protagonistas, amalgama Carmen Dorado amaneceres con sombras tejidas con hilos de luna, que esconden en sus entrañas el miedo y la evaporación de la alegría ante el atavismo familiar que ata a un fantasma  a la joven Mariam. Inverosímiles jardines que llenarían de esplendor el desierto, pero en los que a la postre el capricho humano provoca que sus venas de agua se conviertan en penas disfrazadas. O el legado milenario de las tradiciones del pueblo, destruido por la riqueza efímera y que, sin embargo, debe perdurar en los chiquillos que escuchan el cuento por boca del sabio. También la lectura que hace la autora de Sherezade: la abuela que narra historias, como Sherezade, pero no al sultán, sino a la misma muerte. Y la invitación a que cada uno de nosotros escribamos un cuento, porque todos somos ladrones de palabras, narradores de la noche y hemos de aportar nuestra historia al libro inacabado de Sherezade.
   Mas conviene reiterarlo: Carmen Dorado no hurta ni relega en sus relatos la verdadera realidad de los pueblos árabes. No todo es bello, suntuoso, con noches de amor y de ensueños. No todo es oro, incienso y mirra, sedas, perfumes y piedras preciosas. Sus relatos reflejan también la otra cara de la moneda, los cuentos que Sherezade tendría que contar hoy al sultán: la violencia, los gritos de dolor, el ruido aciago de las sirenas… recordándonos la nefasta y trágica situación de muchos de estos pueblos. Y en efecto, entre sus historias también está presente el fanatismo islamista, la violencia bélica o quizás sectaria que se ceba con inocentes, como Ibrahim y su paloma. Así como la  espeluznante historia de Zaniam, el limpiabotas, que recibe como pago las botas de los soldados muertos, hasta que las suyas, bien lustradas, emergen del hoyo abierto por la detonación.
   Prosas  enramadas con los primores de la fantasía, con imágenes extraídas de paisajes y ensoñaciones orientales, pero también de la brutalidad de la guerra, de la violencia y del fanatismo. Con ellas  atavía la autora su colectánea de relatos, muy narrativos desde mi punto de vista, preñados de tramas con una fuerte denotación simbólica que invita al lector a leerlos como fábulas. Como ya he dicho, los cuentos-fábulas que “aquella que reina y domina” le contaría hoy al sultán en la cámara real. Originales recreaciones que retratan la fantasía, el ensueño y la desventura y  tragedia, para añadir al antiguo libro persa de los Mil mitos.

Francisco Martínez Bouzas

 

Carmen Dorado Vedia



Fragmentos

“Era una hermosa mañana de junio, deseché los pensamientos oscuros. Me di un paseo por las calles de la Medina. Había terminado el agobiante Ramadán y la ciudad parecía revivir. Me senté en un café y tomé un té acompañado de unos pastelillos de miel y pistachos. Pedí el periódico. Nada inusual. La contienda Norte Sur. Materias primas contra productos manufacturados. Y en medio,  nosotros, comprando y vendiéndolo todo, compadreando y cultivando todas las artes. Afortunadamente, porque de lo contrario, nuestro oasis de tolerancia hubiera quedado arrasado por los fanáticos. Y hablando de fanatismo, un grupo de muyahidines dobló la esquina, pasaron a mi lado como la langosta, aniquilando toda posibilidad de diálogo y entendimiento. El que parecía dirigir la marcha me miró con ojos relucientes y gritó:
-¡Usa la lengua del Corán!
Puse cara de pecador arrepentido y doble el periódico. La horda me olvidó y trasladó sus afanes proselitistas al siguiente cafetín.”

…..

“La noche ha sido muy fría. El invierno está siendo especialmente duro con la ciudad. Los cortes de luz y la escasez en el suministro de gas no facilitan las cosas.
En su casa, extramuros, un hombre intenta afeitarse frente a los restos de un espejo. El resplandor de los focos, que se cuela por la ventana, hace vibrar las sombras de la habitación.
Apenas puede abrir los ojos, ha pasado mala noche. Los ruidos de las sirenas no le han dejado conciliar el sueño, aunque tampoco anhela quedarse dormido, de nuevo surgirán las pesadillas.
Tiene que despejar su mente, pronto vendrán por él. Un día más, piensa, pasará la mañana en la base militar. Traducirá los interrogatorios, transcribirá los informes, tiene que subsistir. En eso consiste su vida desde hace…ya no lo recuerda. Echa de menos sus libros, su trabajo…su biblioteca. Si pudiera dar marcha atrás, si pudiera elegir.”

…..

“La vacía tarde de primavera en que descubrí mi antiguo cuaderno de viajes me llevó a evocar aromas, sonidos, gentes, lugares y paisajes de primaveras pasadas. Lo abrí. De entre sus páginas cayó una flor, y comencé a llorar.
Lloré por el desierto y sus moradores, por el límpido Éufrates y las aldeas que baña; lloré por Palmira y sus ruinas de oro y mármol; por Damasco, por sus zocos, y los imaginé vacíos; lloré por sus mezquitas, por el canto del almuédano, y añoré el dulce despertar que me proporcionaba; lloré por los niños que jugaban al pie de la Ciudadela; por Luis, Mohammed y Maher, nuestros guías; lloré por Mustafá y Víctor,mis proveedores de sedas y perfumes, por papá Abdalá y sus dagas damascenas; por Huda y Lina, siempre dispuestas a ayudarnos; por Safia, que una tarde lluviosa nos llevó en su coche hasta el hotel; y lloré por los niños que en la entrada de las Ciudades Muertas me obsequiaron con la flor que ahora reposaba entre las páginas de mi diario. Sentí infinita conmoción, infinita lástima y con esas lágrimas restauré el mosaico de mis recuerdos.”

(Carmen Dorado Vedia, Tras las huellas de Sherezade, páginas 26, 57, 71-72)

martes, 9 de julio de 2013

LOS RECUERDOS QUE NOS HACEN TEMBLAR



La emoción de las cosas
Ángeles Mastretta
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 318 páginas.


    Cada quien tiene su novela”, afirma Ángeles Mastretta, va cargándola, la teje todos los días. Y  a veces trama en ella el paso de sus ancestros, como si del suyo se tratara (página 37). Eso es lo que hace la escritora mexicana en este libro, tan híbrido que la misma autora duda de su propia naturaleza.  ¿Un libro de memorias, una indagación en el pasado familiar, una búsqueda o incluso una tontería? Es posiblemente todo eso, menos una tontería, escrito por una narradora de renombre internacional -Premio Rómulo Gallegos en 1997 con su novela Mal de amores-, aunque bastante controvertida. Sobre su figura y quehacer literario se han vertido opiniones muy dispares y no siempre  todas positivas. Es “escribidora”, no escritora según Roberto Bolaño; especializada en hacer literatura de mujeres, encasillamiento que antes la enojaba y que ahora asume con naturalidad, porque está convencida de que no existe una literatura deliberadamente escrita para mujeres, aunque asume que ella sí que escribe desde el punto de vista de la mujer.
   La emoción de las cosas, un título tomado de un verso de Antonio Machado, no es propiamente una novela, porque una novela, reconoce la autora, es un regalo y su libro es una colección de pequeños regalos. Diminutos regalos, en efecto, que nos llegan confinados en lo que, sin duda, es un libro muy personal y en el que la memoria y la emoción sobrevuelan por encima de la ficción. Ajuste de cuentas con su pasado, recuerdos extraídos del baúl sentimental para exorcizar la memoria, que la autora fija por escrito como terapia curativa al poco tiempo de la muerte de su madre y en el que plasma sus evocaciones de la infancia, adolescencia y juventud, como una forma de recuperar tanto la historia familiar como la personal. Un libro construido también de instantáneas de momentos, de impresiones surgidas como anotaciones de una bitácora, pues en buena parte el libro tiene sus orígenes en un blog.
   Buceo, sobre todo, en los antecedentes familiares: sus antepasados, sus abuelos, sus padres, sus hermanos ya en el México natal. Y con un centro oculto o un gran silencio: la figura paterna. El padre fallecido, cuando la escritora contaba diecinueve años, sin haber revelado  a sus hijos su pasado, que estuvo en Italia durante la Segunda Guerra Mundial, que llegó a creer en la ensoñación fascista. Memorias petrificadas y que la autora clausura tras haber conocido a una antigua novia que su padre tuvo en Italia, precisamente durante esos años.
   Libro pues anecdótico y sobre todo intimista, preñado de pequeñas historias en las que se atesoran las estampas familiares, los detalles de su vida desde el tiempo de los abuelos y con pequeñas divagaciones sobre la modernidad, la escritura, la religión, la muerte o sobre las autoras preferidas de Mastretta: Jane Austen o Isak Dinesen. Y en el que, sobre todo, reverberan las emociones que Ángeles Mastretta transmite a los lectores con suma facilidad, hasta el punto de que ella misma teme haber escrito un libro de autoayuda.
   Tono confesional, balsámico para la autora, porque ella está convencida, y en este libro lo patentiza, de que somos lo que dejamos en los otros, pero también lo que callaron y no nos contaron. Ese fue precisamente el legado del padre al que no inventa. Su silencio respetado y en el fondo transformado en secreto tesoro en estas páginas, con más sentimientos que información. Todo eso y una voz femenina que construye una prosa intimista, es lo que el lector hallará en este libro. Pero nada más.

Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Ángeles Mastretta



Fragmentos


“El abuelo creía en las guerras, motivo para una disputa que nadie quiso tener con él. Ni siquiera mi padre, que hubiera tenido mil razones, pues vivió la guerra. Cuando regresó de Italia, no volvió a mencionarla. Ni mi madre, que durmió junto a él veinte años, supo del espanto que atenazó su vida y su imaginación desde entonces y para siempre. Todos creímos que se le había olvidado. Pero ahí estaba el abismo del que nunca hablaba, ahí, en la nostalgia con que se reclinó en la puerta de nuestra casa, a ver cómo sus tres hijos mayores nos íbamos a vivir a la ciudad de México. De golpe.”

…..

“Fuimos a Milán movidas por el deseo de saber una historia tras la niebla que dejó nuestro padre, buscando la palabra de una mujer que prometía en dos párrafos la memoria vívida del tiempo en que nosotros no éramos ni el deseo de nuestra existencia. Fuimos a Milán como si pudiera ser cierto que la imaginación necesita sostén. Como si yo quisiera creerme la mentira de que me urgía saber una verdad para contar otra. ¿Un viento desde el que asir la nada de la que nunca oímos hablar? ¿Para qué? ¿Para escribir una novela? Si uno inventa para indagar, no al revés.
De eso, si alguna duda tuve, la perdí en dos tardes de tratar a la dama cuya letra convocaba a visitar el pasado, pero su voz era puro presente. Por eso, tras sólo dos ratos de mirarla, mi hermana y yo nos encontramos abrazándola con la urgencia de prolongar el futuro, porque todo en ella es el ávido deseo de andar viva. «Ci vediamo domani (nos vemos mañana)», dijo con su voz ronca, poniendo en nuestras manos, como nunca en Italia, la contundencia del ahora. ¿Qué nos importaba lo que pasó en la guerra si aquella mujer de oro no quería recordarlo? Si la memoria de esos años no guarda más dolor que el de ya no ser joven.”

(Angeles Mastretta, La emoción de las cosas, páginas 13-14, 183)

sábado, 6 de julio de 2013

EL ABISMO TRANSFORMADO EN LITERATURA



El edificio

David Monteagudo

Acantilado, Barcelona, 2013, 171 páginas.



   

  David Monteagudo (Viveiro, 1962) es un escritor gallego, aunque su obra literaria es ajena al sistema literario gallego -está escrita toda ella en español-, si bien en  alguna de sus novelas, Brañaganda, ha tocado temas de la Galicia profunda y muy desarrollados en la literatura popular gallega, como el lobishome y la licantropía en general. Afincado en Cataluña, David Monteagudo es un especialista en literatura de miedo, condición de la que dio sobradas muestras en Fin (2009), la novela con la que debutó y en la que demuestra ser un notable narrador.

   El edificio es una recopilación de relatos, en general de mediana extensión, que el autor concibe como una alegoría del capitalismo salvaje que David Monteagudo conoce a fondo pues hasta el año 2010 trabajó en una fábrica ya en plena crisis, en la que, son sus palabras, tenía la impresión de que él y sus compañeros estaban obligados a rendir al máximo, so pena de ser eliminados en la siguiente reducción de plantilla.

   En esa sensación de miedo y con situaciones opresivas transitando sus páginas, se inspira la mayoría de los relatos  de este libro. Lo comprobamos ya en el relato que inaugura el libro, “Informe sobre Aridia”, un texto de ciencia ficción en el que se nos transporta a la razón de ser y principios esenciales de los aridianos, una civilización que vive en un inmenso edificio que ha de desplazarse un centímetro al día, empujado, bajo un sol de fuego, por la fuerza motriz de sus moradores. Una condena -doce horas diarias de ejercicio físico para mantener el mundo en movimiento- sin ninguna otra expectativa ni esperanza. Un fin en si mismo, alarmante metáfora  de buena parte del mundo actual: avanzar en línea recta, encadenados en  modos de producción sin futuro ni esperanza.

   Prosigue la recopilación con “Irene”, un relato erótico en el que el retrato del físico de la joven Irene se convierte en una obsesión para el protagonista que la quiere solo como cuerpo para el sexo. Siguen otras piezas en las que se conjuga lo simbólico y lo mágico, como “El grito”, homenaje a los  castellers, con el miedo y el terror (“La araña” o “La escalera” son buenas muestras), con la presencia presentida de una amenaza capaz de llevar al paroxismo al protagonista (“El punto luminoso”) o con la simple descripción de seres o ambientes grotescos, excepcionales o perturbadores (“El verraco”, “El garaje”). O con ideas que se convierten en perturbadoras obsesiones como ocurre en “Los homúnculos” o “Julián González”. Hay relatos  como “La disputa” que describen el interior de una fábrica, territorio muy familiar al autor, a través de las conversaciones de empleados, con el miedo al despido en sus cogotes que les hará terminar en una trágica pelea.

   La colectánea incluye así mismo relatos autorreferenciales: “El escritor en ciernes” y “Fin”. El primero parece una referencia humorística a la propia biografía del autor. El aprendiz de escritor, al que la lectura de los clásicos le ocupa todo su tiempo libre, incluso el que emplea en el váter, momentos en los que precisamente experimenta la mayor euforia creativa, apremiado, no obstante, porque no sabe cómo empezar el primer capítulo de su primera y gran novela. Y con una frontera temporal bien delimitada: el turno de tarde en la fábrica en la que trabaja en una actividad gris y completamente ajena a la producción literaria. En “Fin”, el relato que cierra el volumen, una pareja que sale del cine se enfrenta a algo desconocido que suena a apocalíptico, como en la novela del mismo título. “Enfrentados…sin un faro, sin una luz sobre la tierra, como en las noches terribles de la historia” (página 171).

   Una amplia y heterogénea selección de relatos, con argumentos variados, mas con dos o tres temas nucleares que los relacionan. Y varios de ellos extraídos de la propia experiencia. Escritos con oficio y con bastante enjundia, con instantes de gran brillantez estilística, con potentes y evocadoras metáforas e imágenes. No les sobra nada, pero les falta quizás ese ramalazo del genio y del mago que escribe en estado de gracia, como ese escritor en ciernes que se siente un privilegiado gozando de sus condición, cuando pergeña el argumento y hasta los párrafos de su gran novela, sentado en la taza del váter.



Francisco Martínez Bouzas







David Monteagudo




Fragmentos



“Todos lo aridianos nacen y mueren viendo el mismo, idéntico y desolado paisaje. Todos nacen sabiendo que no verán ningún cambio, ninguna novedad, a lo largo de toda su vida, porque el Edificio, su mundo, se desplaza aproximadamente un centímetro por día («el grueso de un meñique», reza su decálogo, transmitido oralmente de generación en generación), y por lo tanto un individuo normal no recorre,  a lo largo de su vida, más allá de doscientos metros. Todo aridiano vive, se reproduce y se afana durante su vida entera, empujando con pies y manos las palancas de tracción durante doce interminables horas diarias, con la difusa esperanza de que futuras generaciones, imaginablemente remotas, puedan llegar por fin a los confines de la llanura.”



…..



“Acababa de entrar en la habitación. No había dado ni dos pasos, en dirección a la librería, cuando vi la araña. Me paré en seco. Al principio sólo vi una mancha oscura en el techo, algo que mi vista detectó inmediatamente como una presencia inhabitual en la estructura de la habitación, algo que no tenía que estar ahí. Después, cuando dirigí la mirada hacia ella, pensé por unos instantes que se trataba de algún objeto decorativo, una lámpara o algo por el estilo. Me recordó fugazmente a la lámpara que hay en el Palau de la Música, no por el color, sino por la forma, por la estructura, que es como si el techo se hubiera licuado hasta condensar una gota que empieza a colgar formando un bulto redondo. Y de pronto me di cuenta, con un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, de lo que era en realidad.”



(David Monteagudo, El edificio, páginas 8, 37)