viernes, 27 de septiembre de 2013

ESCLARMONDE, LA ENCLAUSTRADA, UN CANTO A LA DESIDENCIA



El reino de los murmullos

Carole Martínez

Traducción de Javier Albiñana

Tusquets Editores, Colección Andanzas, Barcelona, 2013, 229 páginas.





   Poco menos que abrumada por los premios que cosechó con su primera novela, la actriz y escritora francesa Carole Martinez (1966) repite similar o aún mayor cosecha con su novela Du domaine des murmurs (2011), traducida  recientemente al español por Tusquets Editores. Reconocida, en efecto por críticos y lectores, Carole Martinez le da vida en su escritura a una figura femenina que surge en la remota Edad Media, la convulsa época del feudalismo. Es ella, la joven Esclarmonde, la “virgen de los murmullos”, la sacrificada, la paloma, la carne ofrecida a Dios, acechada por los señores de las tierras vecinas y ofrecida por su padre en matrimonio al benjamín del señor de Montfaucon, el joven Lothaire, que manejaba su verga como la punta de un sable. Sin embargo, Lothaire de Montfaucon, feo por dentro y sobrado de furia y ambición, no logra conseguir el “sí” de Esclarmonde que se niega a ser un púdico recipiente para perpetuar el linaje del paralizado pretendiente.

   La chiquilla de quince años convierte su belleza de estatua el día del frustrado desposorio en una ofrenda de su virginidad a Dios. Porque, en efecto, pidió ser  encerrada para siempre  en un reducto adjunto a la capilla del castillo de Los Murmullos. Pero separarse del mundo le costará más de lo que Esclarmonde había imaginado. Y desde su enclaustramiento perpetuo, y como esposa de Cristo, esposa embarazada no por obra del Espiritu divino, sino víctima de una violación por parte de un borracho, no será ajena a los rumores del mundo, difundidos a través de la red de enclaustradas. Llegará un momento en el que logra imponerse a su padre, al que insta  a redimirse de un pecado inconfesable acudiendo a las cruzadas que Barbarroja, el Emperador del Sacro Imperio, había emprendido para liberar Jerusalén.

   Historia de una rebelde en un tiempo (1187) en el que las mujeres eran sujetos pasivos, carentes de voluntad y de libre albedrío. Heroína por ello de una “trepidante epopeya” como reza el texto de la presentación editorial de la traducción española. Novela que tematiza el emparedamiento, la reclusión femenina, una opción de vida que llegaba a extremos desmesuradamente crueles. Mas con una salvedad en el caso de Esclarmonde. Desde su confinamiento  sigue al tanto de lo que acontece fuera de las paredes de su reducto, influyendo sobre  los hechos y sobre el comportamiento de no pocos personajes. Y sobre todo actuando como vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

   La novela nos sumerge con habilidad en los miedos medievales, en las pesadillas de una época obscura, materializados en monstruos, duendes y demonios; en los poderes de las tinieblas, en las fuerzas sobrenaturales, en las divinidades perversas de las antiguas creencias paganas, hostigadas por el cristianismo que pautaba los días y sobre todo las noches de caballeros e ignorantes campesinos. El relato de Carole Martinez transita pues de lo cotidiano a lo extraordinario y a la fantasía, tránsito que provoca en el lector un sentimiento de irrealidad, no aminorado por el dramatismo de algunos hechos: la protagonista se corta una oreja en el momento de su frustrado desposorio; a su hijo parido en el enclaustramiento el abuelo le taladra las palmas de las manos y posteriormente él mismo se crucifica en el dosel de una cama. Personajes exaltados en una época repleta de misterios.

   Con las herramientas de un estilo preciosita, alejado quizás de los cánones de la narrativa actual, y embriagado de poesía y con una desmesurada inflación de declamaciones y del lenguaje de la época, Carole Martinez amalgama magia y realidad y, sobre todo, nos retrotrae a un lejano pasado plagado  de asuntos muy sórdidos sobre los que sobrevuela la disidencia de esta “prisionera del silencio”.



Francisco Martínez Bouzas






Carole Martinez


Fragmentos



“Aunque en mi cubículo tan solo contaba con un orinal de hierro, una jofaina de loza, un cacillo, una lámpara de aceite, un recia silla de madera y la fosa llena de paja donde dormía, aquella celda resultaba sumamente acogedora comparada con la de algunas recluidas de las ciudades que ni siquiera disponían de espacio para tumbarse en el suelo y se veían obligadas, según mis fuentes,  a permanecer o de pie o sentadas con los pies hundidos en el fango. Los visitantes solían contentarse con oír las oraciones de aquellas santas mujeres cubiertas de parásitos cuyo rostro no alcanzaba el ventanuco, situado a tal altura que la enclaustrada no veía el mundo exterior, sino un mísero cuadrado de cielo. Los burgueses les arrojaban pan al pasar en agradecimiento a su sacrificio. Cuando pensaba en mis hermanas, me avergonzaba que mi celda fuera tan espaciosa, tan limpia, tan caldeada, mi ventana tan amplia y que Ivette, mi rústica servidora, cuidara con tanto esmero de mi.”



…..



“Al caer el crepúsculo la tierra no pertenecía ya ni a Dios ni a los hombres. Por las noches, las pesadillas se materializaban y rondaban en torno a los dormidos. Amuletos, oraciones y antiguos rituales protegían las casas de una multitud de terribles criaturas que se adueñaban de los bosques. Todos rezaban para que no los devoraran los hombres lobo, para que no los atraparan manos invisibles y los arrastraran a grutas subterráneas, para que los monstruos, los duendes, los demonios no se llevasen a los recién nacidos, para que no viniese a aullar la muerte sobre los tejados. Temían los poderes de las tinieblas, cuyas leyendas poblaban la comarca, y se requería valor para aventurarse en solitario, tea en mano, entre los árboles, después del ocaso. Quien osaba hacerlo resultaba de inmediato sospechoso: ¿mantenía alguna afinidad con las fuerzas sobrenaturales que bullían en la oscuridad para atreverse a desafiarlas?”



(Carole Martinez, El reino de los murmullos, páginas 63, 205)

lunes, 23 de septiembre de 2013

"LA NIEVE DEL ALMIRANTE": ÁLVARO MUTIS EN VIVA MEMORIA



Álvaro Mutis (Foto EFE)

   Álvaro Mutis (Bogotá 25 de agostó de 1923 – Ciudad de México, 22 de septiembre de 2013) “fue un novelista y poeta colombiano” dice Wikipedia. Por mi parte modificaría esa expresión, porque Álvaro Mutis es un novelista y poeta colombiano y universal, ya que la obra de un escritor perdura mucho más allá de ese trance inexorable que es la muerte. Álvaro Mutis, falleció en efecto en Ciudad de México donde se instaló en el año 1956, después de sus quijotadas culturales. Burgués completo, pero sobre todo poeta y narrador universal, ganador de todos los grandes  premios literarios, con la excepción del Nobel. Hoy tras su muerte nos sentimos huérfanos de su persona, pero no de su obra que perdurá para siempre.

 Se inició en la novela en 1978 -leemos en su biografía digital- pero sólo sería reconocido popularmente en 1986, con la publicación de la primera novela de Maqroll el Gaviero, La nieve del Almirante. A partir de entonces comenzó a recibir premios importantes. Uno de sus contemporáneos escribió: "La saga novelesca de Maqroll el Gaviero es, sin duda, por su emocionante despliegue narrativo, su profundidad terrible, su construcción de gran artesanado, su poesía constante y su delicadeza, una obra mayor de la escritura en nuestra lengua".

   Hoy como homenaje y recuerdo de la memoria viva de Álvaro Mutis este enlace al texto que a finales 2001 escribió Gabriel García Márquez. Es el homenaje al amigo de otro escritor universal. Y un fragmento  de La Nieve del Almirante. La primera novela, en efecto que escribió Álvaro Mutis que inicia la saga de Maqroll el Gaviero, aquel viejo marinero errante que recorre los puertos y mares más recónditos y se adentra en el imaginario río Xurandó, atravesando la selva  acaparado por el recuerdo imborrable y poco menos que endémico de Flor Estévez y de aquel libro que narra la muerte del Duque de Orleans. Viaje, como todos los viajes iniciáticos que, siguiendo la senda de Ulises, acontecieron siempre y siguen sucediendo día tras día, en un sutil aprendizaje de la vida y de la muerte.

   Escrita con prosa le lujo, cargada de lirismo y de hondura, hoy nos sigue embrujando como hace casi treinta años. Prosa de referencia de las letras hispánicas. Hoy esta bitácora la trae de nuevo a la vida como  elemental homenaje al escritor, “barón rampante de América Latina”, que en sus obras sigue viviendo después de la muerte.

Francisco Martínez Bouzas








Fragmento



Marzo 24




“Hemos llegado a un amplio claro de la selva. Después de tantos días, por fin, arriba asoman el cielo y las nubes que se desplazan con lentitud bienhechora. El calor es más intenso, pero no nos abruma con esa agobiante densidad que, bajo el verde dombo de los grandes árboles, en la penumbra constante, lo convierte en un elemento que nos vas minando con implacable porfía. El ruido del motor se diluye en lo alto y el planchón se desliza sin que suframos su desesperado batallar contra la corriente. Algo semejante  a la felicidad se instala en mi. En los demás es fácil percibir también una sensación de alivio. Pero allá, al fondo, se va perfilando de nuevo la oscura muralla vegetal que nos ha de tragar dentro  de unas horas.

 Este apacible intermedio de  sol y relativo silencio ha sido propicio al examen de las razones que me impulsaron a emprender este viaje. La historia de la madera la escuche por primera vez en La Nieve del Almirante, la tienda de Flor Estévez en la cordillera. Vivía con ella desde hacía varios meses, curándome una llaga que me dejó en la pierna la picadura de cierta mosca ponzoñosa de los manglares del delta. Flor me cuidaba con un cariño distante pero firme, y en las noches hacíamos el amor con la consiguiente incomodidad de mi pierna baldada, pero con un sentido de rescate y alivio de anteriores desdichas que, cada uno por su lado, cargábamos como un fardo agobiante….”



(Alvaro Mutis, La Nieve del Almirante, Punto de lectura, Santillana Ediciones, páginas 28-29)

domingo, 22 de septiembre de 2013

CRONOLOGÍA NOCTURNA DE LA DESOLACIÓN URBANA






Cementerio de elefantes

Fran Alonso

Traducción de Iolanda Mato

Pulp Books, Cangas do Morrazo, 2013, 119 páginas



   Pulp Books, un sello de Rinoceronte Editora, que apuesta por ofrecernos en español algunos de los  títulos más representativos de la narrativa gallega actual, recala esta vez en Fran Alonso, un escritor polifacético y muy singular que frecuenta todos los géneros: periodismo cultural, lírica, narrativa en formato corto, novela, literatura juvenil). Cementerio de elefantes (Cemiterio de elefantes, 1994, en el original gallego) es la segunda aportación de Fran Alonso en el terreno de la narrativa, después de haber ganado en 1991 el Premio Blanco Amor con su novela Trailer. Fran Alonso es sin duda uno de los autores que han aportado propuestas innovadoras en las letras gallegas, como, por ejemplo, narrar en Trailer la vida de los camioneros gallegos por las carreteras españolas y europeas sin ocultar su visión del mundo. Algún estudio sobre la narrativa gallega de finales del pasado siglo ha etiquetado a Fran Alonso como visitante ocasional de las corrientes de narradores heterodoxos metaficcionales que reniegan de las categorías narratológicas fundamentales, como las del narrador o del personaje, entre otras.

   Cementerio de elefantes  es un viaje a la noche. A la noche de una ciudad portuaria, dura y clandestina como Vigo. Un viaje literario a las incontables náuseas de la noche, poblada de personajes atípicos, verdaderos antihéroes, que se debaten entre el sueño, la frustración, las extremas transgresiones. Son ellos, personajes noctámbulos, que hacen de la noche su hábitat, engullidos por la nocturnidad en sus encuentros depresivos, violentos o a veces sensuales y eróticos. Elefánticos en definitiva. Porque es una fauna de elefantes la que puebla la noche viguesa, que se desplaza, sorda e inexorable, hacia el amanecer.

   Al compás de las horas, nueve relatos breves recorren la urbe viguesa tras los pasos de esa fauna de elefantes. Son los protagonistas de la noche: licenciados o doctorandos reconvertidos e recogedores de basura; la cajera de un super que es víctima de un violador; vagabundos engullidos por las sombras en sus entrañas depresivas; la campesina del rural que inútilmente suplica que en la farmacia de guardia le vendan Voltarén para curar a su cerdito; la brutalidad verbal y profesional del dentista nocturno; periodistas desmotivados que deben llenar las ondas de contenidos estúpidos; guerrilleros aluniceros de iglesias; drogatas que con coca consuelan sus depresiones; insomnes incapaces de enfrentarse al día por las mañanas, fracasados incluso en el sexo, esclavos de ansiolíticos; taxistas estafados, piratas urbanos, vendedores de tabaco americano; prostitutas; caducos macarras, violadores, vagabundos atrapados por la noche en sus extrañas depresiones.

   De nuevo, y como en Males de cabeza, prosas extremas, conmocionadas que ponen ante nuestros ojos, de forma a veces vitriólica y estremecedora, otras, sumamente tierna, las punzantes brechas de la posmodernidad. Motivos recurrentes en ese ya gran macrotexto de Fran Alonso: la soledad, la incomunicación, el desengaño y las mil llagas y miserias de nuestros días en los espacios urbanos. Fran Alonso hace confluir a varios de sus elefantes nocturnos en un Refugio: “Corazones Solitarios”, todo un símbolo, una metáfora de la noche viguesa, esa noche que nos envejece a todos.

Narrados en primera o tercera persona, punteados los relatos al hilo del paso de las horas nocturnas, encadenando historias y personajes en una acertada y fructífera intertextualidad con obras anteriores. Es el caso de Lino, camionero en Trailer, o la mujer que trae cada día el barco de Cangas y consume su  jornadas haciendo tortillas para los obreros, que remite al poemario Tortillas para os obreiros. Escritura necesariamente fragmentaria y sobriedad narrativa que acrecienta el efecto sobrecogedor de estas historias. Altamente recomendable pues este libro de Fran Alonso, sobre todo para aquellos que quieran disfrutar en español de la estética del autor. Estética comprometida,  a la altura también de nuestro tiempo. Estética de lo que somos y de lo que tenemos, reflejada a través de estas historias tan hermosas como brutales y estremecedoras.



Francisco Martínez Bouzas






Fran Alonso

Fragmentos



“Traté de acelerar el paso porque sentía frío en las piernas, pero aquella falda tan ceñida no me dejaba caminar muy deprisa. Con el avance de la noche aumentaba el frío y los vagabundos que dormían en los portarles de las casas o de los comercios se cubrían con grandes cartones como queriendo amortiguar un poco su desgracia. Viejas rodeadas de bolsas de basura, jóvenes solitarios con el estigma de la heroína en los ojos ensangrentados, lúcidos personajes de gabardinas amarillas que un día decidieron perder la cordura, hombres con la botella de vino en las manos, todos personajes múltiples pertenecientes a una extraña fauna nocturna que me mantenía tan horrorizada como maravillada. Las noches en que acudo a visitar ami novio a la discoteca me recreo en ese paseo solitario que tengo que realizar para retornar a casa. Disfruto de él porque me mantiene expectante y hechizada dentro de esa moler en la que me he sumergido y eso hace que sienta pasión por la noche.”



…..



“La noche nos hace viejos prematuros. A todos. A los que estamos de este o de aquel ladote la barra, esa frontera que afortunadamente nos separa y que yo recorro incansablemente durante toda la jornada. Pero la noche nos gasta a todos, nos consume para envejecernos antes de tiempo.”



…..



 “Es la noche. Estoy acostumbrado a moverme entre la fauna de los que se van sin pagar, de los jugadores de billar, de los que piensan que ofreciéndole costo al camarero ya pueden ir de legales, de los que levantan las copas donde pueden, de los que se  encierran en los baños, de los que vienen a controlarte y vuelven de madrugada -o por el día- para levantarte el equipo de música, de los clientes habituales con derechos adquiridos, de los que, total, solo viene una vez, de los que quieren abrir cuenta porque son de buena familia, de los que vienen por la puerta a venderte dos botellas de wiski muy baratas, de los que saben de todo y te lo quieren explicar, de los que invitan a todo cristo, de los que salieron de casa sin dinero pero, ah, te ofrecen el carné de identidad, de los colegas que aseguran estar también de este lado de la barra.”



(Fran Alonso, Cementerio de elefantes, páginas 15, 59,62)

miércoles, 18 de septiembre de 2013

SIN REDENCIÓN PARA EL MAL



 
La velocidad de la luz
Javier Cercas
Tusquets Editores, Colección Andanzas, Barcelona, 305 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Javier Cercas publicó  hace ocho años en Tusquets Editores su quinta novela, La velocidad de la luz. Cuatro años después de que Soldados de Salamina lo catapultase al éxito, novela de la que se vendieron más de un millón de ejemplares sólo en España, traducida a más de veinte idiomas y llevada al cine por David Trueba. Javier Cercas escribe La velocidad de la luz como un ejercicio de exorcismo, como el mismo confiesa porque no resulta  fácil sobrevivir con dignidad a las ventas millonarias o a los elogios de astros de la literatura o la crítica como Susan Sontag o George  Steiner. Son los efectos adversos que a veces tiene el éxito. Y un éxito de la magnitud de Soldados de Salamina puede a veces truncar la carrera literaria de cualquier escritor. Otros, en la tesitura de Cercas quizás se hubieran sentido paralizados por la responsabilidad y habrían preferido  que se extinguiese el brillo de la novela de ventas millonarias. Pero Javier Cercas afrontó la responsabilidad de una manera distinta y, en mi opinión, encomiable: con la excelencia literaria, con la reflexión  profunda. Con un producto literario como La velocidad de la luz, novela intensa y arriesgada que amalgama calidad y una honda reflexión sobre ciertos temas fundamentales.
   La peripecia argumental de la que se sirve Javier Cercas para ahondar en los interrogantes que siempre le inquietaron (la vida y la literatura, el fracaso y el éxito y en especial, la culpa, la manera implacable como nos persiguen las acciones pretéritas de nuestra vida), es la historia de un aprendiz de escritor que, como el propio Cercas, viaja a una universidad del Medio Oeste americano para impartir clases de español. Allí conoce y traba amistad con un compañero de despacho, un veterano de la guerra de Vietnam, antipático e inabordable y al que todos consideran excéntrico, y cuya historia pretende escribir. Pronto sobreviene la separación, pero sus vidas volverán a converger repetidamente. El resultado: una historia fascinante que se mezcla con la del propio narrador, un narrador sin nombre, en buena medida, alter ego del propio autor. Un procedimiento formal del que Javier Cercas echa mano con frecuencia. Es la llamada “autoficción” consistente en identificar al narrador de sus historias con el propio escritor, de tal forma que éste queda implicado en la trama y ante el lector se despega el señuelo de una escritura confesional. Una nueva forma de extinguir las fronteras entre vida y literatura, tan usual en la narrativa de nuestros días.
   Esta es la razón de que la novela no solamente rebose de referencias metaliterarias, sino que también los mismos protagonistas se sienten obligados a ser escritores. No pueden ser otra cosa porque escribir es lo único que les permite contemplar la realidad sin destruirse y dotarla al mismo tiempo de sentido o de la ilusión de sentido.
   Con ser relevante el empleo de este hallazgo narrativo, que hace acto de presencia en toda la narrativa de Cercas, existe no obstante otro elemento que dota de mayor fuerza al relato y que también ya estaba presente en Soldados de Salamina. Este elemento es la guerra. La guerra que Cercas introduce como la última referencia. Como el motivo definidor de las conductas humanas. La guerra, la máxima catástrofe en la que se ve envuelta la especie humana por culpa de su estupidez. La guerra aparece en Cercas como enigma pretérito que inquieta, obsesiona y, envuelta en velos, en brumas, en silencios o en misterios, sigue obsesionando a sus protagonistas y dejando sus secuelas.
   Es también la guerra la que en La velocidad de la luz se trasluce en la peripecia argumental de los dos personajes fundamentales de la novela y le da pie al escritor para abordar las grandes cuestiones de siempre. En especial, el tema de la culpa. Si fuésemos capaces de viajar a la velocidad de la luz para auscultar el futuro, lo que descubriríamos es que no existe expiación posible ni perdón realmente redentor para el mal, para nuestros crímenes. Nosotros mismo somos entonces los jueces más severos. Desde esta óptica, La velocidad de la luz muestra el reverso oscuro de Soldados de Salamina. En la precedente y exitosa novela, Javier Cercas nos hablaba de que hasta en los tiempos más viles hay siempre alguien capaz de un acto de piedad, hecho que lo convierte en héroe. La principal tesis, en cambio, de La velocidad de la luz es que cualquier puede cometer la mayor atrocidad. La persona más decente puede esconder bajo su piel un verdadero asesino.
   Pocas veces la cita introductoria de un libro resulta tan oportuna y expresiva como en este caso. La velocidad de la luz se abre con este texto impresionante de Ingeborg Bachmann: “El mal, no los errores, perdura/ lo perdonable está perdonado hace tiempo, los/ cortes de navaja/ se han curado también, sólo el corte que produce/ el mal, / ese no se cura, se reabre en la noche, cada noche”. Este corte de navaja que cada noche se reabre y supura, son las atrocidades cometidas en otro tiempo en Vietnam y que persiguen implacable y eternamente a su responsables.
   La novela de Cercas, intensa, emotiva y al mismo tiempo muy reflexiva es un producto narrativo elaborado con maestría y oficio. Su escritura engañosamente transparente y el hondo calado de su trama -el sentido de las acciones humanas-seducen al lector a medida que avanzan las páginas.

Francisco Martínez Bouzas



Javier Cercas

Fragmento
“-Sí –dije, y casi sin darme cuenta añadí- : A lo mejor uno no es sólo responsable de lo que hace, sino también de lo que ve o lee o escucha.
Apenas me oí pronunciar esta frase me arrepentí de haberla pronunciado. La reacción de Rodney me confirmó el error: sus labios compusieron instantáneamente una sonrisa taimada, que se desvaneció enseguida, pero antes de que yo pudiera rectificar mi amigo empezó a hablar despacio, como poseído por una rabia sarcástica y contenida.
-Ah -dijo-. Bonita frase. Cómo os gustan a los escritores las frases bonitas. En tu último libro hay algunas. Francamente bonitas. Tan bonitas que hasta parecen verdad. Pero, claro, no son verdad, sólo son bonitas. Lo raro es que todavía no hayas aprendido que escribir bien es lo contrario de escribir frases bonitas. Ninguna frase bonita es capaz de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la verdad, pero…
-Yo no he dicho que quisiera contar la verdad -le interrumpí, irritado-. Sólo he dicho que quería contar tu historia.
-¿Y qué diferencia hay entre las dos cosas?- -respondió, buscándome los ojos con aire triste de desafío-. Las únicas historias que merece la pena contar son las que son verdad, y si no pudiste contar la mía no es porque no pudieses, sino porque no se puede contar.”

(Javier Cercas, La velocidad de la luz, páginas 175-176)

martes, 17 de septiembre de 2013

EN EL CIERRE DE LIBROS DEL SILENCIO



Por un correo que acabo de recibir, me entero de una pésima noticia para la literatura española y para nuestra cultura en general. Cierra la Editorial Libros del Silencio. En este blog he comentado más de una vez las excelentes publicaciones que el instinto literario de Gonzalo Canedo, fundador y director de Libros del Silencio nos ofrecía para el goce de sus lectores. Como recuerdo, como homenaje a Gonzalo Canedo y a todos los que hicieron posible una encomiable labor editorial, reproduzco el texto del correo de despedida que acabo de recibir.

   Con la esperanza de que ese “Hasta siempre” de la despedida, sea hasta un cercano hasta pronto:


“La falta de su fundador, fallecido en enero del presente año, y los problemas económicos que llevaba tiempo arrastrando llevan a la editorial a presentar concurso de acreedores.
Lamentamos comunicar que, pese a la decidida voluntad de los herederos de Gonzalo Canedo y al trabajo del presente equipo editorial, la pérdida irreparable del fundador y único socio de Libros del Silencio, aparejada a una serie de complicaciones financieras que han terminado resultando insorteables, ha obligado a la empresa a presentar un concurso de acreedores que se hará efectivo este mismo mes de septiembre.

Fundada en enero de 2009, Libros del Silencio empezó su actividad en noviembre del mismo año y deja como legado un catálogo de 52 títulos (el último de ellos, Carmen Amaya 1963, aparecido el pasado mes de mayo) que se caracteriza por su rigor y heterogeneidad, y que se diseñó tratando de cumplir con un único propósito: el de dar salida a obras en las que primase lo literario entendido según una idea personal e inclusiva. A lo largo de estos casi cuatro años de apasionada andadura, y gracias a la tenacidad editora y el empeño constante de Gonzalo Canedo, Libros del Silencio ha lanzado a nuevos talentos nacionales (Carlo Padial, Iván Repila o Princesa Inca) y rescatado a figuras fundamentales de nuestra tradición (Quevedo, Lois Pereiro,  Carlos Casares); puesto en circulación obras clave de un buen número de clásicos modernos (como Robert Stone, John Hawkes o B. S. Johnson), descubierto a voces poderosísimas y ya consagradas (como las de Donald Ray Pollock o Patrick deWitt) y desenterrado piezas maestras que nos eran casi desconocidas (La familia Máshber, de Der Níster, o Las desventuras del príncipe Sternenhoch, de Ladislav Klíma); se ha apuntado tantos en novela, relato, poesía y ensayo, y ha supuesto, en fin, una alternativa que, queremos creer, ha hecho honor a su voluntad de independencia y su apuesta por la calidad, y que, pese a lograr un merecido reconocimiento a su propuesta, se ha visto finalmente perjudicada de un modo fatal por la grave coyuntura económica del país y los cambios y la incertidumbre que afectan a todas las esferas del sector editorial.                        
Gonzalo Canedo, fundador de Libros del Silencio


Libros del Silencio quiere agradecer su inestimable labor a todos aquellos que, durante todo este tiempo, han contribuido decisivamente a cumplir con los estándares de calidad marcados, aportando numerosas horas de trabajo disciplinado e incansable para que nuestros libros tomaran forma en óptimas condiciones (empleados, traductores, correctores, maquetadores, ilustradores e impresores), así como a los que han sido esenciales para que, una vez salidos de imprenta, esos mismos títulos llegaran con éxito a su destino (distribuidores, libreros, periodistas, críticos), y, muy especialmente, a aquellos que se encuentran en los dos extremos del proceso editorial, y sin los cuales no hubiera sido posible nada de esto: los autores que han confiado en nosotros para dar a conocer sus obras y los lectores que han invertido en ellas, de entre una oferta tan atractiva como difícilmente abarcable, su tiempo y su dinero. Ha valido la pena.

Hasta siempre
El equipo editorial”

viernes, 13 de septiembre de 2013

LA MALDICIÓN DEL PODER: LA DESTRUCCIÓN DE ANA BOLENA



 

Una reina en el estrado

Hilary Mantel

Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona, 2013, 493 páginas.



  

   Hilary Mantel (Glossop, Derbyshire, 1952) es sin ningún género de dudas una de las plumas que mayor éxito están cosechando en el subgénero de la novela histórica. Autora de una decena de libros, algunos de ellos inspirados en su experiencia en un hospital geriátrico, en sus estancias en Botswana y en Arabia Saudí. Sin embargo su gran éxito se lo ha proporcionado su narrativa histórica: Wolf Hall, 2009 (En la corte del lobo,) y Bring Up the Bodies, 2012 (Una reina en el estrado). Con ambas novelas ha logrado lo que solamente antores de la talla del Nobel Coetzee o Peter Carey habían conseguido: ser galardonada con ambas piezas por el prestigioso Man Booker Prize a la mejor novela original en lengua inglesa. Bring Up the Bodies fue además declarada Libro del Año en la ceremonia del National Book Award. Estos galardones y el éxito del público,  -acrecentado quizás por sus críticas a Kate Middleton (“a shop-window mannequin, with no personality”, “un maniquí de escaparete, sin personalidad”)- , con más de 400.000 ejemplares vendidos en Inglaterra, demuestran que se puede construir  una obra de ficción  de gran éxito comercial sin desertar de la calidad literaria.

   El fondo de la historia de esta segunda entrega de la trilogía destinada a reflejar ficcionalmente la historia de Enrique VIII y su tiempo, es de sobra conocido a través de no pocos productos tanto literarios como cinematográficos (la reciente serie televisiva “Los Tudor”, las películas, “La vida privada de Enrique VIII (1933), “Las hermanas Bolena” (2008) o la novela de Maureen Peters, Enrique VIII y sus seis esposas. Hilary Mantel sitúa al lector en la Inglaterra de 1535. El rey Enrique VIII se ha divorciado de la tía del emperador Carlos V, Catalina de Aragón y ha contraído matrimonio con Ana Bolena, una de las damas de compañía de la reina. Tras el consiguiente enfrentamiento con el papado y con el emperador, que intriga para que el pueblo se subleve, el monarca inglés vuelve a sentirse atrapado en una unión matrimonial, incapaz de proporcionarle lo que el rey desea ardientemente: un hijo varón que asegure la continuidad de la dinastía Tudor. Es entonces, en medio de esa situación explosiva, cuando surge la figura del estadista Thomas Cromwell, miembro de la corte y persona de confianza del monarca. Poder y confianza que ha sabido conquistar desde sus orígenes humildes. En efecto, “el hijo del herrero” iniciará un juego de astutas intrigas para que el rey despose a Jane Seymour, sin que se produzca una revuelta interior y no crezca el aislamiento europeo. Pero lo que sobre todo narra la novela es una cadena de episodios aterradores: el final de Ana Bolena, su destrucción, la aniquilación de su reputación y poco más tarde de su vida.

   La novelista ha sabido elegir una perspectiva muy original: encauzar y contarnos la historia desde el punto de vista de Thomas Cromwell, al que convierte en el gran protagonista de su relato. Y del estadista y consejero del rey nos transmite lo bueno y lo malo. Cromwell fue en efecto un personaje avanzado para su tiempo, con ideas plenamente modernas, que creía en la igualdad de oportunidades para la mujer, planteó crear una especie de seguridad social que amparase a los trabajadores con el dinero recaudado a los ricos y los bienes de la Iglesia. Pero también un protector de la imagen del rey y una especie de manager de sus asuntos amorosos. Un juego peligroso que le deparó múltiples enemigos y finalmente un final sangriento.

   Lo novedoso de la escritura de Hilary Mantel y que hace de Una reina en el estrado una buena novela histórica, es la veracidad de la descripción de la corte de Enrique VIII, con matices y detalles. Su planteamiento históricamente realista de la figura de Thomas Cromwell en una situación sumamente sinuosa, un verdadero torbellino político agudizado por la Reforma religiosa. Con una narración en primera persona, la autora disecciona a Cromwell: describe perfectamente al personaje  contextualizado en su época: su mente maquiavélica en una época turbulenta y sumamente procelosa. Muestra así mismo con gran verismo el tiempo y los lugares, la cuestión de la Reforma religiosa a la que el rey se agarra como un clavo ardiendo en su enfrentamiento con el papado. Tampoco está ausente de la novela el reflejo de la política internacional, descrita con exactitud y rigor histórico, sin dejarse llevar por la falsa creencia de que Inglaterra era ya una potencia mundial en los días de Enrique VIII. Tampoco tiene reparos H. Mantel en mostrarnos la terrible miseria en la que vive la mayoría de la población, víctima de la codicia de un grupo de nobles, defensores a ultranza de sus privilegios.

   Y entre los méritos de la novela es preciso mencionar así mismo la labor de reconstrucción que va en contra de creencias asentadas, como el desmonte  de la figura de Thomas Moro, aureolado por la santidad que le otorgó la Iglesia católica y por la imagen que de él proyectó en su día Fred Zinnemann en la película “Un hombre para la eternidad” (“Un hombre de dos reinos” en Latinoamérica), cuando en realidad fue un hombre de estado que aniquilaba con saña a sus adversarios políticos.

   Una buena novela histórica acerca del poder y su influencia y maldición sobre los que lo ejercen, narrada con prosa brillante y referida con una preponderancia de diálogos y la inmediatez de una narración de aquel momento histórico, mas no como hechos del pasado sino como acontecimientos del presente.



Francisco Martínez Bouzas






Hilary Mantel

Fragmentos



“Sus hijas caen del cielo. Él observa desde la silla del caballo, atrás se extienden acres y más acres de Inglaterra; caen, las alas doradas, una mirada llena de sangre cada una. Grace Cromwell revolotea en el aire tenue. Es silenciosa cuando atrapa su presa, y silenciosa cuando se desliza en su puño. Pero los ruidos que hace entonces, el susurrar y el crujir de plumas, el suspiro y el roce del ala, el pequeño cloqueo de la garganta, ésos son sonidos de reconocimiento, íntimos, filiales, casi reprobatorios. Tiene franjas de sangre en el pecho y le cuelga carne de las garras”



…..



“Se pregunta (Ana Bolena) si se dormirá  alguna vez y qué soñará. No está en privado más que en sus sueños. Thomas Moro solía decir que uno debería construir un retiro, una ermita, dentro de su casa. Pero eso era Moro: capaz de cerrar la puerta en la cara de todo el mundo. La verdad es que no puede separarlos, su yo público y su yo privado. Moro creía que podías, pero al final arrastró a hombres a los que él llamaba herejes a su casa de Chelsea para poder perseguirlos allí cómodamente, en el seno de su familia.”



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“La reina está sola ya, tan sola como ha estado toda su vida. Dice: Cristo ten piedad, Jesús, ten piedad, Cristo recibe mi alma. Alza un brazo, de nuevo sus dedos van hacia la cofia, y él piensa: baja el brazo por amor de Dios, baja el brazo, y no podría desearlo más si… El verdugo dice con voz aguda:«Dadme la espada». La cabeza con la venda en los ojos gira. El hombre está detrás de Ana, que se equivoca de dirección, no lo siente. Hay un gruñido, un solo sonido de toda la multitud. Luego un silencio y, en ese silencio, un suspiro agudo o un sonido como un silbido a través del ojo de una cerradura: el cuerpo se desangra y su plana y pequeña presencia se convierte en un charco de sangre.”



(Hilary Mantel, Una reina en el estrado, página 19, 343, 477)

martes, 10 de septiembre de 2013

COORDENADAS DEL COMPLEJO MUNDO FEMENINO



El tiempo de las mujeres
Ignacio Martínez de Pisón
Editorial Anagrama, Barcelona, 375 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Desde que en el año 1984, y con tan sólo veinticinco años, su novela La ternura del dragón se hiciera con el Premio Casino de Mieres, el escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón (1960) se ha convertido en uno de los cultivadores más interesantes de la actual narrativa española. Su poderoso talento narrativo se asienta en una prosa extremadamente cuidada, con un pleno dominio de la lengua, un empleo ajustado y muy natural de los registros lingüísticos y del recurso a un humor corrosivo y desenfadado que, sin embargo, le sirve a su sabiduría narrativa a la hora de graduar con destreza lo que está contando y dibujar con maestría el perfil de sus personajes. No obstante, la escritura de Martínez de Pisón, un verdadero autor de culto, se aleja por igual de las corrientes hoy dominantes: las tendencias realistas o aquellas que caminan por sendas más experimentalistas y culturalistas.
   Considera Martínez de Pisón que allí donde incuba la tensión existe una buena historia. Y las tensiones las encontramos, de manera quizás inconmensurable, en la etapa de la adolescencia, a la que le dedicó sus primeras novelas, y también en la de la juventud, que marca la entrada en la edad adulta a la que consagra desde hace años todos sus esfuerzos como escritor, lo que le ha permitido poner en el mercado y ver traducidas a múltiples idiomas, María bonita (2001) y sobre todo El tiempo de las mujeres (2003) y otros textos narrativos que se han ido sucediendo, entre los que destaco Enterrar a los muertos (2005), Dientes de leche (2008) y El día de mañana (2011), una gran novela a la que ya le he prestado atención en esta bitácora.
   Hoy releo El tiempo de las mujeres, una novela a cuya escritura consagró el autor cuatro años de verdadera inmersión en el mundo femenino, permitiéndose únicamente una pausa para escribir María bonita. El resultado fue una novela muy ambiciosa. Una novela de formación o Bildungsroman femenino narrada por tres voces que se dejan oír hablando en primera persona. Son tres mujeres diferentes, tres hermanas que nos van revelando, en los diferentes capítulos, su personalidad y la relación que entre ellas mantienen. Sus distintas posturas frente al amor, el sexo, frente a la responsabilidad y ante una madre infantil e ingenua que se hace pasar por desvalida después de que su marido hubiera sido hallado muerto en un prostíbulo.
   Martínez de Pisón apela a la afirmación de Lobo Antunes de que una mujer, por muy estúpida que sea, esconde mucha mayor complejidad que un hombre. Para intentar modelar esa complejidad, el escritor se mete en la piel de las tres hermanas en un momento decisivo de sus existencias, dándole voz propia a cada una de ellas. Y, sobre todo, tratando de profundizar en los secretos que guardan entre sí. Porque el escritor está convencido de que las mujeres viven en un mundo hecho de secretos. Los hombres, por el contrario, pierden esas conversaciones o cuchicheos femeninos en los que ellas se dicen cosas que jamás revelarían delante de los hombres.
   Si esta novela, tan rica como compleja, tiene algún mérito, el más importante en mi apreciación es el de haber sido capaz de reflejar el punto de vista femenino en la narración que cada una de las hermanas hace de la historia común y de la suya particular en el instante del desafío de salir adelante por ellas mismas y de madurar psicológicamente en un ambiente de desplome  de ilusiones.
   Una sensación de pausada linealidad, la presencia de aspectos y escenas rebosantes de humor y una técnica contrapuntista que le permite al autor contemplar al mismo tiempo tres interpretaciones distintas de los mismo hechos, le son fértilmente utilizadas por Ignacio Martínez de Pisón en su empeño de aprehender y reflejar ficcionalmente las coordinas del complejo mundo femenino.

Francisco Martínez Bouzas


Ignacio Martínez de Pisón

Fragmentos

“Entre los empleados de la funeraria había una mujer con una bata azul y el pelo envuelto en una redilla que, entre otras cosas, se ocupaba de darle unos puntos de sutura en los párpados para que no se le abrieran los ojos en mitad del velatorio. Esa mujer me dijo que me fuera  a descansar, que enseguida lo maquillarían y lo vestirían, que iba a estar más guapo que un querubín. Y yo salí de la biblioteca y es verdad que más tarde mi padre mostraba un aspecto bien distinto: decoroso y casi apuesto en el impecable milrayas, con una expresión apacible y hasta risueña en un rostro sin arrugas, con el pelo insólitamente peinado con brillantina. Así lo vio ya mamá cuando apareció vestida de negro y con los ojos hinchados de tanto llorar. Se sentó en la silla que había junto  a la cama, la silla en la que poco antes había estado el milrayas, y se limitó a mirarle en silencio. Luego acercó su cara a la de él y tal vez le susurró algo al oído, y yo pensé que siempre habían hecho muy buena pareja y que incluso así tenían un aire más que presentable, ella con aquellas ojeras y aquel luto improvisado, él simplemente muerto.”

…..

“Después de cenar fuimos todos a una discoteca sucia y oscura llamada Babieca. En aquella época todavía era costumbre alternar la música rápida con la lenta, y Alfredo, al que había perdido de vista a la salida del restaurante, se me acercó para sacarme a bailar en cuanto sonaron los primeros compases de Angie. Recuerdo el tacto de su mano en la espalda y la calidez de su aliento en la mejilla izquierda. Recuerdo también su olor, un olor como a lavanda y a mandarina  y a sudor, todo mezclado: ¿era así como olían los hombres? Bailamos tres o cuatro canciones más, sin decirnos nada, y luego volvieron a poner música rápida y Alfredo me acompañó a la barra y me invitó a un cubalibre. Nos sentamos en la zona más apartada del local, también la más oscura (…) Alfredo me dijo que le apetecía. Sólo dijo eso, que le apetecía, pero el brillo de sus ojos era lo bastante explícito para que no cupieran dudas sobre qué era lo que le apetecía. Yo nerviosa quise decir que no pero dije ¿aquí? Y eso fue como decir sí, porque Alfredo me cogió de la mano y dijo: Tienes razón, aquí no. Me agarró por la cintura y, cruzando la pista, me sacó de aquella discoteca, y en el fondo yo estaba contenta de que todos vieran cómo Alfredo me tenía agarrada por la cintura y me sacaba de ahí. Nos abrazamos nada más llegar a la calle y nos besamos, y otra vez yo sentía sus manos en la espalda y su olor a lavanda y a mandarina. Estás tensa, me susurró él, pero no era cierto. Estaba excitada. Estaba excitada porque sabía que los próximos minutos iban a ser los últimos de mi virginidad. ¿Cuánto tiempo hacía que había hablado con mis hermanas acerca de eso? Apenas quince días, y me había irritado profundamente descubrir que yo era la única virgen de las tres.  Sí, Carlota salía ya con Fernando y habían hecho varias veces el amor en su coche. Y Paloma, que entonces tenía quince años, ya se había acostado con tres chicos diferentes. De modo que era yo, la primogénita, la mayor de edad, la única que seguía  siendo virgen, y tenía que callarme mientras ellas dos intercambiaban confidencias delante de mi y hablaban de sexo como dos expertas.”

(Ignacio Martínez de Pisón, El tiempo de las mujeres, páginas 15, 84-85)

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"LIRIO Y SERPIENTE": UN CANTO AL AMOR QUE SALVA Y CONDENA



Lirio y serpiente

Nikos Kazantzakis

Traducción de Pedro Olalla

Acantilado, Barcelona, 2013, 67 páginas.



 

    La barcelonesa Editorial Acantilado ha rescatado este año para los lectores en español un texto singular del poeta y narrador griego Nikos Kazantzakis (1885-1957). Un autor que es quizás la excepción que confirma el general desconocimiento que en ámbitos hispanoamericanos tenemos de la literatura griega de los últimos siglos, si dejamos al margen la poesía de Kaváfis y Palamás. Nikos Kazantzakis alcanzó gran popularidad después de la Segunda Guerra Mundial sobre todo por las adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas de tono expresionista y agitada y confusa espiritualidad (Alexis Zorbas, 1946, Cristo de nuevo crucificado, 1948, La última tentación de Cristo, 1951 o Examen de conciencia ante el Greco (1961).

   Sin embargo su temprano debut literario y el inicio de su carrera como escritor se produjo con la publicación de un texto, Lirio y serpiente (Atenas, 1906) cuya gestación y circunstancias paraliterarias es conveniente conocer para entender cabalmente el contenido y los valores de esta obra, tan caótica como apasionada y atormentada.

   Este arrebatado poema en prosa fue escrito cuando su autor contaba apenas veintidós años, apareció publicado bajo el seudónimo de Karma Nirvani, y fue inspirado por la joven profesora irlandesa Katheen Forde de la cual Kazantzakis se enamoró loca y obsesivamente cuando de ella recibía clases de inglés y escuchaba los poemas de Byron y Keats que le recitaba al oído. Ambos consumaron muy pronto su amor. Tras fugarse al monte Psiloritis, se unieron carnalmente en el suelo de la ermita de la Santa Cruz, bajo las miradas de los iconos de Cristo y la Virgen.

   El texto de Kazantzakis, escrito en forma de impetuoso y obsesivo diario, le atormentó durante toda su vida hasta el punto de que en 1953, el propio autor destruyó en el fuego los ejemplares del libro que le quedaban porque los consideraba fruto de un arrebato juvenil, alocado y pecaminoso. Sin embargo nunca acabó por rechazarlo del todo, pues lo incluyó en la relación de sus obras, presentada  cuando en 1945 optó a la Academia de Atenas y al año siguiente, al Nobel de Literatura.

   Nikos Kazantzakis elude en su texto hacernos partícipes de esta impetuosa aventura amorosa. Lirio y serpiente se desliza ante el pasmo de nuestros ojos bajo el artificio de un “diario del corazón” de un desgraciado amigo, un gran artista, escrito, como él mismo confiesa de forma caótica sobre unas hojas sueltas, con letra descuidada y febril (página 66).

   Es un texto impregnado de erotismo y de sentimientos amorosos apasionados, que a la vez exaltan y desgarran tanto la carne como el espíritu. Un canto al amor que salva, glorifica, eleva el cuerpo y el espíritu con el fuego de su incandescente hoguera. Pero que también condena con sus letargos, “fantasmas de la noche del pensamiento”. Un amor tan espiritual, sublime y redentor, como carnal, animal, conflictivo, satánico y posesivo. (“Las flores de mi alma son todas crisantemos, grandes, satánicas…”, página 45). Y esa lucha entre los dos polos se condensa en las dos palabras que rotulan el libro: lirio y serpiente. Dos palabras de indudable filiación simbólica que remiten a una sensibilidad arrebatada tardorromántica: la belleza, el deseo, el erotismo, la locura, la muerte.

   Un texto que, si le hacemos caso a Palamás, es a la vez historia y poema. La historia se desarrolla a través del arrebatado monólogo del protagonista. La poesía lo impregna todo, porque estas breves prosas poéticas, pese a la juventud de su autor, están escritas con el poder y el dolor de las palabras eternas que suelen brotar como dardos incendiarios cuando el amor se convierte en el gran monoteísmo del alma humana.



Francisco Martínez Bouzas







Nikos Kazantzakis



Fragmentos



“Ante mi Te veo alzarte como exótica flor de una hermosa florescencia carnal. Sabe tu cuerpo grácil el secreto que saben las hiedras trepadoras. Y cuando caminas, y cuando Te reclinas sobre mí, y cuando abres los labios y cierras los ojos, y cuanto Te entregas, son canto y son música. Tus líneas enlazadas. En Tu abrazo se ocultan los secretos de los Deseos eternos y en Tus ojos navega el enigma de los mares.

De Tus labios gotea, gotea el Veneno de los grandes besos. Salta sobre Ti y en Tu cuerpo se vierte el deseo misterioso de los Imanes.

Te veo ante mí, en el desierto de mi vida, elevarte como una palmera criada al calor de mis deseos.

Eres bella. Bella como el pecado, como la Muerte bella. Viste Tu blanco cuello y baja por Tus pechos y se aferra a Tus caderas y aprisiona Tus muslos y desciende por Tus piernas hasta abajo, ¡oh, Amor Desvestidor!, mi Deseo.”



…..



“Quiero apurarme a disfrutarte toda. Uno a uno los blancos misterios de Tu desnudez  que aguardan dormidos. Quiero apurarme, porque tal vez alcance a exprimir Tus labios y Tu carne toda y cuantos estremecimientos acechan en la profundidad de tus senos. Que no haya un solo beso que te robe la Muerte. Que sea yo quien te los robe todos. Quiero apurarme porque siento que nos vamos muriendo, que algo se escurre bajos nuestros pies, que las agujas de un reloj avanzan allá arriba y que llega la noche. Un imán nos arrastra desde las entrañas de la tierra. ¿No lo sientes, Amor? Nos arrastra impasible, mientras nosotros, para seguir en pie, nos agarramos a las flores del camino. Y las flores se arrancan, mueren en nuestras manos, y nosotros seguimos arrastrados.”



…..



“Ahora Te abrazo con el doble de amor y de convencimiento. La ola de Tu cuerpo no escapará nunca a mi abrazo. Permanecerás eternamente fiel a mí. Permaneceremos abrazados los dos, indiferentes a todo lo demás, no haremos caso a nada, y pasarán sobre nosotros los siglos del mal y los odios de los hombres y el fragor de la vida. Será horrendo el abrazo allá abajo, lo sé; pero será eterno. Estarás para siempre junto a mí sin poder alejarte, y cuando a medianoche se levanten los muertos, Tú no podrás hacerlo, porque Tus nidos estarán en mis nidos, y no habrá nadie que sea consciente del amor y del horror que allá abajo se estarán celebrando.”



(Nikos Kazantzakis, Lirio y serpiente, páginas 13, 33, 60)