lunes, 6 de enero de 2014

EL PAISAJE ALUCINADO DE W. BURROUGHS



Marica
William S. Burroughs
Traducción de Mariano Casas
Editorial Anagrama, Barcelona, 150 páginas
(LIBROS DE FONDO)

   Refiere el narrador  y ensayista mexicano Juan Villoro que el día 6 de septiembre de 1951, en el medio de una tranca etílica de la que solamente salía cuando se hallaba drogado, William Serwad Burroughs aceptó el desafío de Joan, su mujer, y probó su puntería al estilo de Guillermo Tell. Sus amigos ya estaban acostumbrados  a los “juegos telepáticos” de la pareja y sabían que la patente homosexualidad de Burroughs y su maratoniana ingestión de drogas impedía cualquier contacto físico entre los dos. El hecho fue que Joan puso un baso encima de su cabeza y Burroughs apretó el gatillo desde tres metros. Fue un asesinato accidental y compartido que provocó que la adicción por la escritura penetrase en el cuerpo de Burroughs. Toda la obra literaria de Burroughs es en efecto un ejercicio sostenido de la estética devastadora de aquella bala disparada en México.
   El inmenso suburbio, la “Interzona”, capital mundial del delito que era la ciudad de México en los anos cincuenta, se convirtió para el futuro autor de El almuerzo desnudo (1959) en un infierno transitable, en un abismo a su medida capaz de ocultar la realidad más  desagradable. Todo esto queda reflejado en buena medida en la novela Queer (1985), traducida al español por Anagrama con el título de Marica.
   Los inicios literarios de Burroughs tienen su origen en la sensación de catástrofe y de pérdida que le supuso la muerte de Joan. “Todo me lleva a l atroz conclusión de que jamás hubiera llegado a ser escritor sin la muerte de Joan” escribía el mismo Burroughs en 1985. Y junto al drama de la pólvora, también las cartas de Jack Kerouac y de Allen Ginsberg se sitúan en al arranque literario de Burroughs. Porque el profeta del  beat, nacido en 1914, y por consiguiente más viejo y menos  ambicioso que Ginsberg y Kerouac, nunca pensó dedicarse a escribir. Su intención era únicamente contribuir con su ingenio a las ufanías y alardes de los otros. “Mi novela son las cartas que te hago llegar” le declaraba Burroughs a Allen Ginsberg.
   Será, sin embargo, en México donde redactará, bajo el pseudónimo de Bill Lee, su primera novela, Yonqui. Confesiones de un drogadicto irredimible (1953). Queer fue concebida como un apéndice de  Yonqui y apareció publicada treinta años mas tarde, junto con la correspondencia que le serviría  de base para su sobra sin duda más conocida. The Yague Letters (1963). La personalidad contradictoria de Burroughs no es merecedora ni de un juicio moral condenatorio ni de una glorificación como ángel exterminador que precisó de un homicidio como motor de  arranque de su obra narrativa. Como escritor, lo debemos juzgar  únicamente por sus obras: un baúl rebosante de las más tremendas experiencias existenciales, de heteróclita vitalidad. También como experimentador de técnicas novedosas de arquitectura narrativa, como el cut-up, que tienen como finalidad descubrir, de forma azarosa, el relato escondido de la realidad.
   La relación polémica que Buroughs establece con la literatura, aparece con fuerza en Marica, el relato del deambular de un joven ambiguo por los locales más sórdidos de esa “Interzona” que abarca desde la ciudad de México DF hasta Panamá. Vagabundea  por locales cada vez más miserables, en los que pulula una fauna humana en estado de podredumbre y descomposición. Y en sus incursiones, como un pícaro alienado, nos surte con añicos radioactivos de un negrísimo humor. Viajes a mundos alucinatorios en búsqueda del yague, la droga absoluta, capaz de  otorgar el control total sobre los cerebros, y por eso mismo, codiciada por estados y por amantes.
   Si el lector desea introducirse en el particular mundo de uno de los escritores menos edificantes del siglo XX y contemplar ese paisaje alucinado que constituye el universo narrativo de este “gurú” de cinco décadas, hallará en Marica un pequeño pero substancioso atlas de la mayoría de los temas de uno de los personajes de mayor carisma biográfico de los últimos tiempos.

Francisco Martínez  Bouzas




Willian S. Burroughs


Fragmentos

La ciudad me atraía. Los barrios bajos no tenían que envidiar a los barrios bajos de Asia en cuanto a suciedad y pobreza. La gente cagaba en la calle y después se acostaba encima mientras las moscas le entraban y salían por la  boca. Algunos emprendedores, entre los que no eran infrecuentes los leprosos, hacían fogatas en las esquinas de las calles y cocinaban unos revoltijos horribles y apestosos, indescriptibles, que ofrecían a los transeúntes. Los borrachos dormían directamente sobre las aceras de la calle principal, y ningún policía los molestaba. Me pareció que en México todos dominaban el arte de no meterse en las cosas de los demás. Si un hombre quería llevar un monóculo o usar bastón, no vacilaba en hacerlo, y nadie se volvía para mirarlo. Los niños y los hombres jóvenes andaban por la calle del brazo y nadie les prestaba atención. No era que a la gente no le importara lo que pensaban los demás; pero a ningún mexicano se le ocurría aceptar la crítica de un extranjero, ni criticar el comportamientote los demás.”

…..

“Lee miró las manos delgadas, los hermosos ojos de color violeta, el rubor de excitación en la cara del niño. Una mano imaginaria se proyectó con tanta fuerza que costaba creer que Allerton no sintiera la caricia de unos dedos de ectoplasma en la oreja, el roce de unos ilusorios pulgares alisándole las cejas, apartándole el pelo de la cara. Ahora las manos de Lee recorrían las costillas, el estómago. Lee sentía la punzada del deseo en los pulmones. Tenía la boca entreabierta, mostrando los dientes mientras ensayaba el gruñido de un animal perplejo.
A Lee no le gustaba la frustración. Las limitaciones de sus deseos eran como los barrotes de una jaula, como una cadena y un collar, algo que había aprendido como aprende un animal, a lo largo de días y años de sufrir los rigores de la cadena, los rígidos barrotes. Nunca se había resignado, y sus ojos miraban entre los barrotes invisibles, vigilantes, atentos, esperando a que el guardián se olvidara de la puerta,  a que el collar se desgastara, a que se aflojara algún barrote…sufriendo sin desesperación y sin darse por vencido.”

(William S Burroughs, Marica, páginas 8, 48)

No hay comentarios:

Publicar un comentario