jueves, 25 de septiembre de 2014

"CAZADOR DE RATAS": ¿REALIDAD, DELIRIOS O LITERATURA DE TERROR?



Cazador de ratas
Alexander Grin
Traducción de Mercedes Noriega Bosch
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2014, 102 páginas.

   Prácticamente desconocido en España y en los países con los que compartimos el mismo idioma, Alexander Grin, heterónimo de Alexandre Stepanovich Grinevski (1880-1932), es sin embargo autor de una extensa obra narrativa (relatos y novelas) que comenzó a escribir a partir de 1906, después de haber llevado una vida errante: marinero en el Volga, mendigo en Bakú, buscador de oro en los Urales, soldado revolucionario, deportado a Siberia y a Finlandia de donde logró escapar. En su obra narrativa funde temas tan diversos como la aventura, la ciencia ficción, los relatos de terror y la crítica social. Su obra literaria fue marginada durante décadas  y su autor permaneció en el olvido porque los mandamases  de la burocracia literaria de la URSS consideraban que sus textos eran ajenos a la nueva sociedad. Editorial Pasos Perdidos nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una de sus obras más emblemáticas, Cazador de ratas. Podemos así catar la obra de un gran romántico ruso, creador de un mundo literario propio al que denominó Grinlandia, una utopía poblada por seres honrados, valientes, desinteresados y aquejados, como su autor, de un profundo romanticismo.
   En la novela, Alexander Grin non sitúa en el San Petesburgo de 1920, justamente el 22 de marzo de ese año. Una ciudad agotada, hambrienta, depauperada por la guerra civil; con el frío y la nieve acosando a la muchedumbre. El protagonista, cuyo nombre nunca sabremos, va al mercado a vender sus libros a cambio de un mendrugo de pan. Es cuanto posee y, aunque le paguen una miseria, se sentirá feliz. A la mañana siguiente cae desmayado, y, víctima de una epidemia de tifus que asola a la ciudad, le internan en el hospital. Y allí comienzan sus delirios. En ellos vislumbra a la joven que el adía anterior había sujetado los cuatro picos de su gabán con un imperdible. Una vez recuperado, le expulsan de inmediato del centro hospitalario, pero no tiene donde dormir porque en su antigua madriguera se había instalado un inválido.
   Es el prólogo de su singular aventura. Insomne deambula por las orillas del Moika donde un campesino pesca clandestinamente. Se tropieza con un tendero conocido, al que la Revolución había convertido en responsable de los alojamientos, que le ofrece los locales desiertos del Banco Central para que pase sus noches y le sirvan de refugio. Es a partir de este momento cuando la narración deja de lado los afanes realistas y se diluye en un relato onírico, alucinante, turbador  y repleto de vertiginoso paroxismo, rebosante, no obstante de expresividad.  Es también entonces cuando halla un almacén repleto de productos alimenticios dignos de figurar en la mesa de un gourmet. Y entre las delicias alimenticias aparecen las ratas. La primera, una enorme rata roja. La sigue una avalancha de esos inmundos roedores, que se deslizan entre sus pies  como gruesos lagartos. La esperanza, la angustia y el miedo -“la acerada cuchilla del miedo”- se apoderan del narrador protagonista que espera entre tinieblas la visita anunciada de un desconocido. El terror obsesivo, el pánico, los fantasmas, el ruido de las ratas corriendo sobre los amasijos de papeles, pueblan su vista y su mente, su caótica conciencia, incapaz de distinguir la realidad del delirio.
   Un desenlace donde una chispa esperanzadora de ese romanticismo tan caro al escritor, no impide que esta pequeña novela rebose de pesadillas en la mejor tradición del terror ofuscado de Hoffman y Poe.
   El lector de esta pequeña muestra de la narrativa de Alexander Grin se encuentra pues con un texto donde se difuminan lo real y lo onírico. La duda, como apuntan los especialistas de la literatura de terror, se instala en la mente lectora ante la presencia de lo que aparentemente es extraño, siniestro y hostil. O morbosamente antinatural como diría Lovecraft. Literatura de terror que cumple además con una de las condiciones compositivas que Alan Poe consideraba deseables en el subgénero: la brevedad que hace posible su lectura en una sola sesión para no alterar con las pausas la construcción del clímax.
   Una traducción que nos llega de la mano de Mercedes Noriega Bosch, supongo que a partir del original ruso, a un español correcto y preciso, acompañada además de notas a pie de página muy ilustrativas, así como un apéndice cronológico de Alexander Grin nos permiten degustar esta muestra elocuente de la narrativa de terror de A. Grin. Debo señalar, no obstante una pequeña mácula: sería preciso una puntuación más ajustada a la normativa y uniforme.

Francisco Martínez Bouzas

 
Alexander Grin

Fragmentos

“Nadie sabe que vengo aquí a vender libros –me dijo comunicativa, exhibiendo ante mis ojos un billete falso que el circunspecto ciudadano había deslizado entro los otros (lo agitaba distraídamente)-, aunque no vaya usted a creerse que los robo, no, los cojo de las estanterías cuando mi padre está dormido. Mi madre estuvo mucho tiempo enferma antes de morir, y tuvimos que venderlo todo, casi todo. No teníamos ni pan, ni madera, ni combustible. ¡Imagínese!  Aun  así, mi padre se enfadaría si llegara a enterarse de que frecuento lugares como este. Y, sin embargo, no me queda otro remedio; vengo con cosas procurando ser discreta. Te da dolor de corazón por los libros, pero ¿qué se va  a hacer? Gracias a Dios, tenemos de sobra. ¿Usted también tiene muchos?
-No-dije. Me castañeaban los dientes (ya había cogido frío y mi voz sonaba un poco ronca). No puede decirse que tenga muchos. En cualquier caso, es todo cuanto poseo.”

…..

“Los fantasmas invadieron las tinieblas. Veía el espectro velludo que se aparece a los niños en las esquinas oscuras de sus habitaciones durante las horas del crepúsculo. Aún más horrible, aún más aterrador que una caída en el abismo, era el temor obsesivo a que, justo detrás de la puerta, los pasos dejaran de oírse, a que no hubiera nadie, y que ese vacío me rozase el rostro con sus alas invisibles. Ya no podía imaginar que los rasgos de ese ser fueran los de un hombre corriente. Solo faltaban unos segundos: imposible esconderme. De repente los pasos se interrumpieron, justo detrás de la puerta, y fue tan prolongado el silencio, roto solo por el ruido de las ratas corriendo sobre los amasijos de papel, que tuve que esconderme para no lanzar un grito.”

(Alexander Grin, Cazador de ratas, páginas 10, 61-62)

lunes, 22 de septiembre de 2014

"DEMONIOS FAMILIARES", EL ÚLTIMO REGALO DE ANA MARÍA MATUTE



Demonios familiares

Ana Maria Matute

Prólogo de Pere  Gimferrer

Nota final de María Paz Ortuño

Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona, 2014, 182 páginas.

(AVANCE   EDITORIAL)



   Mañana, 23 de septiembre, llega  a las librerías de toda España la última  novela de Ana María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925-25 de junio de 2014). Una novela fatalmente interrumpida por el fallecimiento de la autora, una de las voces fundamentales de la narrativa española desde 1947, año en que la novela Los Abel fuera finalista del Premio Nadal. Posteriormente Ana María Matute se haría merecedora y ganaría todos los grandes premios  del sistema literario español así como los institucionales. Una rueda de prensa en la sede del Instituto Cervantes de Madrid, en la que intervendrán Almudena Grandes, Víctor García de la Cocha y María Paz Ortuño, amiga y colaboradora de Ana María Matute servirá de puesta de largo de esta novela póstuma de la gran escritora barcelonesa.

   Demonios familiares, tal como María Paz Ortuño revela en “Menos es más. Notas sobre la escritura de una novela inacabada”, brotó a partir de Paraíso inhabitado (2008). Es, sin embargo, una novela totalmente independiente que solo tangencialmente tiene que ver con Paraíso inhabitado, si bien en ella están presentes las grandes obsesiones de la autora: la falta de comunicación, la incomprensión, los viejos rencores, la felonía…Escrita entre los dolores de la mala condición física de la autora, su composición no fue un camino de rosas, como nos revelan las cuatro hojas del original, escrito en una máquina eléctrica y repleto de correcciones hechas a mano y reproducidas en el envés de la portada y contraportada del libro y en la primera y última hoja de esta primera edición.

   A pesar de ello, Ana María Matute, plasmó en el papel lo que fabulaba cuando no podía levantarse para escribir. Por eso mismo la elaboración de Demonios familiares es, como todas sus obras, un cúmulo de esfuerzos y de numerosas pruebas, en las que los personajes comparten espacio con los vértigos -así se titula la segunda parte-, la maldita compañía que, junto con la artrosis acompañó los últimos años  de Ana María Matute.

   Demonios familiares es una obra inacabada. La última frase que la autora escribió fue: “Como si hubiese aparecido un buen día debajo de una de las coles del huerto, que con tanto mimo trataba Mada”. Una frase que abre las puertas de la imaginación, un último guiño para que el lector invente y haga su propia literatura.

   Ofrezco a continuación una breve sinopsis extraída de la presentación editorial: “Julio del 36. Una pequeña ciudad del centro de España. Eva vuelve a la casa familiar tras la quema del convento donde estaba como novicia. Su padre, el Coronel, un hombre conservador y autoritario que siempre ha tratado a su hija con un amor distante, está paralítico desde hace años y dirige sus hacienda desde la silla de ruedas, asistido por Yago, oscuro personaje de grandes secretos. En el bosque cercano Eva encuentra el cuerpo malherido de un paracaidista, y ayudada por Yago lo traslada al desván de la vieja casona.”

   Toda la fuerza de la novela reside en Yago, un personaje plenamente matutiano que crece de una forma avasalladora e imparable a lo largo de la novela. Prosa tensa, alucinada y al mismo tiempo asentada en la luminosa diafanidad y transparencia del castellano, según el juicio del prologuista, Pere Gimferrer. “Cada elemento es real, pero no necesariamente realista;…verídico o veraz como una crónica: tiene la verdad de las imágenes simbólicas” (página 7).

   Estimulante y reveladora al Nota final de María Paz Ortuño que tuvo el privilegio de ser testigo del proceso de gestación y de escritura de esta novela inacabada. Así como del rigor con el que Ana María Matute cuidaba no solo el estilo, sino incluso la tonalidad, la melodía de cuanto escribía. También en esta novela.

   Las palabras finales del prologuista sirven de cierre de este avance editorial, en espera de mi personal juicio valorativo, que llegará tras la lectura reposada del texto de Ana María Matute: “Ella hablaba a veces poco; todo estaba en sus voz y en las palabras de sus libros. Quien así está habitada por su propio mundo nos precipita en él, y su escritura es sortilegio” (página 9).



Francisco Martínez Bouzas



 
Ana María Matute (foto de Jesús Domínguez)

Fragmentos



“Algunas noches el Coronel oía llorar a un niño en la oscuridad. Al principio se preguntaba quién sería, puesto que hacía muchos años que en la casa no vivía ningún niño. Solo quedaba en la mesilla de noche de Madre, una fotografía sepia, una sonrisa transparente y errática -quien sabía ya si de Madre o del niño-, flotando en la noche, como una luciérnaga alada. Ahora sus recuerdos, incluso los tenebrosos fantasmas de la campaña de África, se parecían cada día más a desperdicios, lo que queda, migas de pan en el mantel, de un antiguo festín. Pero su memoria recuperaba una y otra vez la imagen de Fermín, su hermano mayor. Encerrado en su marco de terciopelo malva, vestido de marinero, apoyado en un aro de madera, y siempre niño. Como un fantasma recurrente -«qué raro, es mi hermano mayor, pero yo tengo más años que él»-, persistía allí, nadie lo había quitado de la mesilla, ni aún cuando Madre ya no  estaba, hacía años que él se había casado, había nacido su hija, y Herminia, su mujer, había muerto.”



…..



“Estábamos tan cerca del frente que a veces parecía que las descargas de la artillería se producían en la misma sala. O que del mismo techo caían los truenos de una invisible tormenta, capaz de hacer temblar los muros de la casa. Una vez se cayeron dos de los cuadros que colgaban en la pared de la escalera. Afortunadamente, no era ninguno de los que habían retratado a Madre. Y no sabía -ni sé- por qué razón me producían un gran alivio saberlo.

A veces en mitad de nuestra cena nos invadían todos los siniestros ruidos de aquella guerra, que estallaba a tan corta distancia, casi diríase que en los bordes de nuestro bosque. Entonces, mi padre y yo nos mirábamos en silencio. El silencio siempre fue la conversación más apasionada entre mi padre y yo. En tanto, mi hermano permanecía tieso, mudo, casi marmóreo, como una estatua tras la silla de ruedas. En la cocina, Magdalena canturreaba, signo en ella de preocupación, porque la creía incapaz de sentir miedo.”



(Ana María Matute, Demonios familiares, páginas 17, 87. Para ver las primeras páginas de la novela, pinchar aquí)

viernes, 19 de septiembre de 2014

"EL TESTIGO", UNA NOVELA OBSESIVAMENTE MEXICANA



El testigo

Juan Villoro

Editorial Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona, 470 páginas

(LIBROS DE FONDO)



   
  Juan Villoro  (Ciudad de México, 1956), a pesar de que frecuenta todos los géneros no se prodiga en exceso. Ha publicado cinco novelas, seis libros de cuentos, literatura infantil, teatro, ensayo, crónica y periodismo literario; y es sobre todo uno de los escritores fundamentales de la actual literatura en español escrita en México. Ha vivido del “multiempleo”: profesor, traductor, periodista y escritor. La novela que hoy comento, El testigo, es posiblemente su obra más importante. Ganadora hace diez años del Premio Herralde de Novela. Juan Villoro forma parte de esa ola de narradores nacidos a la otra orilla del mar que está renovando la literatura latinoamericana, tras el agotamiento creador en que la misma cayó después de los autores del boom.

   La suya es una literatura que sigue una línea claramente experimental; una literatura del desencanto basada en la revisión estructural del relato, en el alejamiento, en la ironía crítica que sustituye a la imaginería tropical o telúrica, a las corrientes imaginativas de los escritores del realismo mágico. Una línea que está conformando una nueva generación de escritores que presentan como elementos caracterizadores un cuidadoso tratamiento del lenguaje novelesco, una descripción pormenorizada de sucesos y situaciones, una honda penetración en la psicología de los personajes y un abierto y franco cosmopolitismo que, no obstante no se olvida  de los territorios más próximo y de sus crueles situaciones conflictivas.

   Juan Villoro es un escritor indispensable dentro de esta línea de renovación estética. Este “equilibrista consumado” non regala  con El testigo una novela rabiosamente mexicana. Una novela que radiografía un país con el alma dividida, construido a base de ambivalencias y dicotomías, como uno de los personajes de la novela, el poeta ruralista Ramón López Velarde (1888-1921), anclado entre santas y putas.

   A pesar de que El testigo abre sus páginas con el poema de Cavafis sobre la superioridad del viaje en relación con el punto de llegada (“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo…), la novela es ante todo una pieza narrativa sobre los enigmas de la llegada y una reflexión sobre la figura del testigo precisamente en su país. En estas coordenadas es preciso encuadrar la trama argumental. La historia de un mexicano, Julio Valdivieso, un intelectual mexicano emigrado al viejo continente, profesor en la universidad de Nanterre, que, tras una prolongada ausencia, retorna a su patria para conocer los cambios en ella operados, hacer frente a un pasado personal marcado por la relación con una prima y sobre todo resolver sus dudas, tanto políticas como sentimentales. Porque esta vuelta al presente se convierte para él en una oportunidad para penetrar  en su pasado, en el de su familia y en el de su país, que sigue igual pero al mismo tiempo, distinto. En el agitado cambio político, el personaje principal  no ejerce exactamente el papel de protagonista, sino de testigo de la realidad. Más que desatar los sucesos, da testimonio de ellos. Por eso mismo, la oportunidad del título porque toda la novela es una profunda reflexión sobre la figura del testigo, aunque, como piensa el escritor, no resulta fácil decir quién  es un testigo fiable de los hechos.

   La novela, sin tener un contenido político palmario, en su trasfondo tiene que ver con la sensación de ilusión traicionada que acarreó la transición a la democracia después de casi tres cuartos de siglo de dictadura del PRI. Al mismo tiempo la novela indaga en algunos testimonios contemporáneos tan influyentes en el vivir diario como los programas televisivos, los mensajes religiosos o la gran poesía, no obstante sus nefastas dualidades, de Ramón López Velarde, que en sus construcciones  líricas refleja el alma íntima de los mexicanos. Radiografía generacional, sociológica, cultural e incluso corporativa de un país, amalgamada con una historia de sentimientos frustrados -en la novela tampoco falta el amor  y el protagonista quiere indagar por qué su prima amada le deja plantado-, de soledades asumidas, de restos incumplidos.

   Una pieza literaria erguida con una prosa muy precisa y sin embargo a veces sensual. Y trabada en una arquitectura perfectamente consecuencial, de imprevisto suspense que el autor mantiene a través de complejas maquinaciones y que, siendo realista, nada tiene que ver con el realismo tradicional. Un buen y amplio friso literario, en definitiva, cuya trama argumental no ha perdido actualidad y que le permitirá a lectoras y lectores empaparse de las ambivalencias y contradicciones del actual México.



Francisco Martínez Bouzas





Juan Villoro

Fragmentos



“La comunicación se cortó. Julio hubiera preferido cenar solo, en la cafetería que vio junto a la alberca, pero ya no podía rectificar. No había querido llegar a casa de su madre para amortiguar su regreso a la patria, y ahora se sentía metido en un embrollo. ¿Quién era el Vikingo? En veinticuatro años europeos no había tenido un amigo con apodo (le decía el Hombre de Negro a Jean-Pierre Leiris, pero ése era un apodo secreto). Pensó en Olga, la chilena que parecía rusa. Sus ojos sugerían episodios trágicos. Por desgracia, Julio no fue uno de ellos. Olga tenía piel de jabón de avena, la mirada irritada por la nevisca, un cuerpo para temblar entre tambores de té y sábanas calientes.”



…..



“Caminó (Julio) un rato por la Zona Rosa. El antiguo bastión de la bohemia, las joyerías y los restoranes de moda había sido invadido por vendedores ambulantes. Le ofrecieron hámsters, casets piratas, cortaúñas, un enorme martillo inflable.

Había sencillos puestos de tortas y jugos para quienes se dirigían a la estación del metro. Muchachas jóvenes atractivas, casi todas en pants, entraban en los locales de table-dance donde se empezarían a desvestir al poco tiempo.

Afuera de una tienda de artesanía vio a un mendigo de papier mâché, de tamaño natural. Estaba condenado con un grillete, para que no lo robaran. La protección parecía un castigo por la mendicidad. ¿Cómo sería la casa ese hombre de mano extendida resultara decorativo? ¿Había algo más extraño para un mexicano que estar en México?”



(Juan Villoro, El testigo, páginas 16, 253-254)

miércoles, 17 de septiembre de 2014

SHACKLETON, LA ÚLTIMA ODISEA DE LA EDAD HEROICA DE LAS EXPLORACIONES



 
El Viaje de Shackleton
William Grill
Ilustraciones de William Grill
Traducción de Pilar Adón
Editorial Impedimenta, Madrid, 2014, 73 páginas.

   
   El pasado día 15 de septiembre Editorial Impedimenta ponía en las librerías una verdadera joya editorial, El viaje de Shackleton, escrito e ilustrado por William Grill. Editado en cartoné, el libro forma parte de la colección “El chico amarillo”, ese 25 % de sus novedades que Impedimenta dedica a la novela gráfica, una decisión que tiene que ver, según Enrique Redel, director y alma Mater de Impedimenta, con la prioridad de contratar y editar “buenas” obras. Y sin ninguna duda Impedimenta ha acertado en esta apuesta por contarnos la “Expedición Imperial Transantártica”, escrita e ilustrada por una de  estrellas emergentes del libro ilustrado británico. Una pieza editorial que será del agrado de los amantes de los libros de viajes y de la literatura ilustrada.
  
Los perros de la expedición
El viaje de Shackleton nos permite retornar a los últimos tiempos de la Edad Heroica de las exploraciones. Y lo hace de forma amena, sencilla y comprensible para todos los públicos al hacer visible el propósito de Ernest Shackleton (1874-1922) de que su nombre pasase a la historia. El explorador anglo-irlandés ya había formado parte de la Expedición Dicovery (1901-1904) dirigida por Robert Falcon Scott; lideró la Expedición Nimrod, una marcha que le permitió a él y a sus tres compañeros alcanzar el punto más al sur jamás pisado por el ser humano. Mas tras la conquista del Polo Sur por Admundsen  (14 de diciembre de 1911), Shackleton centró sus esfuerzos en el gran desafío de cruzar el continente antártico de punta a punta atravesando el Polo, 2.900 km a través del continente helado. Y así fue: en agosto de 1914 Ernest Shackleton y sus tripulaciones compuestas por cincuenta y seis hombres (veintiocho por cada barco) y setenta perros partieron a bordo de dos barcos: el Endurance, que transportaría al equipo principal hasta el mar de  Weddell y el Aurora  que llevaría el equipo de apoyo hasta el otro extremo de la Antártida, el estrecho de McMurdo (mar de Ross).
   El libro que acaba de editar Impedimenta, rememora de forma distinta y mucho más atractiva que anteriores publicaciones como la de Alfred Lansing, Endurance (1959) o la película The Endurance dirigida por George Butler, una de las odiseas de aventuras más notables de todos los tiempos. Cuando en 1915 Shackleton  y los veintisiete tripulantes del Endurance se vieron obligados a abandonar el barco en las heladas aguas antárticas, el desastre parecía irremediable. Mas Shackleton que jamás perdía la fe en la capacidad del ser humano para sobrevivir, inició una lucha épica para lograr la salvación de sus hombres, llevada a feliz término bajo su dirección, en una proeza admirable llena de pavorosos peligros y completamente increíble. La hazaña de Shackleton al salvar a todos sus hombres en lucha contra las fuerzas de la naturaleza es la más extraordinaria que registran los anales de las expediciones polares. Lo que Shackleton se propuso  -cruzar de mar a mar el continente antártico- no hubiera sido tan heroico como lo que hizo en su lugar: rescatar de la isla de los Elefantes a los últimos náufragos del Endurance.                          
El Endurance levando anclas

   Pero el libro que ahora nos permite leer y degustar Impedimenta, le ofrece al lector mucho más: la preparación de la expedición; financiación; reclutamiento; relación de los miembros de la tripulación, los sesenta y nueve perros seleccionados, que desempeñaron un papel crucial; la descripción del barco; el surtido de víveres y equipamiento; el viaje a Buenos Aires, Georgia del Sur, islas Sandwich del Sur; las placas de hielo del mar de Weddell cada vez más fuertes y resistentes; el Endurance atrapado por un feroz puño de hielo a cuatrocientos metros del mar abierto; la espera invernal en la banquisa; el resquebrajamiento del barco; la evacuación y el nuevo desafío: la misión de sobrevivir; el Campamento Océano nuevo hogar de la tripulación; la marcha interminable en búsqueda de un hielo más firme; la nueva base de la expedición, el Campamento Paciencia donde pasaron tres meses y medio con la banquisa a la deriva; el necesario sacrificio de los perros aún vivos; la partida en tres barcas entre el chapoteo de las orcas que podían hacer zozobrar los botes; la navegación hacia la isla Elefante, un suelo sólido y seco; el épico viaje de Shackleton hacia Georgia del Sur en compañía de cinco expedicionarios… Y así, y con otras breves secuencias hasta el rescate de los expedicionarios que permanecían en la isla Elefante en el vapor Yelcho, el barco que el gobierno chileno puso a disposición de Shackleton.
   Una lucha titánica por la supervivencia que hizo olvidar el fracaso del proyecto inicial, porque Shackleton había logrado llevar a puerto seguro a todos los tripulantes del Endurance y a casi todos los del Aurora, el grupo de apoyo del mar de Ross.
   Abundan las publicaciones e incluso películas sobre las hazañas de la última exploración de la Edad Heroica, pero ninguna en el formato de libro ilustrado y escrita con un lenguaje conciso, breves anotaciones que, sin embargo, transmiten lo fundamental de la hazaña. Es el homenaje que Editorial Impedimenta rinde  a la valentía, fuerza de voluntad y resistencia de Shackleton y sus hombres en el centenario del inicio de esta aventura de exploración de lo desconocido.

Francisco Martínez Bouzas

 
William Grill

Fragmentos

“El avance era complicado y lento. De los aproximadamente mil cien kilómetros de hielo que se extendían ante ellos, los últimos cuatrocientos eran de casi un metro de espesor: una capa gruesa e impenetrable que se dividía en placas de más de kilómetro y medio de longitud. El barco fue abriéndose paso entre el hielo a velocidad moderada. Debía vencerlo e ir trazando una V entre los bordes de las placas para, solo entonces, a todo vapor, penetrar en el hielo a velocidad máxima, como una cuña gigantesca. Hurley filmó todo el proceso colgado de su plataforma en el botalón de foque.
Al principio, a la tripulación le resultó emocionante encontrar aquellas placas de hielo. Pero pronto empezaron a preocuparse ya que el hielo fue haciéndose cada vez más fuerte y más resistente. El Endurance tenía que rendir al máximo para poder abrirse camino.
Finalmente, después de haber luchado contra las espesas  placas de hielo durante más de mil cien kilómetros, el Endurance tuvo que afrontar su derrota. Se mirara donde se mirase, no había más que hielo: el barco estaba atrapado.
Después de diez días de tensa espera, Shackleton ordenó que se apagaran las calderas a fin de ahorrar combustible. Antes de intentar cualquier maniobra para salir de allí, esperó que las condiciones mejoraran. Durante aquellos largos días, probaron el trineo a motor y los hombres pudieron descansar.”

…..

“Vista la situación en que se hallaban, Shackleton decidió salir cuanto antes hacia la isla Elefante, situada a unos 160 kilómetros de distancia. Worsley mantuvo el rumbo a pesar de las terribles condiciones, valiéndose de una brújula de bolsillo. Después de 108 horas de esfuerzos y dificultades, los hombres estaban exhaustos, helados como estatuas, con las manos rígidas sobre los remos. La expedición sufría ya los primeros síntomas de congelación. Pero el avistamiento de tierra firme ejerció sobre ellos un efecto electrizante. Pronto serían los primeros hombres en pisar la isla Elefante.
Después de 16 meses eternos, estaban por fin en suelo sólido y seco. Deshidratados y hambrientos, comieron y bebieron hasta hartarse. Pero sus problemas aún no habían terminado ya que la costa se hallaba expuesta a los elementos, y una terrible ventisca azotó la isla durante días y días…”

(William Grill, El viaje de Shackleton, páginas 27-28, 49)

miércoles, 10 de septiembre de 2014

"LOS HEMISFERIOS": EL AMOR ENLOQUECIDO EN UNA GRAN NOVELA



Los hemisferios
Mario Cuenca Sandoval
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2014, 536 páginas.

   Los hemisferios es la tercera novela de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975, con residencia actual en Córdoba). Una novela importante, muy significativa, erguida con una escritura impactante. Quizás complicada a primera vista y por consiguiente no apta para todos los públicos, especialmente si el acto de lectura se encamina por derroteros ciegos a los detalles, marcas y matices narrativos. No obstante, merece la pena enfrascarse en su lectura por la gran solvencia con que el autor aborda la narración de su historia. Uno de esas marcas o detalles aludidos que es preciso tener en cuenta para una cabal y confortante lectura de Los hemisferios, es el verso de Octavio Paz: “Todo es espejo”, cita con la que el autor inaugura el pórtico de su libro. Los espejos lo reflejan todo, la globalidad, las partes simétricas y asimétricas. Y eso es la existencia humana, a la que es preciso buscarle el sentido completo y complejo a través de la captación de los mundos dispares, perspectivas que son la esencia de lo que sucede. Y para manejar todo eso, el ser humano precisa de dos hemisferios cerebrales que se complementan.
   Por eso mismo la novela está vertebrada en dos grandes hemisferios por los que se dispersa la trama. Dos novelas, “La novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, dos lecturas diferentes punteadas por dos grandes películas: Vértigo de Hitchcock la primera y Ordet de Carl Dreyer la segunda, como posibles puentes de escape para enmendar, si ello es posible, un hecho sangriento, la tragedia que atraviesa toda la novela: el abdomen de una mujer hundido en el volante del coche en el que viajan los dos amigos -Gabriel y Hubert-, tras el impacto de dos vehículos. ¿Acaso cabe esa posibilidad con la “luminosa mirada y la poética de la resurrección” de Dreyer en Ordet  o con el abanico de posibilidades que Hitchcock propone en Vértigo? Quepa o no esa contingencia, lo que es innegable es que  Cuenca Sandoval propone dos grandes películas para darle sentido a dos grandes espejos desfigurantes, enfrentados a dos universos narrativos paralelos que inician su andadura a partir de un acontecimiento trágico pero casi cotidiano en el que participan los dos actantes de estas dos novelas: el accidente automovilístico en el que fallece una mujer.
   El tema central de Los hemisferios es el amor enloquecido, la obsesión amorosa y sus itinerarios que dan lugar a las dos historias que actúan  como espejos deformantes. La primera mitad, la novela del hemisferio izquierdo, “casi un palimpsesto de Vértigo” en palabras del autor, una antinovela negra, parte de la experiencia de la pérdida de una mujer en ese choque automovilístico ya aludido, que marca el desarrollo de toda la historia, aunque en dos copias. En efecto, el relato da comienzo con la espeluznante descripción del accidente que imprimirá para siempre una huella imborrable en las vidas de los protagonistas: Gabriel y Hubert Mairet-Levi y que pondrá fin a la alocada road movie, a la manera de Vértigo, por Barcelona e Ibiza. Que se hace además evidente en la advertencia que Hubert  hace a su amigo para que vigile las tendencias suicidas de su mujer, de asombroso parecido con la víctima del accidente. Del encuentro con el cadáver de esa mujer anónima surge la pasión sentimental que empuja de forma irresistible a Gabriel a mantener una relación amorosa con la que fuera la amante de su amigo. Porque le recuerda a la mujer destripada en el impacto. Relatada al estilo de Vértigo, el autor nos sumerge en ese mar de fondo que es la explosión del deseo y en la relaciones de los dos protagonistas enfriadas con el paso del tiempo. Hacen acto de presencia en este primer hemisferio múltiples referencias culturales de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta: Deleuze, Barthes, Foucault, Derrida, Perec, Resnais y sobre todo Rayuela de Cortázar; también la Barcelona de la transición, el París de los ochenta y el estallido de sucesos y acontecimientos que convierte la relación de los personajes en una permanente simulación.
   En la segunda parte, “La novela de Maria Levi”, el relato se acopla al estilo cinematográfico de Dreyer. Encontramos a Maria Levi en otra alucinante road movie por Mística, una isla nórdica, junto a Marianne, otra replica de la Primera Mujer, estancada en una cabaña. Incapaz de moverse, sin sentir nada, nos transmite, no obstante, la historia de sus recuerdos. El texto nos permite presenciar una auténtica bajada a  los infiernos, entre el humo tóxico de los volcanes de la isla del fin del mundo, que no es otra cosa que la otra cara de la degradación de la protagonista en su periplo barcelonés, gótico y vampiresco.
   Sin embargo, en la lectura de Los hemisferios cobran mucha más importancia que  la percepción de la trama, otros elementos como la organización del material, esos “agujeros de gusano” que conectan ambas partes, la estructura compositiva, el tratamiento espacio-temporal, el esmerado estilo de la prosa, entre otros haberes de la novela. Y especialmente el papel del lector para completar lo que subyace a lo que al autor propone y poder cartografiar así las líneas paralelas de este universo narrativo.
   Los hemisferios es dos novelas en una, pero entre ambas se produce un proceso de mutua contaminación, porque ambas  son interdependientes, gemelas, como las define el propio Cuenca Sandoval. Una novela refleja y deforma a la otra ya que las dos comparten el mismo tema de fondo: erigir la imagen de la mujer amada a partir de la Primera Mujer, la que solo es cadáver. Es el milagro de la resurrección de la mujer perdida como ocurre en Ordet con la resurrección de Inger. La estructura compositiva de Los hemisferios se ajusta a este juego de espejos temáticos que provoca que cada acontecimiento que sucede en uno de los hemisferios, tenga su reflejo en el otro. Parece oportuna pues la división de la narración en dos mitades, idénticas en su extensión y con estructuras simétricas.
   En la novela hay un juego espacio-temporal, un constante vaivén entre el tiempo del relato y el tiempo de la historia. Oscilación perseguida  a propósito por el escritor; así como lo  que, a primera vista puede ser interpretado como anacronismos y, en algún episodio, como una verdadera congelación del tiempo. Es destacable la gran capacidad narrativa de Cuenca Sandoval. La suya en esta novela es una escritura muy viva, con el empleo frecuente de imágenes impactantes para cualquier sensibilidad. Prosa hipnótica, alucinada, pero de gran belleza que emana del corazón de cada frase y que es capaz de precipitar al lector en los abismos que la novela oculta. Las referencias filosóficas forman parte de este estilo y, al igual que el cine, iluminan la narración.
   Cuestión muy importante es el papel del lector. Como se ha reiterado, Los hemisferios acoge dos novelas, la copia y el doble. Mas ambas coinciden en el cero y esa novela cero es la que el lector debe construir en una lectura activa para darle así sentido a su propio relato. Para ello habrá de hilvanar los acontecimientos que se narran. No se trata sin embargo de forzarle a un ejercicio intelectual cansino para atar cabos a la vez que lee, porque -advierte Cuenca Sandoval- “no nos movemos en un universo espacio-temporal coherente, sino que nos movemos en una falsa linealidad temporal”. El lector deberá pues dejarse llevar por el frenesí de acontecimientos para lograr una verdadera experiencia estética enriquecedora y colmada de buena literatura.
   Así pues, Los hemisferios es una novela muy densa y compleja, pero una gran novela, una de las mejores que la narrativa en español ha generado en los últimos tiempos. Enfrenta sin duda al lector con una experiencia lectora diferente de la que demandan la mayoría de las piezas narrativas en las que prima una “jerarquía de sentido”. Novela exigente pero generosa en sus recompensas. Este es mi testimonio: pocas veces me he encontrado con una novela tan exigente, pero el reto mereció la pena porque la lectura de Los hemisferios se convirtió para mí en un ejercicio estético sumamente gratificante.

Francisco Martínez Bouzas


Mario Cuenca Sandoval

Fragmentos

“Muchas veces se pregunta qué debió sentir la Primera Mujer durante aquellas escasas décimas de segundo de ingravidez en que sus piernas y su espalda se despegaron del asiento, en el seno de aquel instante que sucedió al impacto entre los dos vehículos, qué sintió antes de que su abdomen se hundiera en el volante y de que su cabeza rompiera el parabrisas. Y se pregunta cómo es posible que unas décimas de segundo de ingravidez ejerzan semejante peso sobre la vida de Hubert y sobre la suya. Un vuelo tan breve, apenas un suspiro en la historia del planeta, que puso en marcha un ciclo demencial, una obsesión por buscar a la Primera en todas las demás mujeres. Un ciclo en el que todavía giran. Tantos años después. Sus vidas como la reverberación de un deseo.”

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“La mano de Marianne Laquièze  dentro de mi mano. Estábamos tumbadas en la cama de una cabaña en una ciudad minúscula de un país extranjero, una isla a dos mil kilómetros de casa, desnudas y sudorosas, viendo televisión en silencio, do prófugas que acaban de hacer el amor, y era como si después de hacerlo nos hubiéramos convertido en dos desconocidas, lo que, por otra parte, acostumbra a sucederles a todos los amantes.”

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“Un par de días a la semana, Gabriel asiste  a las lecciones de Foucault en el Colegio de Francia y algunas veces le acompaño. Foucault tiene una extraña manera de gesticular, además de un cráneo que hipnotiza con su perfección y que te distrae de sus palabras. Sin embargo, es muy amable: cuando un alumno le formula una pregunta compleja, siempre responde con total humildad que tendrá que pensarlo. Y semanas después regresa a clase con una respuesta cuidadosamente meditada. No se olvida de ningún alumno. De ninguna pregunta. No se olvida de las minorías. No se olvida de los que sufren, de los enfermos, de los leprosos. Sus discursos se parecen al de las bienaventuranzas. Bienaventurados los locos, los enfermos, los homosexuales, los masturbadotes. Sé que es un hombre, pero también es uno de los últimos hombres, de esos que conocen su condición crepuscular, de los que saben que tienen que perecer, como todas nosotras, para alumbrar un tiempo nuevo. Por eso me siento a gusto  en sus cursos. Porque también María Levi pertenece al universo de Foucault.”

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“Vinimos a esta isla buscando un paisaje muy frío, en el que las huellas humanas fueran tan escasas que la naturaleza cobrara todo su protagonismo. Vinimos con la esperanza de que las montañas heladas, los glaciares, el vapor, la naturaleza, los dioses pudieran limpiar a Marianne y prepararla para el canje. Vinimos a Mística a desprendernos de todo, el cabello, las agendas, los teléfonos móviles, la memoria, obedeciendo al imperativo de la desposesión absoluta; a entregarnos a una degradación material, y a otra degradación, que cualquiera llamaría psicológica si el término no resultara tan tibio y tan lejano de nuestro estado. Dos billetes de avión y una tarjeta de crédito cuyo adeudo no pensaba liquidar nunca. Una isla salpicada de volcanes y cataratas en las que verteríamos el pasado, en que romperíamos el cordón umbilical que nos une con el pasado a través de un programa de degradación paulatina, una retirada gradual, capa por capa, de nuestras respectivas identidades.”

(Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios, páginas 15 ,272-273, 372, 522-523)

sábado, 6 de septiembre de 2014

NOVEDADES DE EDITORIAL ANAGRAMA, SEPTIEMBRE 2014



   Como en alguna otra ocasión, la reseña de hoy es solamente informativa, para dar noticias de libros y letras; de novedades editoriales. Es una de las funciones que puede realizar la reseña de un libro. No la que más me apetece, porque de ella estará ausente aquello que es precisamente la esencia de la crítica literaria: la valoración personal, la emisión de un juicio sobre los haberes y deberes de un producto literario. Será en otro momento, tras la lectura responsable de estas cuatro novedades de Anagrama.

   La editorial barcelonesa está demostrando a lo largo de los años que la buena literatura afronta la crisis con mayores garantías que lo meros productos de consumo. Así lo demuestran los dieciséis títulos editados en este mes de septiembre en sus diversas colecciones: cuatro en “Panorama de narrativas”, dos en “”Narrativas hispánicas”; dos así mismo en “Otra vuelta de tuerca”; tres en “Argumentos”, una obra en catalán en “Llibres Anagrama” y finalmente tres en “Compactos”

   La eficacia y responsabilidad, al margen de cualquier circunstancia, del  Departamento de Prensa y Comunicación de Anagrama, me permite tener al alcance de mi lectura, desde ya hace tres días, estos cuatro títulos de los que me complace dar noticia, tomando la mayor parte de la información, aunque de forma resumida, de sus respectivas presentaciones editoriales.



Una semana en la nieve

Emmanuel Carrère

Traducción de Javier Albiñana

163 páginas, Premio Femina



   Nicolas, de ocho años, va a pasar una semana en la nieve. Va a disfrutar, junto con sus compañeros del colegio, de una semana de diversión en una estación de esquí. Es lo que en las escuelas francesas se conoce como semana blanca, que permite que los niños se oxigenen con unas breves vacaciones y rompan por unos días la rutina de las clases. En ese paisaje nevado y gélido, Nicolas conoce a su monitor de esquí y hace un nuevo amigo, el temible Hodkann, el terror de los dormitorios. Pero esos días de diversión tendrán para él mucho de viaje iniciático: el lector no tarda en ir percibiendo que sobre esa semana en la nieve planea una amenaza, un desasosiego difuso, una incertidumbre perturbadora, que se materializará de un modo terrible cuando llega la noticia de que en un pueblo vecino ha sido asesinado un niño...

  Mezclando la crónica de sucesos, el relato fantástico y el inquietante universo de los cuentos de Perrault o los Grimm, Emmanuel Carrère aborda con sutileza y auténtica maestría literaria los temores infantiles, las inseguridades de una etapa en la vida de una persona en la que los miedos pueden convertirse en pesadillas.



Felices los felices

Yasmina Reza

Traducción de Javier Albiñana

191 páginas. Premio Le Monde 2013





   Relaciones extramatrimoniales, tendencias sadomasoquistas, insatisfacciones sexuales y fantasías consumadas, rupturas, decepciones, y, también, finales felices. En su última novela, Felices los felices, Yasmina Reza entreteje con maestría los relatos de las vidas de dieciocho personajes que parecen no tener nada en común. Pero a medida que el lector es hipnotizado por las voces que configuran la trama, irá descubriendo sus inesperadas y sorprendentes interrelaciones.

   Así, la rutina matrimonial de Pascaline y Lionel Hutner se ve interrumpida cuando descubren que la obsesión de su hijo por Céline Dion se ha vuelto patológica. Y, a su vez, su psiquiatra, Igor Lorrain, vive un apasionado reencuentro con un amor de juventud, Hélène, que está casada con Raoul Barnèche, un jugador de bridge profesional capaz de enfurecerse hasta el punto de comerse una carta... Si algo destaca en el estilo de Reza es su habilidad para construir una polifonía melódica, una escritura que se despliega de forma magistral en múltiples variaciones, donde el lector percibe con perfecta claridad la voz de cada uno de sus protagonistas. En esta novela coral la autora francesa abre en canal las almas de sus personajes, que desvelan sus fobias y filias sentimentales y sexuales. Como En el trineo de Schopenhauer, la novela es una cínica, deslenguada y a ratos desopilante disección de la naturaleza humana, pero también una punzante reflexión sobre la brevedad de nuestro paso por la vida, y la importancia de asumir una existencia plena.

 

Niveles de vida

Julian Barnes

Traducción de Jaime Zulaika

143 páginas.



   «Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.» El libro arranca con esta reflexión y en efecto reúne tres historias aparentemente inconexas que acaban mostrando secretos y sutiles lazos. Niveles de vida habla de la aventura de vivir, de los retos imposibles, del amor que todo lo desborda y del dolor de la pérdida. Y lo hace entretejiendo tres piezas independientes. La primera nos habla de los pioneros de la conquista del cielo con los globos aerostáticos y de las iniciales tentativas de fotografías aéreas realizadas por Nadar, aspirando a ser el ojo de Dios. La segunda historia retoma a un personaje de la anterior, el coronel británico Fred Burnaby –bohemio, aventurero y viajero, que murió en Jartum–, del que se relata su pasión por la legendaria actriz Sarah Bernhardt. La tercera parte salta en el tiempo del siglo XIX al XX y de las historias ajenas a la propia: la muerte de su esposa. No es la primera vez que Julian Barnes experimenta con las formas literarias. En este caso la ruptura con la narrativa más tradicional está al servicio de una aventura literaria de gran calado: indagar, huyendo del sentimentalismo, en el dolor causado por la pérdida del ser amado, adentrarse con las armas de la gran literatura en el territorio de la aflicción. El resultado es un libro deslumbrante, que rompe las barrede los géneros y consigue una hondura y una belleza iluminadoras.ras



El bigote

Emanuel Carrère

Traducción de Esther Benítez

279 páginas.



   Un hombre se afeita el bigote que lleva años luciendo. Lo hace en secreto, para darle una sorpresa a su mujer. Pero cuando aparece ante ella con su nueva imagen, la esposa no reacciona. No parece ver en esa cara con que lleva años conviviendo cambio alguno. No parece percatarse de que su marido se ha afeitado. Es más, cuando éste le muestra su perplejidad ante la falta de reacción, ella le asegura que él nunca ha llevado bigote.

   Un gesto en principio sin mucha trascendencia –afeitarse el bigote– se convierte en el punto de partida de una pesadilla kafkiana para el protagonista de esta novela. ¿Es víctima de un juego, de una broma de su entorno más próximo? ¿Se ha vuelto loco y realmente nunca llevó bigote? ¿El mundo se ha confabulado contra él para ponerlo a prueba? ¿Afeitarse el bigote puede lanzarlo a uno al abismo?

   Escrita con un humor negro siempre inquietante, esta novela breve de Emmanuel Carrère –que el propio autor llevó al cine en una película protagonizada por Vincent Lindon– nos muestra un maelstrom que no está en medio del océano sino en la cotidianidad de una ciudad, pero que succiona con la misma fuerza al protagonista. Y lo conduce hasta el apoteósico y espeluznante final de este libro que deja huella. Porque queda avisado el lector: no podrá sacárselo de la cabeza una vez terminado.



Francisco Martínez Bouzas