lunes, 17 de noviembre de 2014

"MAL ENCUENTRO A LA LUZ DE LA LUNA": UNA HAZAÑA BÉLICA CON EL MARCHAMO DE UN CUENTO DE HADAS



Mal encuentro a la luz de la luna
W. Stanley Moss
Prólogo y epílogo de Iain Moncreiffe
Post scriptum de Patrick Leigh Fermor
Traducción de Dolores Payá
Acantilado, Barcelona, 2014, 245 páginas

   Mal encuentro a la luz de la luna es el título con el que Acantilado edita en español este libro escrito por William  Stanley Moss, y publicado originariamente  en 1950 bajo el rótulo Ill Met by Moonlight. El subtítulo de la publicación es suficientemente explícito sobre su contenido: “El secuestro del general Kreipe en Creta durante la Segunda Guerra Mundial”. Y le augura así mismo al lector un gran relato de aventuras. Su autor, William Stanley Moss (Japón, 1921-Jamaica, 1965) fue un héroe británico de la Segunda Guerra Mundial que, al concluir ésta, se convertiría en un renombrado escritor. Después de la contienda, formó parte de la Expedición Británica al Polo Sur, navegó por las islas del Pacífico y finalmente se instaló en Kingston (Jamaica) donde falleció. En unión de Patrick Leigh Fermor realizó arriesgadas misiones en los cuerpos de la inteligencia británica.
   La que se narra en este libro, fue la más notable y la que mayor resonancia alcanzó, hasta el punto de que dio lugar a versiones cinematográficas: Emboscada en la noche o Emboscada nocturna (1957), el título con el que fue comercializada en España. De la aventura relatada en el libro, el secuestro del general Heinrich Kreipe, comandante de la 22 Infanterie-Division que ocupó Creta, se ha dicho lo siguiente: “De todas las historias generadas por la guerra, ésta es la que los escolares de todas partes recordarán mejor”. El secuestro del general alemán fue comandada por, W. Stanley Moss (Billy Moss) y por Patrick Leigh Fermor (Padyy), que había participado en la retirada de los ejércitos  británicos de Grecia y Creta. Sin embargo, al poco tiempo, regresó a Creta como agente secreto. Disfrazado de pastor, con su estación de radio mantuvo encendida desde las montañas la antorcha de la libertad. En el otoño de 1943 regresó a El Cairo y allí conoció a W. Stanley Moss, y poco después, bajo la luz de las estrellas, los dos decidieron llevar a cabo la hazaña (“una tremenda burla”) que se narra en las páginas de este volumen.
    Con la excepción de las primeras páginas, W. Stanley Moss, escribió este libro  en forma de diario. Cada entrada ocupa varias páginas, lo que fue posible, como explica en el prefacio el autor, porque en Creta, hacíamos de nuestras noches días, igual que si viviéramos en un eterno Ramadán, y por lo tanto disponíamos de mucho tiempo durante las horas que pasábamos escondidos (páginas 7-8).
   A parte del prefacio, del prólogo y del epílogo, escritos por Iain Moncreiffe y de un amplio Post scriptum de la autoria de Patrick Leigh Fermor, el libro estructura los diversos episodios y peripecias en cinco secciones: “La llegada”, “La operación”, “En marcha”, “Seguimos en marcha” y “La partida”. A lo largo de estas cinco partes se describen los pasos que el grupo comandado por Stanley Moss, en compañía de los griegos George Tirakis y Manoli Paterikis (El Hombre Jueves y el Hombre Viernes)  y un grupo formado por cretenses, entre los que había incluso algún asesino convicto, habrá de seguir tras su desembarco nocturno para encontrase con Leigh Fermor, disponer los preparativos, recorrer largas caminatas nocturnas, los refugios diurnos en las cuevas de la isla, el contacto con la población local, que nunca dejó de apoyarles…hasta realizar la misión: el secuestro del general Kreipe, sucesor del implacable general Müller, comandante de las tropas alemanas que ocupaban Creta. Y posteriormente, eludir con mucha fortuna durante casi tres semanas, los puestos de control y las patrullas alemanas y alcanzar, en el punto de encuentro, el barco que los transportaría a El Cairo.
   La increíble hazaña reúne en el minucioso relato de Stanley Moss todos los ingredientes de un gran relato de aventuras: intriga, épica, heroismo, grandes dosis de buena suerte se dan cita en la narración de Stanley Moss que cuenta con gran amenidad, buen pulso y sin ahorrarse detalles los momentos cruciales de la aventura, pero también las horas tediosas y el difícil recorrido por las escarpadas montañas cretenses.
   Así pues, relato de una aventura tan increíble y arriesgada que se lee como una novela. No conviene olvidar, no obstante, que muchas veces la realidad supera a la ficción, y el secuestro y traslado a El Cairo del jefe del ejército alemán que ocupaba Creta, es uno de esos momentos, en los que una aventura real adquiere tal calado que parece dispersarse por caminos ficcionales. Casi como en un cuento de hadas.

Francisco Martínez Bouzas

 
Stanley Moss, el general Kreipe y Leigh Fermor
Fragmentos

“Salimos de la cuneta a todo correr y nos plantamos en medio de la carretera. Paddy encendió su lámpara roja y yo sostuve en alto una señal de tráfico. Ambos nos quedamos plantados en mitad del cruce.
En cuestión de segundos -mucho antes de lo que esperábamos- la luz de los potentes faros del coche del general asomó por la curva, siguió avanzando y pronto nos iluminó de pleno. Al acercarse al cruce, el chofer frenó.
Paddy gritó:
-Halt! [Alto!]
El coche se detuvo. Nos acercamos a él con lentitud, y una vez hubimos pasado frente al haz de luz de los faros, sacamos las pistolas -ya amartilladas- que teníamos escondidas en la espalda y preparamos las cachiporras.
Cuando llegamos a la altura del coche, Paddy preguntó:
-Ist dies das General’s Wagen? [ ¿Es este  el coche del general?]
Del interior del coche llegó un «Ja, ja»amortiguado.
Luego las cosas sucedieron con gran rapidez. Hubo mucha precipitación por todas partes. Abrimos las dos portezuelas de un tirón y nuestras linternas iluminaron el interior del coche: la cara perpleja del general, los ojos aterrorizados del chófer y los asientos traseros vacíos. El chófer trató de alcanzar su automática con la mano derecha, pero le di un golpe en la cabeza con mi porra y cayó hacia delante. George, que estaba a mi espalda, lo sacó del asiento del conductor y lo tiró en la carretera. Yo salté dentro del coche y me puse al frente del volante y en ese mismo momento vi cómo Paddy y Manoli sacaban a rastras al general por la otra portezuela. El viejo se defendía con furia, les golpeaba y les daba patadas. Obviamente pensó que íbamos a matarlo y se puso a gritar como un poseso. Maldecía a grito pelado.”

…..

“Recuerdo que solté un woods  cuando el centinela nos hizo una señal deparar. Yo había propuesto que frenáramos, como en las anteriores ocasiones, y aceleráramos en cuanto llegáramos a su altura, pero esta vez era imposible, porque el centinela no se desplazó un milímetro, y a la luz de los faros vimos a varios soldados alemanes de pie tras él. No me quedó más remedio que reducir la velocidad y conducir a paso de caracol. Previamente habíamos acordado que si se daba el caso de que nos preguntaran cualquier cosa la respuesta sería un escueto «General’s Wagen!» [El coche del general!], acompañado de un saludo amistoso. Si se nos pedía más conversación la charla correría a cargo de Paddy.
George, Manoli y Stratis tenía los fusiles listos y se había hundido en los asientos todo lo que el espacio permitía. El general estaba a sus pies en el suelo. Paddy y yo amartillamos las pistolas y las pusimos sobre nuestros respectivos regazos.
El centinela se aproximó al coche por el lado de Paddy. Antes de que se acercara demasiado, Paddy gritó que viajábamos en el coche del general –algo que, después de todo, no era más que la pura verdad -, y sin esperar a que el guardia abriera la boca y respondiera yo pisé el acelerador y proseguimos la marcha, gritando un «Gute Nacht!» [Buenas noches!] mientras nos alejábamos. Todos nos saludaron.”

(W. Stanley Moss, Mal encuentro a la luz de la luna, páginas 107-108, 117-118)

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