jueves, 31 de marzo de 2016

IMRE KERTÉSZ, LA ÚLTIMA MEMORIA DEL HOLOCAUSTO

Campo de exterminio de Auschwitz


   Un correo remitido a primera hora de la mañana por Acantilado, el sello barcelonés que edita sus obras en español, me informa del fallecimiento de Imre Kertész (Budapest, 1929-2016). El escritor de 86 años fue, en el año 2002, el primer Premio Nobel húngaro, y era hasta hoy la última memoria viva del Holocausto. Un escritor prácticamente desconocido en Occidente hasta que la Academia sueca le otorgó el Nobel porque fue capaz de confrontar la frágil experiencia del individuo contra la bárbara arbitrariedad de la historia. Al igual que Primo Levi, otro superviviente del exterminio, entendió los campos de concentración como una siniestra señal de peligro. En los dos brotó en los días del Lager la necesidad interior de dar testimonio, de hablar a los “demás” para que supiésemos lo que aconteció y jamás olvidemos lo que el hombre fue capaz de hacer con el hombre. Como Primo Levi, Imre Kertész reconoce que ninguna lengua cuenta con las suficientes palabras para expresar la ofensa recibida por la humanidad en los campos de exterminio: el aniquilamiento del ser humano. Pero al igual que el escritor italiano, cuyo cuerpo se precipitó en un día de abril de 1987 por una escalera, Imre Kertész no permitió que la desesperanza anidara en su alma y minara completamente sus deseos de sobrevivir en esos infiernos llamados Auschwitz-Birkeneau y Buchemwald, donde coincidió con Primo Levi. Los dos fueron liberados en 1945. Primo Levi fue uno de los veinte supervivientes italianos de Auschwitz. Imre Kertész, un simple número entre el medio millón de húngaros que convirtieron al magiar en la lengua más hablada en el campo de exterminio.

   El próximo día 6 de abril, Acantilado publicará La última posada, los diarios de Imre Kertész, el testamento literario del escritor y la culminación de su obra. En espera de poder leer el último esfuerzo artístico, el testamento visceral de un escritor gravemente enfermo, selecciono, como homenaje memorial del Premio Nobel húngaro hoy fallecido, algunas secuencias de las reseñas que en su día publiqué, en este Cuarderno de crítica literaria, sobre dos de sus libros: Kaddish por el hijo no nacido (1990, Acantilado, 2001) y Un relato policíaco (1977, Acantilado, 2007)



Kaddish por el hijo no nacido

Imre Kertész

Tradución de  Adan Kovacsics

Acantilado, Barcelona, 2001, 152 páginas

   La Academia sueca reconoce en la trilogía de Kertész (Sin destino, Fracaso, Kaddish por el hijo no nacido) la experiencia frágil del hombre contra la arbitrariedad desalmada de la historia. Arbitrariedad que dejó en el Nobel húngaro terribles cicatrices que hacen que el protagonista de Kaddish por el hijo no nacido rece para que no se produzca el nacimiento de un ser humano en un mundo que permite la existencia de horrores como los  de Auschwitz.
  La Academia sueca tenía una deuda con la literatura memorial de los campos en los que se consumó el genocidio. En Kertész, al menos de forma simbólica, se premia a otros testigos de la barbarie, entre ellos a Primo Levi, a Jorge Semprún (El largo viaje), a Roberto Antelme (La especie humana) y también a Jean Améry, Violeta Friedman o Paul Celan.
Imre Kertész es un escritor distante de su tierra e incluso de Europa. Se considera un ciudadano del mundo y no olvida que en su día fueron asesinados seiscientos mil húngaros y Occidente calló. Su primera novela después del Nobel, titulada Liquidación, fue su último libro sobre el Holocausto y, a la vez, una fabulación contemporánea que se desarrolla en la Hungría de la caída del régimen comunista.
   La obra de Kertész es enormemente compleja. Sus libros son muestras lúcidas de un autoanálisis doloroso, brutal y sin concesiones sobre el acontecimiento más traumático de la civilización occidental y del que él mismo fue víctima y ahora es testigo. Textos duros, filosóficos, existenciales, alejados del sentimentalismo, pero inmensamente perspicaces. Rezuman memoria y son una constante advertencia de cómo la gente, con frecuencia de forma inconsciente, se integra en la maquinaria del poder que exige sumisión y silencio. En la mente del escritor magiar, Auschwitz acabó únicamente porque cambió la suerte de la guerra, pero nunca ha existido en Occidente nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso el Lager siniestro.



Un relato policíaco

Imre Kertész

Traducción de Adan Kovacsics

Acantilado, Barcelona, 2007, 104 páginas



   En 1935 publicó Borges una de sus primeras obras, Historia universal de la infamia, en la que presenta las biografías de siete personajes de infausto recuerdo. Una colección de cuentos basados en crímenes reales. Los siete personajes que Borges describe ficcionalmente, brindan un ingenioso panorama de la iniquidad y del horror, extraídos de diversas realidades culturales y geográficas. Porque desde tiempos inmemoriales, seguramente desde que “homo sapiens” bajó de los árboles, la humanidad no ha cesado de experimentar en sus propias carnes las garras del horror. Desde Eibl – Eibesfeld (1970), sabemos que la sonrisa y las lágrimas son innatas en el hombre. También lo es la desmesura que impregnó el terreno de las pasiones más ancestrales y violentas: la destrucción, el asesinato, las carnicerías. Mas esta afectividad intensa e inestable de un ser, á la vez amoroso, furioso y violento, no siempre halló reflejo en sus propias creaciones simbólicas. Con frecuencia el “hombre sabio” enmascara su “ubris”, sus desmesuras en las relaciones con sus semejantes. En especial, cuando domina las armas del poder. Nuestro tiempo es testigo del silencio cobarde y vergonzoso de muchos que, en razón de la especial resonancia de su voz, deberían haber denunciado las locuras destructoras y gratuitas de sus semejantes. No es el caso, sin embargo, de dos narradores europeos, deponentes y referendarios inequívocos de la pavorosa destrucción del hombre por el hombre en el siglo XX. Son ellos: el premio Nóbel Imre Kertész y el escritor serbio Danilo Kis.

   Dos de sus obras acaban de entrar o regresar al mercado literario en lengua española de la mano de la editorial  Acantilado de Barcelona. Una breve ficción del Nóbel húngaro, Imre Kertész, Un relato policíaco y quizás la novela más conocida del escritor serbio, Una tumba para Boris Davidovich. Dos piezas narrativas que se centran sin concesiones en los grandes episodios de crueldad opresiva y genocida de los sistemas totalitarios del pasado siglo. Un pasado que no solamente explica el presente sino que lo mancilla.

   En sólo dos semanas salió de la pluma de I. Kertész, Un relato policíaco.  Una obra breve escrita paradójicamente con la finalidad de eludir la censura. El escritor húngaro, sobreviviente de Auschwitz, escribe en efecto esta pequeña pieza en 1976 como una especie de relleno que posibilitara la publicación de otra novela, El rastreador. El comunismo gulash de la Hungría de entonces, cuyos censores eran los mismos editores, exigía un mínimo de diez octavillas en cada volumen que se publicase. Fue entonces cuando Kertész hubo de escribir a toda prisa la historia de Un relato policíaco, en la que, sin embargo, ya llevaba tiempo cavilando. El relato supero la censura porque todo en él era ficción, ficción que, por otra parte se desarrollaba en un pseudo estado suramericano  y, por consiguiente, podía ser leído de forma inofensiva en su país. El relato es muy anterior a la conocida frase que Kertész pronunció en 2002 al recoger el Premio Nóbel: “De Auschwitz solamente es posible escribir una novela negra”. Seguramente porque Auschwitz es la metáfora sangrante de la implicación del ser humano en la maquinaria totalitaria del terror, tal como le ocurre al protagonista de Un relato policíaco. Un tal Martens, un policía que se confiesa novato y que forma parte de los mecanismos torturadores  de un país imaginario. Poco antes de ser ejecutado, narra sus experiencias en el cuerpo de policía encargado de interrogar y torturar a los supuestos y, frecuentemente, imaginarios opositores del régimen. Pretende absolverse a si mismo de sus crímenes mediante la catarsis de la escritura de su propio diario. ¡El verdugo convertido definitivamente en víctima!

   Kertész narra pues desde el punto de vista de los torturadores, que confiesan trabajar a lo grande, sin rendir cuentas a nadie. Únicamente con la lógica de los sistemas totalitarios: al servicio no de la ley, sino del poder, confiando solamente en ellos mismos y en la fatalidad. Los interrogatorios, el trabajo sucio (“Como los que se ven en la películas, pero un poco más simples”) son la antesala del infierno. Pero Martens omite la descripción de ese infierno de la tortura, quizás como una forma de eliminarlo de su existencia.

   Estamos ante un relato breve. Sin embargo, como algún crítico ha recordado, nada de cuanto ha escrito Kertész desde que escapó del holocausto hasta recoger el Nobel, tolera el calificativo de breve. En Un relato policíaco se manifiesta el fabulador de pluma ligerea que escribe en el lenguaje atonal que caracteriza la escritura que Kertész emplea para describir el desgarro y el falso orden del mundo. Y es una lúcida introspección en las interioridades de los verdugos, capaces de convivir trivialmente con la tortura, a la vez que una agria parábola sobre los totalitarismos y su lógica salvaje.

Francisco Martínez Bouzas



Imre Kertész (fotografía de Georgius Kefalas)

Fragmentos



  "Y dejad de decir por fin, dije con toda probabilidad, que Auschwitz no tiene explicación, que Auschwitz es el producto de fuerzas irracionales, inconcebibles para la razón, porque el mal siempre tiene una explicación racional, es posible que el propio Satanás sea irracional, como lo es Yago, pero sus criaturas sí son racionales, todos sus actos se derivan de algo, igual que una fórmula matemática; se derivan de algún interés, del afán de lucro, de la pereza, del deseo de poder y de placer, de la cobardía, de la satisfacción de este o de aquel instinto, y si no, pues de alguna locura al fin y al cabo, de la paranoia, de la manía depresiva, de la piromanía, del sadismo, del asesinato sexual, del masoquismo, de la megalomanía demiúrgica o de otro tipo, de la necrofilia, qué sé yo de qué perversión de las muchas que hay o de todas juntas quizá, porque, dije con toda probabilidad, porque prestad atención, porque lo verdaderamente irracional y lo que no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien."



(Imre Kertész, Kaddish por el hijo no nacido)



…..



“Dos horas más tarde estábamos acodados con Díaz en el alfeizar. Era una ventana neoclásica, del estilo de la Sede. Desde lo alto se veía un patio estrecho. Una hilera de postes se alzaba a uno de sus lados. Los Salinas, padre e hijo, estaban atados a sendos postes. Frente a ellos esperaban dos destacamentos de la compañía de guardia: el pelotón de fusilamiento.

-Desagradable- dijo Díaz con una mueca. Estaba de ese humor sombrío que a veces se adueñaba de él en las horas de inactividad-. Nuestra profesión es arriesgada -continuó reflexivo-. Hoy estás aquí arriba en la ventana y mañana, quién sabe, tal vez abajo, atado a uno de esos postes.

En ese momento se produjo una descarga cerrada. ¿Me estremecí? No lo recuerdo. Sólo sé que de pronto sentí los ojos de Díaz clavados en mí.

-¿Tienes miedo?- preguntó. Su rostro liso estaba radiante, lleno de desvergonzada curiosidad. Me dieron ganas de propinarle un bofetón. Yo sabía ya entonces que llegaría el momento de su huida, que lo buscarían en vano, que no lo atraparían nunca. Que sólo me pillarían  a mí, es decir, a la gente como yo.

-¿Miedo de qué? - pregunté a Díaz.

-Pues –respondió, señalando con un gesto de la cabeza el patio, donde los Salinas colgaban de sus andaduras como sacos vacíos- ¡de eso!

-No tengo miedo de eso- dije encogiéndome de hombros-. Solo del largo camino que conduce hasta allí.

Pues sí, por aquellas fechas era todavía un novato, como he dicho.”



(Imre Kertész, Un relato policíaco, páginas 103-104)

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