lunes, 22 de enero de 2018

EL JAZZ COMO MATERIA LITERARIA



Cincuenta y seis ballenas

Ricardo Menéndez Salmón



A love supreme

Raúl Clavero



Repertorio para el último bolo de “Cactus Brown”

Eduardo Martinez

Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2017, 59 páginas.



  

   Cincuenta y seis ballenas fue el texto ganador del Premio Internacional “Ramos Ópticos” al mejor relato sobre jazz organizado por Jazz Palencia Festival, y fallado en octubre del pasado año. Ahora lo edita Menoscuarto Ediciones acompañado de A love supreme, relato que resultó finalista, del madrileño Raúl Clavero, y de Repertorio para el último bolo de “Cactus Brown” del vallisoletano Eduardo Martínez, mención especial del jurado que, por su calidad, aconsejó su publicación. Un pequeño volumen que, en su conjunto forma un “caramelito” a tres sabores.

   Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es uno de los narradores españoles más importantes en la actualidad. Un escritor que no teme a las mayúsculas, en palabras de Eloy Tizón. Autor de libros de relatos y de más de diez novelas, entre las que destaco El sistema (2016), Premio Biblioteca Breve y Homo Lubitz editada por Seix Barral en enero de este año. Su obra ha sido traducida a siete idiomas.

   Cincuenta y seis ballenas es un homenaje a Charles Mingus (Arizona, 1922 – Cuernavaca, México, 1979), contrabajista, compositor, director de big band y pianista de jazz. Es así mismo conocido como un activista en contra del racismo. El mundo del jazz impregna, como lo exigían las bases del concurso, el relato de Ricardo Menéndez Salmón, comenzando por su título -Cincuenta y seis ballenas- que hace referencia a la leyenda que se hizo viral tras el fallecimiento de Charles Mingus y recogida por la cantante Joni Mitchell en su disco Mingus: cincuenta y seis ballenas, una por cada año de la vida del contrabajista.

   La acción se sitúa en 1979. Las cosas no marchaban demasiado bien para un cuarteto de jazz que suele tocar en los clubs del Bronx y también en Chicago. Peyton, el miembro del grupo que es el que recuerda, escucha en la radio la noticia de los funerales de Mingus. Sin pensarlo dos veces, propuso a los muchachos del grupo tomar un avión hacia México y tocar en Cuernavaca para rendirle tributo a Mingus, el “Paquidermo”, antes de que sus cenizas fuesen arrojadas al Ganges. Una aventura irreal y frágil: el autobús que se detiene por culpa de una procesión, Peyton borracho se acuesta al lado de una mujer que le despluma, traje incluido. Los otros miembros del grupo cambian el homenaje a  Mingus por las playas del Pacífico. Un insólito viaje por México, pues, en el que la realidad no se ajusta al guión, pero historia hermosa al fin y al cabo. No tocaron en directo en homenaje al contrabajista, pero lo que cuenta son las intenciones. Un breve relato de apenas doce páginas, bien construido y en el que en todo momento está presente la atmósfera del mundo del jazz. Un viaje ciertamente rocambolesco, tejido, eso sí, con prosa de alta calidad literaria.

   A love supreme el relato finalista, fue presentado por Raúl Clavero, ganador de múltiples concursos de relatos y microrrelatos. Narrado en primera persona por Bárbara, una chica introvertida. Su amistad con Verónica, su vecina, le permite escuchar algunos de los cientos de discos del padre de la amiga. Y un día se besan por primera vez, mientras suena A love supreme de John Coltrane que Verónica odia por ser el favorito de su padre. Hasta que el azar las separa. Cuando, pasados los años, se reencuentran, la canción de John Coltrane revela el trágico secreto de la hija abusada por el padre. Un desenlace aciago pone el punto y final a un relato en el que el jazz se sutura y corre fatalmente paralelo con la violencia incestuosa y con la muerte.

   También en primera persona y en la voz de Samuel Brown, alias “Cactus Brown”, nos llega el tercer cuento, escrito por el vallisoletano Eduardo Martínez. “Cactus Brown” se retira después de casi ocho décadas por las carreteras y miles de actuaciones  tocando jazz. Y mientras avanzan para celebrar su última performance en su ciudad natal, revive la película de su vida: el encuentro accidental con un músico y su trombón, una relación que marca el destino de su vida: tocar aquel instrumento. Corre el año 1930. Toca para mafiosos y los músicos acompañan con sus instrumentos musicales la pelea de dos de ellos y los disparos. Tenían la orden de tocar siempre, pasara lo que pasase. Pretende conquistar a Laura, a la que acompaña tocando el piano en sus giras. Una noche de amor, miles de bolos y el final del viaje vital del trombonista “Cactus Brown”; con una banda de jazz tradicional interpretando St. James Infirmary, le acompañan en el bolo definitivo.

   Un relato capaz de despertar emociones, repleto de sensualidad y con un final en el que el milagro sucede de nuevo en la nieta de la cantante que tuvo un romance con un trombonista americano. Solo que esta vez es el clarinete el instrumento musical que seduce a la niña el día de su cumpleaños.

   Tres textos en los que el jazz, al menos de forma tangencial está presente como núcleo diegético o como elemento u ocasión que suscita la acción narrativa, y penetra en la médula de los protagonistas. Arquitectura, ritmo y calidad estilística acompañan este homenaje emotivo al jazz -una música de cine y de literatura-

y a los músicos que lo hacen posible.










                                             
                                                   
Ricardo Menéndez Salmón recibiendo el premio (Fotografía de Manuel Brágimo)


Fragmentos



“Fredo, el bajista, dirá Peyton sorbiendo un capuchino, se puso pálido como la cera. En sus ojos se apagó la rabiosa llama que  temblaba hacía tiempo, desde que un crítico con palco en el Carnegie Hall escribió para regocijo de sus amigos protestantes uno de esos aforismos que tan feliz hace a la clase pudiente americana:«Un italiano no puede tocar jazz sin parecer que está amasando pizza». Aquella noche Fredo se había mostrado inspirado tocando A foggy day del propio Mingus, y la noticia le supo a hiel. No hacía falta ser un lince, sentenciará un Peyton filosófico, para saber que es en nuestros héroes donde la vida nos golpea con mayor dureza.”



…..



“Aterrizaron en Ciudad de México cuando el sol resplandecía en mitad del cielo luciendo sus galas de homicida, una inmensa peca amarilla sobre un tapiz azul y descarnado. El calor resultaba asfixiante. La temperatura era tan alta que hacía anhelar Nueva York como un enorme frigorífico donde esperar a la muerte con una sonrisa en los labios.

Caravanas de mendigos los acosaron cargados de llagas, estampitas, toneladas de tesón. Peyton recordará que un retén de militares enfundados en cuero viejo los contempló circunspectos, los pulgares en las culatas de sus fusiles: cuatro blancos y un negro bajo un astro implacable.”



(Ricardo Menéndez Salmón, Cincuenta y seis ballenas, páginas 8-9, 12-13)



…..



“La sala de fiestas se fue vaciando, y ya estábamos casi solas cuando A love supreme comenzó a sonar en los altavoces del local. Se me erizó la piel. Ella calló por un instante, y comenzó a reír. Su carcajada no era limpia, ni profunda, parecía navegar a trompicones sobre litros de ginebra.

-Era el disco que ponía mi padre cada vez que entraba en mi dormitorio. A veces todavía recuerdo el olor de su aliento. Sus manos… -Verónica me miraba, pero estaba claro que no me hablaba a mí-. Se ahorcó en la cárcel, ¿sabes? -sí, estuve a punto de responder, algo había oído, pero no le dije nada-. Desde el entierro no he vuelto a tener noticias de mi madre -continuó ella tras una pausa-. Nunca me lo dijo, pero creo que piensa que yo me lo inventé todo, ¿te lo puedes creer?”



(Raúl Clavero, A love supreme, páginas 36-37)

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